A cinco años de la revolución de los “pititas”
Toda gran causa comienza como un movimiento, se convierte en un negocio y termina siendo un fraude.
Todo comenzó en 2006 y terminó, tras 14 años, en 2019.
Este 26 de octubre cumples 65 años, no sé si de vida, quizá de un paulatino deterioro personal, ético, moral y de integridad: sólo, abatido y con un rictus de miseria que hasta el final de tus días denotaran un profundo vacío.
Qué desdichado y triste debe ser cumplir años sin que nadie te dé un abrazo sincero y honesto o, cuando menos, saluden con cierta honra tu integridad y tu dignidad. Qué miserable se ha de sentir ese ser humano cuando en medio de su infame vida ya no existe otro camino que abrazarse a los oscuros demonios de la desvergüenza, de la deshonra y de la desgracia.
El egocentrismo, la soberbia y la codicia de poder te convirtieron en un ciudadano con un final fácil de predecir: fatídico, autoritario y sediento de venganza.
Entre victorias pírricas, escándalos y corrupción, por fin tocaste fondo. Y era lógico pensar que, frente a la verdad, al rechazo de tu gobierno de una gran mayoría de los bolivianos, sólo te quedaba hacer ejercicio del poder cobarde, de facto y la consabida, cómo no, retórica del amedrentamiento y la amenaza.
Pero tu gran afán, a lo largo de tus 14 años como jefazo, era dividir a los bolivianos para reinar a perpetuidad.
¡No lo conseguiste! La primera lección de democracia y unión te la dimos el 21-F de 2016. La segunda y la más determinante fue el 20-O de 2019.
Dos instancias democráticas, fidedignas y taxativas que hasta ahora te duelen en el centro de tu ego. En tu carácter de pretender la presidencia vitalicia declarada por ti y tus elites de poder.
No aceptaste que la alternancia en el, y del poder sea una forma de vida democrática. Desde luego que eso no te inquietó ni en lo más mínimo.
Te cebaste a la idea de ser un jefe vitalicio en un gobierno distópico en el que todo y todos debían estar bajo tu mando. Te sedujo la idea de ser un tótem y un tabú: glorificado e intocable.
Un personaje endiosado al que se le debía venerar y rendirle pleitesía. Desde tu lógica, tú no tenías ciudadanos que gobernar, ni país que administrar, sino, vasallos que reprender y mandar e instituciones que regentar.
Hoy, a cinco años tu derrota definitiva, los bolivianos que reivindican la libertad, la democracia y la alternancia te han demostrado que siempre estarán de pie. Que tus propósitos por escamotear esa homogeneidad de convicciones y de deseos de libertad se hicieron añicos.
Los que todavía te siguen son una minoría que están atados a tus mandatos de facto.
El 20-O de 2019 el pueblo se hartó, y decidió perseguir sus propios derroteros de libertad y de futuro.
Una inmensa mayoría de los que siguieron tu gobierno nefasto, entre políticos, politiqueros, intelectuales, intelectualoides y una gran masa social servil y diversa, ya se hicieron viejos como tú. Y ya están pagando su penitencia en el rincón de los recuerdos y del arrepentimiento.
Actualmente, sólo pueden comentar, desde su sofá de reposo, viéndote por televisión, cómo se produjo tu metamorfosis inexplicable y cómo llegaste a ser lo que eres y continuar con tus fechorías, haciendo añicos toda una coyuntura de cambio social, político y cultural que podía haber sucedido.
Bolivia es un país compuesto principalmente por una población joven. Esa juventud tiene distintos rostros, otros talantes, otras visiones, otros sueños.
No la conociste, ni la conoces, sin duda, sus semblantes estaban disipados entre sus aspiraciones y sus ansias por alcanzar distintas metas. Son los jóvenes que no conocen otra forma de gobierno que el del MAS.
En gran parte son los que resistieron a tu llamado de cercar al país, de ordenar que no ingresase comida a las ciudades.
Son los que pusieron el pecho para impedir que les jodas su futuro y sus aspiraciones.
Los disparos de la represión y el asalto de la delincuencia, encargado por tu derrotado gobierno, los torearon con el pecho abierto, arriesgando sus vidas, ensangrentando sus rostros.
Es que era su futuro el que se estaba jugando. Así como lo fue el de nuestra generación, la lucha contra la dictadura militar de los ochenta, que tuvimos que encarar con sangre y muerte. Salimos vivos de ella y juramos defender la consigna del nunca más para Bolivia.
Con tu discurso sesgado, dijiste que habías ganado en primera vuelta. Entrelíneas, subyacía la voz del exdictador nicaragüense, Anastasio Somoza García cuando dijo que: “Quizá me ganaste en las elecciones, pero yo gané en el conteo de votos”.
¿Lo recuerdas? Acusaste a los jóvenes que acudían a las marchas y protestas en defensa del voto en gran parte del país, entonces por la sospecha de un fraude electoral, de hacerlo a cambio de dinero y notas.
"Algunos jóvenes, por platita y por notita (están) movilizados, engañados", decías.
Ni por notas ni por plata. Esos jóvenes, a los que en su día tuviste el desagrado de enfrentarlos, marchaban y protestaban para que justamente nunca más les gobierne personas como tú.
Esos jóvenes tuvieron (aún lo tienen) otro temple. Aborrecían (aborrecen) la demagogia, la impostura y la imposición para perpetuarse en el poder.
¿Jamás te dio la gana de reconocerlos no?
En el fondo, ya sabías de su talante y les temías. Sabías que en ellos estaba el peligro para que enfrentaran tu gobierno infame, con tanta convicción y patriotismo.
Bolivia se unió más que nunca. De oriente a occidente. A los bolivianos que marcharon y asistieron a los cabildos nadie los había convocado. Nadie los amaestraba. Nadie les pagaba. Su lucha era espontánea y tenían causas comunes e indestructibles: batallaron por una democracia participativa, en contra del engaño y del fraude, en pos de una libertad que no se rifa ni se oferta.
Esos eran sus méritos. Por eso fue un levantamiento claro y legítimo, un reclamo de sus derechos coartados y segados desde hacía 14 años.
También dijiste que se bloqueaba con “pititas” y “llantitas”. Claro, para tu manual del perfecto bloqueador y por tu brillante análisis, deduzco que ese ejercicio debía incluir una constante conspiración, subversión y un atentado a la vida de los demás: dinamitazos, explosiones, barricadas mortales, muertos, heridos y demás desgracias. Esos sí son bloqueos endiablados, con apología del delito incluida.
Esas “pititas” que iban de extremo a extremo, marcaban el límite entre tu gobierno nefasto y la dignidad de la gente combativa y demócrata.
Del lado de los que creían y creen en la democracia, estaba la cordura y la lucha digna por un ideal colectivo y una bandera nacional.
Del lado tuyo, estaba la opacidad y la represión, obedeciendo a un capataz y a una bandera política de color azul electrizante.
¿Lograste comprender a cabalidad la gran resistencia que tuvieron esas “pititas”?
¡Poder y gloria!
Tenían nudos fortísimos, indestructibles. Tensaban la historia del ahora o nunca. Vibraban al sólo hecho de tocarlas.
Jóvenes, niños, ancianos y ancianas, gente de barrio, de todos los días. Vecinos, amigos, le dijeron NO a la sombra de tu fraude monumental y a tu afán de atornillarte en tu silla de monarca.
Lo que ocurrió, particularmente, el 29 de octubre de 2019 en Cochabamba, quedará en la memoria oscura de nuestra historia, como el día en que se consumó un salto a la ciudad y un atentado criminal a sus habitantes.
Al peor estilo de las emboscadas criminales, los cochabambinos sufrimos un atropello a nuestra integridad. Las hordas masistas actuaron con el único recurso que tienen los cobardes cuando están derrotados: atacar por la espalda y huir. Quemaron, saquearon, asaltaron viviendas, hirieron de muerte a sus iguales y se replegaron a sus cuevas, jadeantes, como las bestias.
A eso llegamos. Mejor, a eso hiciste que llegáramos. A enfrentarnos entre bolivianos, todo por preservar tu pretendido trono, por conservar tu poder y tu silla de barro.
Esta ciudad histórica e indomable no se rindió ni se hincó ante el tirano. Renació, creció, se sacudió y volvió a la lucha.
Después de todo el dolor, los enfrentamientos, muerte y tragedia, ya no estaba en consideración una segunda vuelta.
Debías irte con el rabo entre las piernas. Huiste cobardemente y pasaste a ser el presidente con el peor gobierno que tuvo Bolivia a lo largo de su historia.
Y así, entre gallos y medianoche, llegaste al final del túnel, al pozo onettiano, o la náusea sartreana. A la nada, al vacío.
A ese irónico retorno de lo idéntico, en donde el pasado oscuro de las botas negras pretendía apretar sus cordones para volver a pisotear la democracia y dar paso al Tirano Banderas, a la Fiesta del Chivo. A derramar las hojas amarillentas de El otoño del patriarca.
A cinco años de la gloriosa revolución de los “pititas”, decir que el 20 de octubre de 2019 hubo elecciones en Bolivia es un eufemismo. En realidad, fue un plebiscito, al mejor estilo chileno del 5 de octubre de 1988, para que la “dictadura perfecta” de tu gobierno siga o se vaya. Ganó el NO, por segunda vez y, desde entonces, se lo defiende a capa y espada, siempre.
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.