Una lluvia loca, unas vacas flacas y un pez gordo
Dice que había una vez una tierna señora de avanzada edad que se levantó una mañana chocha de la vida, porque volvió a ver el sol luego de estar encapsulada con el humo de los incendios más de 100 días de soledad, pero sin sol.
Desde el balcón de la ventana la viejinga pensó: “con este tiempo, hubiera ido a la piscina, ya todo está normal”, y el árbol le dijo:
—Doña Jazmín, me alegro que piense en la piscina, le falta una bronceada, pero quedan cuentas pendientes.
—Yo no hablo con árboles... Se detuvo un instante y afirmó: perdón, pero ¡los árboles no hablan!
—Tampoco nos bronceamos, pero nos queman. He perdido a toda mi familia en los incendios y sólo llego a usted con el último aliento de mi vida.
—¿Aliento?
—En realidad, humo.
—Sí, lo siento en el ambiente.
—En realidad es el medio ambiente, ¿cómo le vamos a responder a la naturaleza sobre los pastos que han desaparecido?
—Los humanos no hemos sido los culpables de que no hayan lluvias.
—¿Está segura? ¿Y la muerte de los animales?
—Son riesgos de vivir en el monte.
—¿Y los animales que viven en la ciudad?
—¿Se refiere a algún político en particular?
—No ¿cómo evitar que las vacas se vayan reduciendo a piel y huesos ante la sequía?
—Todo eso ocurre, porque el hombre es el que seca los suelos y los suelos secos provocan incendios. Pero la lluvia soluciona todo.
— No me diga que habla de esa lluvia que cayó la pasada semana, fue la lluvia loca que obviamente superó a los voluntarios y despejó el aire, pero la lucha no ha terminado y los bomberos están exhaustos.
—He tratado de comunicarme con san Isidro Labrador, pero no responde. Parece diputado ocioso.
—Si es labrador, no va a aparecer en los incendios.
—¡Qué mierda! Sólo quedan los bomberos.
—Ha dicho usted una mala palabra, señora. Tranquilícese.
—No, ¡no me tranquilizo, soy malhablada, fumo cigarrillo tabaco negro, incinero mis pedos y duermo siesta hasta la hora que me da la gana!, pero me emputa que un árbol me esté echando la culpa de todo.
—Sólo era una pequeña opinión, porque usted está feliz de este su sol de septiembre, pero la lucha no ha terminado.
—Así sea un pucho de cigarrillo que vuelva a caer a los pastos secos, volveremos a meternos bajo la cama para que el humo nos vuelva a interrumpir la vida, estoy muy consciente de eso, jovencito.
—No soy jovencito, tengo 619 años señora, afirmó el árbol.
—No pretenderá que yo le diga mi edad.
—No, señora. Ya hemos cambiado mucho de temas.
—Sí, hablamos de que nos comimos a las vacas flacas, pero queda un pez gordo pendiente.
—De peces no sé nada. Soy vegetariano, dijo el árbol.
—En este país, don árbol, hay un siniestro personaje por ahogar, que se esconde y protege escoltado por un ejército de narcosindicaleros, para que no lo lleven a tribunales.
—Y eso que tiene que ver con el cuento.
—Es la perversa continuación de este cuento. Es un canalla, sigue la criatura del mal, protegido por bloqueadores.
—Pero deben ser igual, unos animales.
—Son las bases del pez gordo.
—¿Un pez gordo protegido por humanos?
—Lo tienen en un trono masticando odios y masticando coca.
—Pero ¿qué tiene que ver todo eso con nuestro cuento?
—Porque es la segunda parte de nuestro drama. Mi gente sufrirá mucho más que antes, porque esta bestia peluda hará arder mi país, sin necesidad de prender fuego.
—Señora: ¡Eso es magia pura!
—No, es pura demagogia. Es prepotencia y una estupidez elevada al cubo diez veces.
—Señora, me asusta porque este no es un cuentito para niños.
— El perverso bloqueador es un monstruo que mueve su cola en el mar de la coca en el trópico, respaldado por el instrumento político que sostiene la Diosa Verde y su secuaz Narquito.
—Su pueblo no puede seguir con cosas tan terribles.
—Un bloqueo a estas alturas es como pegar a su mamá, dijo la anciana tratando de apretar una lágrima a punto de rodar por sus mejillas sin pavimento.
—Qué tierna es la abuela- comentó el árbol.
—¡Nada de tierna! Yo le daría un escopetazo en el culo para hacerlo volar.
—Ojalá que este relato no pase de ser un cuentito de pésimo gusto a ser una tragedia de dolor, luto, muerte, dijo el árbol y desapareció entre la humareda. Es decir, se hizo humo.
Doña Jazmín cerró su ventana y como toda vieja moderna consultó con su Alexa;
“Alexa, buenos días. No me respondiste esta mañana.
Los campesinos me bloquearon, pero ya estoy bien, respondió.
Alexa: ¿cuánto marca el termómetro en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra?
38 grados y subirá más que el pollo. No habrá lluvia y tampoco arroz.
¿Hasta cuándo será el bloqueo Alexa?
Hasta que tu presidente se ajuste los pantalones, dijo.
No dijo nada más, y en la mente de la dulce Jazmín empezó a rodar una canción de cuna que la acariciaba en su infancia...
“Evo, Evo cabrón... THE END
Columnas de ADOLFO MIER RIVAS