Las malas palabras
Todos de alguna forma, en determinadas circunstancias, hemos largado alguna mala palabra ya sea por causa de algún enojo, por un golpe accidental en un dedo o porque algo nos hace desternillar de risa. Las malas palabras brotan de manera natural, espontáneamente.
Cuando en un individuo prima la reflexión y por lo tanto antes de hablar o de escribir medita sobre lo que va a expresar, el uso de malas palabras resulta de mal gusto, salvo quizás, si se trata de una suprema obra literaria. Que tal sería que en un acto religioso el sacerdote largue malas palabras, o en una exposición científica o académica se exprese el disertante con adjetivos procaces.
Para los psiquiatras, el uso de palabrotas es una patología a cuyo síntoma se denomina “coprolalia”, es decir el excesivo uso involuntario de “palabras pesadas” sin ningún motivo.
Para la sociolingüística el lenguaje soez se caracteriza por un alto grado de convencionalismo sobre lo que constituye y lo que no una palabrota.
Algunos dicen que el malhablado muestra sinceridad en lo que expresa, pero que también puede ser una fórmula calculada simplemente para llamar la atención del lector u oyente y atraer a incautos.
En todo caso este tema es polémico, basta recordar que el Premio Nobel de Literatura, Camilo José Cela, luchó para que se aceptara con normalidad el lenguaje de las malas palabras.
Para el caso me puse a pensar en Cervantes y su don Quijote, y hay espacios en los que se le va la lengua al Caballero Andante y que él mismo se ocupa de aclarar, como cuando al alabar la belleza de una señorita, suelta una interjección sonora: “¡Oh hija de puta … y que vigor debe de tener la bellaca!”. Sancho se escandaliza de inmediato y le critica a don Quijote, y éste le responde: “¿… no sabes que cuando alguna persona hace alguna cosa bien hecha, suele decir el vulgo: ¡Oh hija de puta, ¿qué bien que lo ha hecho, y aquello que parece vituperio, en aquel término, es alabanza notable?”.
Pero cuidado, que esta expresión en otras circunstancias puede ser una enorme ofensa, como cuando un pastor de cabras se burla de la locura de Quijote y lo acusa de tener “vacíos en la cabeza” y Quijote le contesta: “… vos sois el vacío y el menguado, hijo de puta que os parió”.
Esta interjección compone un lenguaje soez empleado por Quijote en una circunstancia en la que se exacerba su estado de ánimo y pierde los estribos.
Esta es una expresión procaz que muy a menudo se escucha, incluso en las cortinas de algunos programas televisivos acompañada de estridentes gritos desorejados, caso en el que es emitida calculadamente, es artificial y sirve para llamar la atención del vulgo.
Sería bueno procurar no actuar como don Quijote pues llamar a alguien hijo de p***, tiene variadas connotaciones: se insulta al adversario por ser hijo de “tal”, pero además se insulta a la madre por p*** y al padre, que permitió a la madre ser “tal”. Además, es una ofensa no sólo retroactiva al origen del adversario, sino es un insulto también para el porvenir, pues el hijo de “tal” está siendo hijo de “tal” desde el momento de su concepción hasta el presente, cuando recibe el insulto y hacia el futuro que le espera, y aún a su posteridad (porque siempre fue un hijo de p***).
Parece que don Quijote, en el delirio de su locura caballeresca, sucumbió ante cólera tan irrefrenable que lanzó insultos de esa magnitud, la más canalla y callejera.
Los que prefieren escuchar este tipo de interjecciones en la televisión o en la radio, lanzadas sin motivo suficiente, sepan que están siendo utilizados para escuchar trivialidades con el fin de direccionar sus conductas sociales; se dice que “quien habla como un patán, terminará por pensar como un patán y por obrar como un patán”, aunque claro está que todos tienen derecho a la libertad de expresión y otros a escuchar lo que les da la gana.
Columnas de GONZALO PEÑARANDA TAIDA