Lo rústico, lo anacrónico y lo político
Rústico, quizás anacrónico y falto de sentido, resultaba acudir a las fuerzas armadas para estructurar lo que era obvio debía organizar la administración.
Para aquel entonces Nardo era una ciudad hecha y derecha que cargaba los problemas de todas las grandes urbes del mundo. Atrás había quedado el tiempo aquel en el que se hacían las cosas en base a trinche y arado. Tras la reconstrucción, las cosas habían cambiado mucho, ahora la técnica y la ciencia se hacían vigentes todos los días con gente que iba de aquí para allá y sufría lo mismo solos que acompañados.
Ya nadie recordaba que Nardo era en realidad una ciudad de muertos, y que sólo el tiempo y la falta de imaginación habían logrado que las puertas desquiciadas y las esquinas desencajadas, ahora parecían exactas y precisas. Sin embargo, las casualidades inexplicables y los presentimientos inentendibles aún mostraban que una vez existió un tiempo distinto. No obstante, el fin y el sentido de esa existencia seguía siendo el mismo de aquel primer asentamiento: cosechar vidas, para que se las coma la muerte.
Aún a pesar de todo ello, lo cierto era que, en esta nueva realidad, con la imposición de los coches de luces parpadeantes y de ambiente climatizado, escaseaba la gasolina. Para mal de males, tampoco había tomate y se hablaba de una escasez de arroz. Así estaba Nardo a mediados de junio de aquel frío invierno.
El gélido aliento del altiplano debió haber estado muy fuerte aquel año, no otra cosa podía deducirse de las disparatadas soluciones de los políticos de aquel entonces, cuyos cerebros debieron seguramente congelarse para proponer lo que propusieron y para ejecutar lo que ejecutaron.
Carmen Rosa Mandioca lo supo de inmediato:
—La cosa se está saliendo de control —dijo, cuando vio que los militares sentaban presencia en las estaciones de gasolina.
Carmen Rosa Mandioca tenía la certeza de la experiencia, en sus más de 78 años como matrona, había visto de todo, y sabía que cuando el pueblo no tenía lo más básico para vivir, sea esto la gasolina para sus coches o el tomate para su arroz, la vida se complicaba.
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Columnas de RONNIE PIÉROLA GÓMEZ