La receta del fracaso: desayunos, almuerzos...
En las últimas semanas, ha llamado la atención la presencia, en el entorno de los principales precandidatos de la oposición, de personajes marginales que ahora aparecen sentados en todas las mesas de desayunos, almuerzos y cenas. Estas “caras conocidas” no solo han generado suspicacias en la ciudadanía, ya confundida por el espectáculo de egos y niñerías democráticas en el que han caído los aspirantes al liderazgo opositor, sino que preocupa su renuncia a los “baños de masas”.
Lo que más sorprende, sin embargo, es la persistencia en una estrategia electoral obsoleta en la que los líderes opositores siguen concentrando a sus simpatizantes en almuerzos, “tecitos” y banquetes, e incluso en alguna que otra parrillada. En el mejor de los casos, estos eventos convocan a unas 2.000 personas, pero en el peor, apenas reúnen a una mesa familiar de seis.
Casi ninguno de los precandidatos ha organizado concentraciones masivas, lo que demuestra una preocupante incapacidad para movilizar a las grandes mayorías. A estas alturas el método es lo de menos —ya sea por convicción, coacción o militancia—, lo importante es construir un liderazgo que unifique de forma contundente a la oposición. Mostrando brazo es la cosa. Ya quisiera ver a Tuto Quiroga llenando el estadio de Oruro, a Manfred Reyes el de Sucre, a Samuel Doria el de Santa Cruz; a Fernando Camacho el de Potosí y así…
Los encuentros gastronómicos no hacen más que reforzar la imagen de una oposición encapsulada en círculos de hierro y cúpulas de cristal, inaccesibles para el ciudadano de a pie. Los precandidatos aparecen rodeados de personajes cuya verdadera aspiración parece ser la de ocupar cargos públicos, más que la de facilitar la unidad.
Muchos de ellos, cuyos nombres provocan rechazo en buena parte del electorado, han sido funcionarios en gobiernos antiguos marcados por la mediocridad o salpicados por la corrupción. Aun así, son ellos los que insisten en que la clave de la política está en reunir a pequeños grupos en torno a un api con pastel o un picante de lengua, en lugar de buscar la movilización de multitudes.
Resulta incomprensible que los líderes opositores continúen apostando por la desgastada idea de que el candidato debe establecer una relación directa y personalizada con cada votante, sentándolo a la mesa y convidándole un anticucho para luego explicarle, con un discurso innecesariamente sofisticado, conceptos básicos como la reducción de la burocracia. ¿No han entendido que para ganar millones de votos es necesario cambiar la taza de té o el filet mignon por concentraciones masivas donde los mensajes sean simples, directos y generen la sensación de mayoría? Porque se trata de construir la percepción de mayoría. ¿Cómo esperan lograrlo si cada reunión se reduce a 20 personas compartiendo un pique macho?
La realpolitik tiene reglas irrenunciables. El partido de gobierno, a pesar de sus divisiones internas, comprende la importancia de las demostraciones de fuerza. Sus líderes, con su estilo autoritario, saben que las elecciones no se ganan con cientos ni con decenas de miles de votos, sino con millones. Y aunque el fantasma del fraude electoral siempre esté presente en los planes del Gobierno —tema que merece su propio análisis —, su estrategia sigue siendo clara: dividir democráticamente a los votantes urbanos mientras unifican a los del área rural.
Lo que quiero dejar claro es que el líder opositor no solo debe ser carismático, sino que debe tener un respaldo ciudadano masivo. Hoy, el oficialismo se encamina hacia la elección de un candidato único y, al menos en teoría, carismático. Mientras tanto, en la oposición, la unidad se diluye con cada evento gastronómico.
El egoísmo de los precandidatos opositores —evidente en la interminable sucesión de mesas servidas con comida y bebida en distintas ciudades— no solo decepciona a quienes exigen unidad para derrotar y proscribir al masismo, sino que está abonando el terreno para nuevas rivalidades. Y cuando el ciudadano se siente ignorado o ninguneado, termina votando por los mismos de siempre. Lo que necesitamos son los mismos actos masivos de octubre y noviembre de 2019. Mostrando brazo, gritando fuerte, codo con codo. Si seguimos con el “gracias, provecho y permiso” el MAS seguirá en el gobierno hasta más allá de 2030.
Columnas de MARCELO GONZALES YAKSIC