Un episodio de crisis diplomática: caso embajador Ramiro Tapia
Cuando el gobierno boliviano llamó a consultas al embajador Ramiro Tapia, destinado en Buenos Aires, todo parecía girar en torno a una reacción aparentemente lógica y guiada por la molestia que había generado el comunicado de la Oficina de la Presidencia de la República Argentina (OPRA), que calificó como falsa la denuncia de golpe de Estado realizada por el gobierno del presidente Luis Arce, respecto a los todavía confusos sucesos del pasado 26 de junio. Sin embargo, no era así. Se dio un paso muy serio en diplomacia, utilizando un recurso casi extremo, muchas veces previo a una ruptura diplomática, algo que, por supuesto, ni Bolivia ni Argentina desean.
Como las relaciones internacionales de Bolivia ahora no se manejan de una manera profesional, porque a la cabeza de esa importante repartición del Estado no está una persona entendida en diplomacia, se recurre a una medida reactiva, a un recurso salido del hígado de alguna autoridad y no como producto de un análisis cerebral que mida las consecuencias que genera una medida de esta naturaleza.
Como señalé en una columna anterior y en otros espacios de opinión, el comunicado argentino fue un exceso que fácilmente se encuadra en la violación de uno de los principios rectores de las relaciones diplomáticas entre Estados, como es la no injerencia en asuntos internos de los Estados. Este principio está en la Carta de las Naciones Unidas (NNUU), en la de la Organización de Estados Americanos (OEA) y en numerosos acuerdos internacionales.
Otro dato importante era la fuente. El comunicado provenía de la OPRA y no del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de Argentina, que es la instancia habitual en la comunicación bilateral. Habría sido más oportuno convocar al embajador argentino a la Cancillería, como se hizo, y entregarle una nota de protesta del gobierno boliviano. Incluso, en la nota se podría haber solicitado de una manera cordial cooperar con las investigaciones del denominado golpe, toda vez que el comunicado de Buenos Aires mencionaba como fuente a “reportes de inteligencia”.
Pero no, se optó por el llamado a consultas y se exigió una disculpa que hasta el día de hoy no llega y que, probablemente, no llegará. Y peor todavía, mientras no se aclare si fue golpe o autogolpe, no se puede exigir mucho, pues las únicas informaciones objetivas son las imágenes de la toma de la plaza Murillo por un raquítico contingente militar con algunos vetustos carros de asalto, por una parte, y por la otra, la versión de ese mismo día del líder del motín militar, el general Juan José Zúñiga, quien aseguró que la toma militar fue un autogolpe.
Lo que viene trascendiendo desde el día siguiente de aquellos hechos son versiones contradictorias, unas impulsadas por el gobierno que incluso advierte que quienes contradigan la versión del golpe están alineados con la derecha, y, por el otro lado, declaraciones como la del capitán Sergio Castro Ustariz, miembro del grupo de inteligencia de las Fuerzas Armadas de Bolivia, formuladas a un programa periodístico desde un sitio desconocido en el autoexilio. El relato de Castro es evidentemente pletórico de datos, tantos que despiertan dudas, pues puede tratarse de otra estratagema, como cuando apareció el testigo clave de otro hecho complicado en Bolivia, “El viejo”.
En Bolivia, el tema aún no ha dado con la verdad histórica de los hechos del 26 de junio, y solo asistimos a una desesperada intención que pretende instalar la versión de golpe sin mayores pruebas que los confusos hechos de plaza Murillo.
Es posible que las investigaciones, como muchas otras de situaciones parecidas, no terminen con resultados concretos. Mientras tanto, la situación del embajador Tapia está congelada y con ello las relaciones bilaterales entre los dos países se mantiene en vilo.
El mismo embajador Tapia ha señalado que se mantendrá en Bolivia “hasta nuevo aviso”. Los que conocen del lenguaje diplomático y sus señales, están seguros de que cuanto más tiempo transcurra, la decisión que se tome desde La Paz será más difícil.
Por lo dicho, por el propio Javier Milei y por su portavoz, Manuel Adorni, las posibilidades de una disculpa son remotas y el embajador Tapia tendrá que volver a la sede de sus funciones en silencio, algo que demostrará la falta de profesionalidad de nuestra diplomacia actual.
La fórmula más simple pareciera ser la de lograr una reunión bilateral en el nivel que se pueda ejecutar y emitir un comunicado conjunto que mencione como superado el impasse, sin mayores explicaciones. Es muy normal que reuniones de esas características no emitan mayores comentarios sobre el contenido. Pero esto debe ser lo más pronto posible, pues la señal del llamado a consultas no es buena y tiene que resolverse.
Columnas de JAVIER VISCARRA VALDIVIA