Asterio Galán y la muerte
Asterio Galán nunca supo de qué murió, pues su único recuerdo era el agudo dolor que sintió en la nuca segundos antes de perder el conocimiento; aquella fatídica jornada él estaba junto a su bicicleta, mirando las hojas viejas de un periódico y enterándose de los problemas que atravesaba Venezuela, por el capricho de un hombre malvado que estaba dispuesto a hacer lo que fuere para mantenerse en el poder. Él jamás sabría que aquel dolor sordo que le provocó la muerte era en verdad el impacto de un palo de madera que un ladrón de mala madre usó para arrebatarle la bicicleta.
El antiguo trabajador del juzgado regional despertaría medio opa y caminando en medio de una neblina espesa en la que veía tenues sombras de otros que, como él, deambulaban hacia el Más Allá. En su recorrido y tras caminar un buen trecho, Asterio Galán sintió que la bruma se disipaba, dando paso a un pueblo mal armado, donde las puertas no encajaban bien y las puertas se sostenían mal.
-¿Dónde estoy? -se dijo a sí mismo aun frotándose la nuca para aliviar la sensación de dolor.
Poco le tomaría enterarse de que en la muerte también había burocracias que cumplir y formularios que llenar, y se decepcionó de veras al verificar que los muertos tenían poca memoria y rememoraban principalmente las memorias más dolorosas.
Sin embargo, más pronto que tarde se encontró sentado en una plaza charlando con la persona más hermosa que había visto jamás. Su interlocutor era un ángel hecho y derecho, con alas de nieve como ordenaba la cristiandad y con aureola dorada como mandaba la fe.
Asterio Galán conversó con él por horas, hablando sobre los problemas de los vivos y debatiendo respecto a las dificultades de la muerte.
Ahí fue que se enteró que su vida había sido correcta y que, si bien alguna vez hizo mal, fue sin querer, y las más de las ocasiones supo actuar con bondad.
Cuando tocaron uno de los recuerdos más cercanos de Asterio Galán, el ángel afirmó:
-El tirano quiere mantenerse en el poder a toda costa.
Se referían, evidentemente, al fraude monumental que por aquel tiempo ejecutaba un hombre de poca moral y mucho bigote.
-Si supieran que a este lado sus propias ambiciones serán las que los condenen -comentó el ángel.
- ¿Cómo es eso? -preguntó Asterio Galán.
Justo fue en ese instante que de las alcantarillas emergió una criatura del tamaño de una rata, que tenía dos patas desnudas como la piel, una cola de serpiente y una cabeza peluda por la cual emergían unos viejos y sucios dientes.
En ese momento el ángel cambió de forma y se apoderó de su imagen una criatura de toga negra y escalofriante, cuya presencia inundó todo de un gélido aliento. La muerte no dudó y en un santiamén tomó su guadaña y con la afilada punta atravesó a la criatura, abriendo en sus intestinos unos restos hechos de una pestilente masa verde.
-A esto mismo me refiero -indicó la muerte- los malvados en vida, se convierten aquí en las alimañas que corren por las alcantarillas.
-¿Y quién era ese? -interrogó Asterio Galán con un escalofrío recorriendo su espalda.
-No lo tengo claro -dudó la Parca-, pero creo que era una parte del que otrora fuera el jefe del que hoy está provocando todo un desmadre con su fraude.
Esa noche Asterio Galán recién ganó consciencia de que aquella tarde estaba conversando con el ángel de la muerte en persona, y que en realidad la muerte no era ni mala, ni buena, y que se podía mostrar amable y hermosa, tanto como podía ser tenebrosa y malvada, dependiendo únicamente de la vida buena o mala del difunto.
Columnas de RONNIE PIÉROLA GÓMEZ