El campo político opositor y la fractura del MAS
Dada la guerra interna y la fractura del Movimiento al Socialismo (MAS), no cabe duda de que las circunstancias son considerablemente inmejorables para que por fin la oposición, después de casi 20 años de hegemonía del partido de gobierno, pueda desplazarlo del poder.
Después de cinco elecciones consecutivas, desde 2005, tienen ahora la posibilidad de poner freno a ese perverso poder establecido. El eventual vacío de poder que provoca la división del MAS otorga a las fuerzas políticas del campo opositor una formidable posibilidad de apartarlos del poder. Lo que no tuvieron, por múltiples factores, en las anteriores elecciones.
El desafío histórico está planteado pese al considerable número de debilidades que intrínsecamente tienen. Por ello existe mucho escepticismo sobre la capacidad efectiva que puedan tener para aprovechar el especial momento de división del partido predominante y convertirse en una alternativa real de poder.
Observando el campo político opositor se puede advertir la presencia de una pluralidad de fuerzas políticas y líderes, la mayor parte de estos, tradicionales. Es una oposición fragmentada, con intereses diversos, incluso regionales.
Ahora bien, al margen de fragmentados y con intereses diversos, carecen de un proyecto de país que englobe a todos los bolivianos, considerando la diversidad y las características de nuestra compleja sociedad —dicho sea de paso y en palabras de Zabaleta Mercado— “abigarrada”, con múltiples naciones, culturas y modos de producción.
Si no tienen proyecto, es obvio que tampoco cuenten con programas. Todos ellos hablan y se llenan la boca con el fin del MAS, el fin del Estado Plurinacional y el fin del ciclo, pero no tienen ningún proyecto político alternativo frente a la hecatombe masista. Al margen del discurso antimasista, no proponen nada sobre los grandes y graves problemas por los que atraviesa el país. Ni siquiera están preparados para la era posmasista que podría producirse con la proscripción de la sigla. Ese escenario, en las circunstancias actuales, ciertamente está cercano.
Son, en grado superlativo, faltos de imaginación. Permanecen anclados en los paradigmas del siglo pasado, en un mundo donde se vive plenamente las tecnologías de la cuarta revolución industrial y la inteligencia artificial.
Junto a esas debilidades se observa también, en el campo opositor, la carencia de líderes con capacidades competitivas y discurso aglutinador. Son los mismos de siempre, con ligeras renovaciones, desde hace cinco elecciones. Son los mismos actores sumidos en su ensordecedora cacofonía antimasista, incapaces de seducir al electorado defraudado. No hubo renovación ni surgimiento de nuevos líderes que puedan, eventualmente, condensar ese gran descontento con el régimen, como lo hizo, salvando las distancias, Javier Milei en Argentina. En el campo opositor es hora de un líder político out sider, es decir, de un político de afuera, ajeno al esquema tradicional tremendamente desgastado.
Ahora, y este no es un rasgo exclusivo de quienes están en función de gobierno, los políticos del campo opositor comparten la misma vocación cleptómana de sus rivales del frente, un mal inextirpable en la clase política boliviana. El gobierno de Jeanine Áñez —en la inesperada oportunidad que se brindó a la oposición de gobernar al país— es una muestra patética de esa común vocación cleptómana. Como decían en las calles, “los verdes, en 10 meses, quisieron robar lo que el MAS, había robado en 14 años”.
No se observa, en ese sentido, ningún cambio sustancial en el campo político opositor. En su imaginario, como en el de los oficialistas, la política es concebida como un negocio de donde se debe salir lo más rico posible, en el menor tiempo posible.
En cuanto a estructura organizativa y presencia territorial se refiere, el estado de situación, de las fuerzas políticas del campo opositor, es abrumador. En el nivel nacional, sus estructuras son limitadas. La mayor parte de ellas solo tienen presencia regional, sin capacidad de trascender significativamente al ámbito nacional. Su presencia en el campo y en las zonas rurales es prácticamente inexistente. Son partidos esencialmente citadinos.
Fuera de estas debilidades, y como resultado de esa poca inteligencia política que los ha caracterizado, en el campo de la acción fueron incapaces de competir con el partido de gobierno. Más bien, se convirtieron en funcionales y cómplices de la inédita concentración del poder en manos de una persona y un partido.
En esas condiciones donde se observa desproporcionalmente más debilidades que fortalezas, ¿qué posibilidades reales tienen hoy las fuerzas políticas opositoras de arrebatar el poder al MAS, fracturado en dos pedazos, en las elecciones de 2025?
Se podría adelantar que, si no se cohesionan y repiten los mismos errores del pasado, serán incapaces de hacer frente al MAS, o lo que pueda quedar después de la fractura. Aprovechando esa división, tienen ahora la oportunidad de derrotar al gran enemigo. Empero, primero tienen que tener la capacidad de asimilar las experiencias del pasado y aprender de ellas. Si en verdad pretenden competir por el poder, no pueden ir fragmentados. La experiencia recomienda, a gritos, conformar un gran bloque.
No pueden volver a ser necios. Por sexta vez, volverían a perder, repitiendo los mismos errores. Hoy tienen, en mejores condiciones, la posibilidad de competir y ganar, pero dejando de ser estúpidos.
Si van divididos y con todas las debilidades enunciadas, pocas son las posibilidades de que puedan competir, incluso, con el rival partido.
Columnas de ROLANDO TELLERÍA A.