Tarde de perros
El 10 de octubre de 2022, Bolivia cumplió 40 años desde que en 1982 se restaurase la democracia.
Fueron 18 años de dictadura militar. Desde René Barrientos Ortuño, 1964, hasta Guido Vildoso Calderón, que posibilitó una apertura democrática hacia un gobierno civil, el de Hernán Siles Suazo.
Bolivia comenzaba a reconstruir un nuevo tejido político, social y cultural a cuestas. Todavía con las botas negras puestas y el fusil caliente en las cienes y en la memoria, el proceso democrático parecía caminar con un bastón enclenque en las manos debilitadas del Estado.
Comenzábamos a balbucear la palabra libertad, a probar, escuetamente, las mieles de la vida democrática.
Los graznidos del cuervo negro de Edgar Allan Poe se hacían eco en las convicciones sobresaltadas de los bolivianos: ¡NUNCA MÁS!
Para mi generación, la década de los 80 fue una etapa perdida, no desde el punto de vista temporal, aunque implícitamente lo fue, obviamente, sino, desde el avance intelectual, cultural, social, ético, moral, político, profesional y de convicciones humanas que se reflejan, indiscutiblemente en una sociedad estable y armónica.
Todo eso se cortó de una sola vez. En el fragor del llanto, la represión, la tortura, el encarcelamiento y la muerte, el fantasma de las dictaduras era, todavía, un presente que deambulaba en el sueño ligero de los bolivianos.
Había que reconstruir todo como un gigantesco rompecabezas. Restituir las libertades, contar los muertos, desaparecidos y torturados. Había que rediseñar el país para hacer que ese camino agreste hacia la anhelada democracia pareciera transitable y libre.
En esos 18 años de bota militar se trastocó absolutamente todo. Desde las infraestructuras hasta las estructuras más vitales del Estado. Un país roto en su unidad, parecía, pese a todo, tener la voluntad de empujar de nueva cuenta la rueda de Sísifo.
Aunque conceptualmente la recuperación de la democracia en Bolivia marchaba con claroscuros, prácticamente no bastaba con ejercer el derecho al voto para elegir a los gobernantes. Era necesario consolidarla en su integridad; la libertad de prensa, alternancia, derecho a disentir, participación social colectiva y un reconocimiento como una unidad colectiva en la diversidad.
Tras cuarenta años de vida democrática, desde hace 17 años, esa línea fue fracturada a través de dos hitos oscuros que marcaron profundamente los signos vitales de nuestra democracia. Los hechos nos alertaban de que algo iba pudriéndose de a poco.
En efecto, el 21 de febrero de 2016, cuando Evo Morales pierde el referendo que buscaba modificar la Constitución Política del Estado para perpetuarlo en el poder. Se toma por asalto la democracia y, finalmente Morales, es habilitado por el Tribunal Constitucional para ir a la rereelección indefinida.
El segundo, son los hechos ocurridos en 2019, cuando se descubre un fraude monumental que obliga a Morales a renunciar y huir del país con el rabo entre las piernas.
A partir de esos dos hechos, se puede advertir un desgaste más acelerado en la frágil línea democrática de la patria.
El sociólogo Juan Linz advertía con su punzante visión y con un sentido crítico, sobre esas nuevas democracias que corrían el riesgo de desvirtuarse y caer en deterioro, sobre todo, en su esencia, a la hora de probar su aplicabilidad. “La legitimidad le da más energía a la democracia, y la eficacia del régimen contribuye a la legitimación”, decía.
Desde hace 17 años, el termómetro de la democracia en Bolivia relampagueaba con luz roja. Alerta de un peligroso retroceso en la forma de ejercer las libertades plenas. Los seudo demócratas adquirieron estrategias que se confundieron en la bruma del descaro. Hubo pues, un empeño creciente en socavar la democracia relativa, para substituirla por las suyas que, sin duda, pretendían ser moldeadas a imagen y semejanza de sus caudillos.
Entre los regímenes no democráticos, sostiene Juan Linz, algunos están basados en el poder personal con una lealtad al gobernante que no se deriva de la tradición, la ideología, la misión personal o las cualidades carismáticas, sino de una mezcla de miedo y de recompensas a los colaboradores. El gobernante ejerce el poder sin restricciones, a su propia discreción y, sobre todo, sin verse limitado por normas o compromisos con alguna ideología o sistema de valores. Las normas y pautas de una administración burocrática son constantemente subvertidas por las decisiones personales y arbitrarias del gobernante, que no se siente obligado a justificarlas en términos ideológicos.
Desde hace 17 años, en Bolivia, impera un régimen híbrido, donde las coordenadas de un gobierno democrático se entrelazan con las de uno autocrático. Democradura, dictablanda y casi nada de liberalismo político. Democradura, porque desde hace 17 años se ha ingresado a un proceso de control social, una suerte de acaparamiento de las conciencias y voluntades de las que presagiaba con notable preocupación Octavo Paz. El estado como administrador total de conductas y de acciones. Dictablanda, porque se pretende adoptar mecanismos que apacigüen exigencias sociales y económicas justas en circunstancias en las que también coexiste un autoritarismo subyacente y una imposición monolítica. Casi nada de liberalismo político, considerando que es una filosofía política encaminada a garantizar la libertad del individuo y el poder que reside en el pueblo como constructor de su propio destino democrático.
¿Supone alguna diferencia para el éxito de la transición a la democracia que el nuevo régimen sea presidencial o parlamentario, unitario o federal, unicameral o bicameral? Se pregunta Linz. Y las respuestas las traduce en la experiencia histórica que sugiere que una democracia presidencial crea dificultades específicas en el proceso de redemocratización. Es más probable que el presidencialismo cree una situación de suma cero que el parlamentarismo, al dar considerable poder a un líder individual durante un período fijo de tiempo.
En Bolivia, el sistema presidencial tuvo y tiene condenas varias, desde la concentración de poder en manos del mandamás, hasta la creación de brazos políticos que se encargan de ejecutar trabajos por encargo.
Bolivia ha ingresado a una etapa en la que se tendrán que definir acciones frente a emociones básicas: miedo y esperanza, como sentenciaba Spinoza.
El principio de eficiencia que plantea el filósofo John Rawls se traduce en un concepto claro y definitivo: “Un sistema es eficiente cuando es imposible cambiarlo de modo que al menos una persona mejore sin que haga que al menos una, pase a ocupar una posición peor.”
“Una sociedad democrática moderna no sólo se caracteriza por una pluralidad de doctrinas comprehensivas religiosas, filosóficas y morales, sino por una pluralidad de doctrinas comprehensivas incompatibles entre sí y, sin embargo, razonables. Ninguna de esas doctrinas es abrazada por los ciudadanos de un modo general. Ni debe esperarse que en un futuro previsible una de esas doctrinas, o alguna otra doctrina razonable venidera, llegará a ser abrazada por todos, o casi todos los ciudadanos. El liberalismo político parte del supuesto de que, a efectos políticos, una pluralidad de doctrinas comprehensivas razonables pero incompatibles es el resultado normal del ejercicio de la razón humana en el marco de las instituciones libres de un régimen democrático.”
Lo que sucedió la tarde del pasado 26 de junio en Bolivia, (habría conmocionado a Frank Pierson) marca otro pasaje oscuro en la historia de ruido de sables de la patria. No interesa si fue un golpe de Estado fallido, o un autogolpe.
¡No! Ese es un cuestionamiento doméstico, callejero, facilón y hasta inocente. Lo serio está en pensar que estos 17 años de masismo, puro y duro, sirvieron para menoscabar las libertades, la ética, la política, la moral y nuestra balbuceante democracia, hasta llevarla al extremo de pretender hacernos creer que dos MAS dos son cinco.
Nada parece lo que es, verdaderamente, sino es lo que le parece al caudillo, al mandamás y al autócrata para subvertir el orden y las libertades y continuar aferrado al poder.
Esos son presagios endemoniados y trágicos para 2025.
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.