Necesitamos una Bolivia para la gente decente
Joan Manuel Serrat musicalizó el poema de Antonio Machado, “Españolito”: “Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza/entre una España que muere y otra España que bosteza. / Españolito que vienes al mundo te guarde Dios. /Una de las dos Españas ha de helarte el corazón.”
El volumen de acontecimientos absurdos que vivimos ya resulta incomprensible y se impone el preguntarnos, “¿cómo hemos llegado hasta este punto?”. En todos los campos, los titulares hacen realidad lo dicho por nuestras abuelas que lo poco asusta y lo mucha amansa; ¿lo último?, el sainete inexplicable y grotesco de tanques en la plaza Murillo.
Para utilizar la metáfora de Machado, las dos Bolivias en las que trajinamos son también diametralmente opuestas. Una que trabaja y otra que bloquea. Una que produce con dignidad todos los días y otra que discurre en el absurdo de la violación de las normas y la legalidad. Una, obligada a escuchar discursos desabridos, y en la otra, candidatos que manosean una sociedad que sobrevive con el dólar a 10.50 bolivianos. ¿Hasta cuándo?
Bolivia es el país de América Latina con mayor cantidad de leyes contra la violencia y la corrupción, la que tiene el mayor número de instrumentos e instituciones para realizar fiscalización y contraloría pública y social, haciendo culto también al papel mojado que repite hecha la ley, hecha la trampa, aplica la ley del embudo contra la gente honrada, y baila en el compadrazgo, los prestes, las comparsas y las cofradías de mutuo socorro.
Una paradoja evidencia que la informalidad y la mofa es en su relación con “las autoridades”, pues en las relaciones humanas, es solidaria y generosa, salvando inclusive la ausencia de Estado; confianza, apoyo comunitario, campañas que buscan recursos, rifas y comidas solidarias, cumplen el “hoy por ti, mañana por mí”. El microcrédito, las garantías cruzadas, la existencia de obligaciones interpersonales, con baja mora a pesar de la crisis, expresan un grado de corresponsabilidad y de gran cuidado con el otro.
Hay que sumar a este valor sociológico, dos conductas, esta vez de chantaje desde el Estado; el gobierno manipula el nivel de dependencia de los actores informales y productivos, ligados a la tierra, industria, comercio y obligaciones privadas internacional, necesitados de políticas públicas e incentivos, los contrabandistas y los productores, por los cupos y el control de divisas, son llevados a obedecer imposiciones por el riesgo de nuevos gravámenes, exacciones y controles por parte del poder. Frente a la urgencia, deben aceptar condiciones despreciables que, además, no siempre se cumplen y necesitarán, posiblemente, otro pliego petitorio y otra negociación. El lenguaje diplomático de las visitas de los presidentes, Santiago Peña que ofreció el territorio paraguayo a los empresarios bolivianos, y Lula Da Silva quien recordó que Mercosur exige Estado de derecho para hacer buenos negocios, no parece haber sido comprendido por el gobierno. Ausencia de seguridad jurídica, de justicia independiente y autoridades impuestas por el dedazo político profundizan las diferencias entre las dos Bolivias.
El Bicentenario es un buen momento para que la gente decente recupere la palabra y amplíe espacios de confianza y credibilidad. Y así, nos alejemos de la muerte y el bostezo.
Columnas de CARLOS HUGO MOLINA