La epopeya democrática venezolana
Hoy, 28 de julio de 2024, se están llevando a cabo las elecciones presidenciales de Venezuela. El acontecimiento fue adelantado cinco meses por el Consejo Electoral subordinado a la dictadura “para aprovechar la enorme dispersión opositora y evitar que el proceso electoral se desarrolle luego de las elecciones en Estados Unidos”, según refiere una nota de Augusto Taglione, publicada en lapoliticaonline.com el 5 de marzo de 2024. Además, para tener seis meses hasta la transmisión del mando en enero de 2025, tiempo suficiente a favor de la tiranía en función de que tome medidas convenientes a sus intereses en el caso de ser derrotado su candidato.
El recorrido de los demócratas venezolanos hasta aquí ha sido largo y empinado en extremo, tanto que puede llevar a una apuesta pesimista por la derrota, más aún, considerando la acumulación del cansancio y las frustraciones desde 1999. Su trazo fue retorcido durante un cuarto de siglo en el contexto de la perversión del Estado, el Derecho y la Democracia, con malévolas intenciones de vaciamiento de su contenido auténtico, en oposición abierta a los valores y principios que al advenimiento de la modernidad clausuraron las edades oscuras cuando no existían la persona, su dignidad y sus derechos. Este retroceso es el proyecto llamado del “socialismo del siglo XXI”, concebido y dirigido desde Cuba a partir de la caída del socialismo real a principios de los años noventa. Aplicado por primera vez en Venezuela. En él se remoza el modelo totalitario cubriendo su decidida, inclaudicable e ineludible opción por la violencia y la muerte con una democracia adulterada, instrumentalizada a su servicio. Prosiguió la tarea intensificando la vocería de odio y confrontación con base en el desmantelamiento de la historia. Se justificó el horror con las órdenes indebidamente denominadas “constituciones” y “leyes”, expresión de la voluntad de una oligarquía delincuencial encaramada en el poder, por las buenas y las malas, a nombre de los pobres, para medrar de lo lícito y lo ilícito, provocando más miseria e indefensión. Entregando la soberanía del país a la fuerza invasora voraz cubana que opera materialmente la maquinaria de terror y muerte, aprovechando todo lo que puede. Pequeño pulpo de enormes tentáculos con pretensiones de expansión.
La gesta democrática venezolana recorre sobre una ruta regada con la sangre de los muertos, torturados y vejados, bajo la violencia como medio de obtención y ejercicio del poder. Con la de las víctimas del desamparo y las carencias, de las vitales necesidades insatisfechas en esta tierra convertida en páramo de saqueo, corrupción y crimen. La sangre se mezcla con el llanto derramado por los 7.700.000 que se marcharon y por sus familiares que se quedaron, esperando el reencuentro.
Por eso, el 28 de julio es un hito en la historia de la lucha por la democracia, en Venezuela y en todo el mundo. Se ha llegado a él con una certeza, de los venezolanos decididos a recuperar su libertad para construir su futuro y el de sus hijos, y de los demócratas a lo largo y ancho del planeta: hoy día habrá una avalancha incontenible de votos a favor de la Mesa de Unidad Democrática (MUD) que le dará la victoria contundente sobre el continuismo totalitario, y ungirá presidente de Venezuela al candidato Edmundo González Urrutia, prestigioso internacionalista, analista político y diplomático que asumió con valor civil la difícil tarea de reemplazar a María Corina Machado en la candidatura, después de que ella fuera inhabilitada arbitrariamente por la dictadura criminal enseñoreada a partir de 1999, con Hugo Chávez y con su heredero, Nicolás Maduro.
Sí. Hoy se siente la certeza de la victoria democrática sobre la base de la lenta y potente emergencia de “un movimiento social de hondo calado, que ha ido derribando barreras entre los venezolanos, uniendo a la sociedad en un proceso de reencuentro… hasta de redención, profundo”, en palabras de María Corina. Un movimiento cuya presencia multitudinaria ha irrumpido a lo largo y ancho del territorio de Venezuela, a fuerza de pulmón, al ritmo de los latidos del corazón; testimonio objetivo del lado al cual está inclinada la balanza: el de la libertad. Por encima de la manipulación, el fraude y la represión. Pese a que la campaña electoral, como dijo con toda razón Edmundo González en una rueda de prensa hace tres días, ha sido “heroica (…) la más desigual de todos los procesos electorales de Venezuela”. Se sabe a ciencia cierta quién ganará. Lo que no es si el régimen aceptará los resultados, si los comunicará formalmente, si los falseará, si hará uso de la violencia para desconocerlos, si aplicará represión sobre Edmundo y María Corina… nadie lo puede asegurar. Sin embargo, hay otra certeza: pase lo que pase, ha comenzado el principio del fin del totalitarismo en Venezuela. Y ese es el valor de su epopeya democrática, de sus notas morales y espirituales y de su liderazgo inteligente y cálido que abraza a la ciudadanía. Que nos convoca e inspira.
La autora es abogada
Columnas de GISELA DERPIC