Estado y cojones
Amotinamiento militar fallido o ridículo autogolpe, el episodio protagonizado por el enajenado general Zúñiga nos devolvió a la memoria la patética figura del dictador boliviano. Éste militar de pomposo traje camuflado, boina y chaleco antibalas, presto para una guerra fantasmal, que ingresó a plaza Murillo en tanqueta, irrumpió en el Palacio de Gobierno y, tras su careo con el Presidente se explicitó, o más bien, vomitó frente a las cámaras un discurso violento y altamente antidemocrático, pero también olímpicamente estúpido, nos recordó a los personajes de botas y picanas que nos gobernaron entre 1964 y 1982.
Su sarta de incoherencias no merece ningún análisis, pero reconozco que, además de su constante alusión a los cojones, me irritó entonces y me irrita aún su intención de hacerse cargo del futuro de los niños bolivianos. Es porque tengo dos hijas pequeñas, a quienes mi esposa y yo educamos con un contenido intelectual y afectivo diametralmente opuesto a los (anti)valores de aquel bucéfalo cuya cultura cabe dentro de una galleta de la suerte.
También me resultó decepcionante la reacción de un porcentaje importante de la población. No tanto porque la gente corra en manada hacia gasolineras, cajeros y supermercados cada vez que escucha un rumor, petardo o cohetillo, sino porque teclee en su celular -mientras hace fila para pagar su quintal de papel higiénico- textos incendiarios de apoyo a un golpe de Estado. Es triste constatar que para muchos la democracia no es un valor supremo que recuperamos en 1982 y que -aunque haya sufrido desportilladuras y manoseos del prorroguista Evo Morales y el ultracorrupto gobierno transitorio-, debemos siempre proteger y priorizar por encima de todo. Pero lo cierto es que, hastiados por la difícil coyuntura, numerosos bolivianos se posicionan sin vergüenza en el golpismo y/o fascismo antes que en el campo de las ideas, el debate y las propuestas.
A todos ellos les recomiendo, primero, tomarse un mate, y luego leer el discurso de Marcelo Quiroga Santa Cruz frente al congreso en 1979, cuando expone el pliego acusatorio contra el dictador Hugo Banzer Suárez y sus cómplices. El escritor de Los Deshabitados define la dictadura como un régimen de gobierno que expresa los intereses de un sector minoritario de la sociedad, que atenta contra la seguridad, la integridad, la soberanía y la dignidad nacionales, que destruye la economía popular y nacional y que utiliza la represión como medio para imponer autoridad. El líder del PS-1 pregunta cómo, si no estuviesen delante de los civiles las bayonetas; cómo si no fueran tanques los que amenazan sus hogares, tolerarían todos los abusos y la privación de libertades por parte de un sector que jamás tuvo patria, sino bolsillo para defender.
Marcelo y otros valiosos demócratas fueron asesinados hace 44 años en el golpe de García Meza. Yo aún no había nacido, pero miro videos de aquella narcodictadura donde sobresalen las terroríficas intervenciones del ministro Arce Gómez, que se refería a los ciudadanos como “elementos” a quienes instaba a caminar con el testamento bajo el brazo, y los comparo inevitablemente con los videos que Zúñiga fue publicando con “sesuda” planificación para generar adherentes que lo apoyaran en su febril cruzada de junio. En ellos, el autoproclamado “general del pueblo” se muestra haciendo flexiones, carajeando a los ilusos premilitares y, por supuesto, hablando de testículos, una fijación suya digna de psicoanálisis.
En una Bolivia con fuerte crisis económica, bajo nivel de educación, déficit de oportunidades laborales y moral golpeada, si necesitamos una revolución es en el sistema educativo, una reestructuración drástica del costosísimo aparato estatal -en el que los militares se jubilan con el 100% de su sueldo-, un giro radical en la política económica y otras medidas urgentes ejecutadas por ciudadanos elegidos con voto popular, no por golpistas salvajes que reemplazan las ideas por los cojones.
Columnas de DENNIS LEMA ANDRADE