Celinda Sosa revela: La Cancillería no cuenta con diplomáticos
l
a ministra de Relaciones Exteriores de Bolivia, Celinda Sosa Lunda, ha revelado por escrito que el ministerio a su cargo no cuenta con funcionarios diplomáticos de carrera. Esta afirmación, aunque ya conocida en ciertos círculos, seguramente provocará indignación entre quienes comprenden la importancia de las relaciones internacionales para un Estado.
Esta columna ha tenido acceso a una respuesta de la jefa de la diplomacia boliviana a una petición de informe escrito (PIE) presentada el pasado 22 de agosto a la Cámara de Diputados, donde hizo la citada revelación.
El problema, sin embargo, no radica únicamente en la ausencia de diplomáticos profesionales cuyas tareas ahora las cumplen familiares y políticos del régimen, sino en el estado crítico en el que se encuentran las relaciones internacionales del país, tanto con sus vecinos como a nivel global.
La improvisación no es un tema menor. En el caso de Perú, asuntos de suma importancia como la demarcación del lago Titicaca o el uso de las aguas del río Mauri han sido abandonados. Bolivia, que en su momento exigía el cumplimiento de acuerdos, parece haberse rendido ante el uso unilateral de este río por parte del país vecino.
El episodio más ríspido ocurrió tras la destitución de Pedro Castillo en Perú, cuando el presidente Luis Arce incurrió en injerencia en los asuntos internos de ese país, provocando un distanciamiento visible en la relación bilateral. Perú intentó enviar un nuevo embajador, pero la inoperante Cancillería boliviana tardó en responder, y ahora las relaciones diplomáticas se gestionan a nivel de encargados de negocios.
Con Argentina, la situación es particularmente tensa: su embajador, Marcelo A. Massoni, lleva medio año esperando una cita para presentar sus cartas credenciales al presidente Luis Arce. A estas alturas, esta displicencia ya se considera en diplomacia un mal trato y ha generado críticas entre los entendidos.
Con Chile, las interacciones recientes se limitan a reuniones técnicas sobre migración y aduanas, mientras que temas trascendentales, como la histórica demanda marítima o la implementación del fallo de la Corte Internacional de Justicia sobre las aguas del Silala, han quedado relegados.
Es importante precisar que esta crisis no se debe únicamente a la desmantelada Cancillería, sino también a la falta de liderazgo en el ministerio de Relaciones Exteriores. Sosa Lunda carece de formación en diplomacia, su trayectoria se basa en su rol como dirigente bartolina, sin evidencia de preparación en las áreas clave que hoy maneja como cabeza de esta vital repartición del Estado.
Como un burdo paliativo, la Cancillería ha lanzado estos días una convocatoria para una maestría virtual en relaciones internacionales destinada a los trabajadores de la institución. Esta medida, en el último año de gestión, parece más un intento de legitimar una gestión fallida con títulos apresurados que una solución real.
Las consecuencias de esta falta de pericia no son menores. Mientras Brasil firma declaraciones de buenas intenciones con Bolivia, no se ha avanzado en temas sustanciales. La visita de Lula da Silva a Santa Cruz fue recibida con entusiasmo, pero tras su partida, sólo quedan promesas. Con Paraguay, la relación sigue en una cómoda inercia, aunque sin los avances deseables. Fuera del vecindario sudamericano, la situación es aún más desalentadora. La relación con Estados Unidos se describe como una “no relación”, mientras que, con Europa, Bolivia sigue siendo el único país de la región que no ha logrado concretar acuerdos significativos.
La gestión de Sosa y la de su predecesor Rogelio Mayta confirman no sólo la improvisación con la que se viene manejando esta importante cartera de Estado, sino también la certeza de que estamos ante la administración más desastrosa de la Cancillería en la historia reciente. La “diplomacia de los pueblos por la vida” ha dejado al país al borde del aislamiento internacional. Mientras no se opere un cambio profundo en la conducción de las relaciones exteriores, Bolivia seguirá siendo un espectador irrelevante en la comunidad internacional.
Columnas de JAVIER VISCARRA VALDIVIA