Un tiempo raro
Vivimos la instancia en la que cualquier pelafustán pontifica sobre cualquier especialidad científica o técnica. Así quedamos con la boca abierta al escucharle al neófito desbarrar con autoridad suprema sobre materia jurídica sin que tenga la más mínima idea de lo que va expulsando por su boca. De ahí que los que saben de derecho, como ciencia, más allá del procedimiento, muchas veces no tienen más que mantenerse en silencio porque sus juicios jurídicos no solo que serán vanos, sino que estarán contribuyendo, sin saberlo, a mostrar un orden de derecho aparente, inexistente.
El nuevo orden mundial, los insólitos avances de la tecnología que despersonalizan e idiotizan al humano, determinan la existencia de una sociedad en la que rigen curiosos e inexplicables comportamientos antes nunca vistos.
Se está en la instancia en la que tienen el mismo valor la verdad y la mentira, todo “socializado” por los medios digitales y algunos tradicionales en los que cualquiera puede opinar sobre cualquier tema bajo el impulso de la emoción y la carencia de reflexión, ámbito en el que la política se ha convertido en espectáculo, unas veces de violencia, otras de procacidad y hasta de comicidad, y desde luego de malos manejos atentatorios a la población, todo bajo el común denominador de la incultura y la mediocridad de los actores políticos.
La política se ha convertido en un espectáculo que divierte al ciudadano y que la observa en el mismo medio en el que especta una serie o una telenovela, sabe que está mintiendo el político, pero acepta la mentira porque es parte del espectáculo; a la vez aparecen los asiduos contertulios expresando lo que mejor se les ocurre, pero lo que importa es que la declaración, la entrevista o el diálogo diviertan, sus componentes son la demagogia, el cinismo y la falacia.
En este tiempo raro se ha “legitimado” el antes mal visto nepotismo, esta aberración rige como en la Edad Media de los reyes: la autoridad, “administrador de la cosa pública”, ubica a su mujer, a su hijo, a su sobrino, a su hermano, a su entenado, etc., en un jugoso cargo público para que le “ayude” a gobernar en familia sin importar el mérito, esto ya a nadie extraña, es parte del espectáculo político.
A la ignorancia, mediocridad y transfugio de los parlamentarios se premia con un “salario” abultado, sin contar cartas y espadas; hablar de modo espantoso, bajar el pantalón del adversario, pegarle un sonoro sopapo al contrincante, luego preseleccionar a los que administrarán la justicia y dormirse en la sesión parlamentaria con un bolo de coca en la boca emociona y arranca carcajadas del ciudadano espectador.
Insólitamente, Magistrados, ¡custodios de la Constitución!, sin que nadie les pregunte, con falta de vergüenza que avergüenza, dictan resolución prorrogando sus funciones violando a esa santísima Constitución que “salvaguardan”.
En los periódicos y la televisión se exhibe el retrato radiante y sonriente de un ministro del gobierno y me pregunto “de qué se ríe, señor ministro, de qué serie”, si las calles se están llenando de miserables pidiendo algo para comer y los drogodependientes se multiplican lacerantemente, en los hogares medios no se sabe de dónde sacar dinero para poder comer y si alguien se enferma es probable que la muerte le esté esperando. Seré impertinente, “de qué se ríe, señor ministro, de qué se ríe”.
Mientras tanto, los políticos están muy ocupados, están estudiando “sacrificadamente” las fórmulas para presentarse en las próximas elecciones generales. Todos quieren ser presidentes, pero dicen que el liderazgo ambicioso no les importa, que es el programa el que les interesa y ni siquiera dicen cómo administrarían la crisis edificada por el proceso de cambio.
La política es un espectáculo que divierte, aunque aún hay gente que se indigna ante la estupidez que nos pisotea.
Columnas de GONZALO PEÑARANDA TAIDA