Poder político y dinero, la dupla letal del circo del terror
Bellacos, estúpidos, corruptos, perversos y bravucones. Joyitas a granel en un país en el que poco importa agredir con lenguaje racista y excluyente. Y casi nada, disparar a quemarropa a negros, hispanohablantes y hasta blancos.
En cambio, un desliz seductor bajo las faldas cortas del pecado, o une affaire sin decoro ni pudor, encienden las mechas del escándalo a escala planetaria.
¡Hay que defenestrar a ese personaje que mancilló el honor de ser un político estadounidense! Dirían los conservadores hipócritas más obesos, producto de su fortuna acumulada en sus largas y gelatinosas papadas.
En tierra de G. Washington, A. Lincoln, F. D. Roosevelt, la doble moral es inmanente a sus ciudadanos ridículamente conservadores. Falsos pudores que dislocan la verdadera esencia de lo correcto y lo incorrecto.
La lista de joyitas está escrita con letras de oropel vacuo: Warren Harding, Herbert Hoover, Dwight D. Eisenhower, Richard Nixon, Ronald Reagan y el que ahora se lleva la medalla de diamantes a lo inverosímil e inaudito: Donald John Trump que, sin asco ni reparo ha iniciado, como ya lo había advertido en un anterior artículo, la cacería de inmigrantes más terrorífica en la historia contemporánea de EEUU.
Pero en toda esta dramática política racista de mister Orange, hay una serie de antecedente que es necesario traer a cuento.
Era el 10 de abril de 2006, una fecha histórica para los inmigrantes legales e ilegales en EEUU, también, desde luego, para los estadounidenses que, atónitos, observaban por televisión cómo ese inmenso espacio ubicado en el centro de Washington DC, próximo al emblemático obelisco, era ocupado lentamente por cientos de inmigrantes marchando en pos de una amplia reforma que los sacara de las sombras y mostrara sus verdaderos rostros.
En ese período tan definitorio para la comunidad inmigrante, el desaparecido senador republicano John McCain, defendía de esta manera su propuesta de una reforma migratoria comprensiva y urgente: "Esta es una propuesta efectiva y humana para resolver el problema de la inmigración, que no ofrece una amnistía, pero que brinda la oportunidad de que trabajadores visitantes lleven a cabo el trabajo que los estadounidenses no quieren hacer".
Desde mi análisis, ese era el mejor momento para que republicanos y demócratas sumasen esfuerzos y ejecutasen una reforma comprensible y más o menos equitativa.
El ambiente estaba caldeado y el tema sonaba hasta en la sopa de los estadounidenses.
Los inmigrantes habían demostrado en esa oportunidad que su peso social, económico y cultural se hacía sentir más que nunca.
Aunque sin un liderazgo claro, ni retórica política sólida y unitaria que los llevara a influir fuertemente en la decisión que luego se tomaría en el Congreso, el grueso de los estadounidenses se enteró por fin de que los inmigrantes no sólo eran los que llevaban el sombrero de Speedy Gonzáles, tomaban tequila, comían tacos y cantaban rancheras. También, estaban en la bolsa sudamericanos, centroamericanos, inmigrantes asiáticos legales, negros y estadounidenses que reclamaban un alto al hostigamiento, a las constantes redadas, desintegración de familias y a exclusión.
¿Pero de qué diablos valió todo eso si igual la estocada vino después de que las negociaciones fracasaran y las votaciones eclipsaran por completo el horizonte de millones de personas en situación irregular?
Una vez más los inmigrantes habían servido de pretexto para ganar votos. La estrategia fue despotricar en contra de esos casi 12 millones de trabajadores extranjeros que en EEUU ansiaban un seguro médico, una vida digna y sin temor a ser arrestados.
¡El plan de republicanos y demócratas había dado resultado!
Se sabe que, desde hace mucho, los inmigrantes poseen los porcentajes más altos en compra de bienes muebles e inmuebles. Son los que gastan más en cuestión de alimentación, servicios y necesidades básicas y suntuosas. Existen, en varios condados y ciudades, muchos centros comerciales que sólo tienen sentido y ganancias gracias a los bolsillos de la comunidad hispanoparlante.
Inmigración y reforma, es un binomio tormentoso que republicanos y demócratas siempre negaron aceptar como tema de agenda formal y urgente o, cuando menos, negociar un proyecto de ley que intente dar solución a un problema agudo y preocupante.
Ahora, con Trump de capataz y matón, la situación parece no tener ni la más mínima esperanza de un proyecto de ley de reforma. Esa es una palabra prohibida, que tiene sus aristas más allá de un simple discurso excluyente. Es un problema que no debe ser tocado.
Beneficia mucho más al Gobierno de EEUU, así como está, extremadamente problemático, que ponerse a dar solución a algo que podría ocasionarle una explosión política, económica y social.
En EEUU, ya existen muchos mercados en crisis, porque sencillamente no tienen suficientes trabajadores que puedan copar la demanda de manos de obra en: agroindustria, construcción, manufactura, gastronomía, limpieza, jardinería, cuidados, etc.
¿Quién asume esas labores? ¿Los afroamericanos? ¿Otros estadounidenses de clase media? ¿Los pobres? ¡Pamplinas!
Los afroamericanos se declaran desocupados y muchos prefieren vivir a costillas del Gobierno, lo mismo sucede con la clase media estadounidense, aunque ésta última prefiere puestos de trabajo más interesantes y menos sacrificados, claro, con el salario justo y los beneficios que implica ser “legal”.
¿Existe un gran temor a debatir una amplia reforma? Sí, mucho. Pánico, de que esos millones de nuevos individuos “legales” accedan a detentar poder —no sólo económico, que medianamente ya lo tienen—, sino, sobre todo, poder político y de toma de decisiones.
Existe un gran temor subyacente que late en los grupos de elite de extrema derecha racista, esos que piensan que legalizar a cinco o 10 millones sería una locura con consecuencias inimaginables.
El matón de la Casa Blanca, es el primero en negar esa posibilidad, su política excluyente y racista es casi inamovible en un país en el que la diversidad racial es parte importante de un mecanismo que hizo y hace funcionar su sistema macroeconómico exitoso.
Ni Barack Obama, ni Joe Biden, cumplieron lo prometido: "Una reforma amplia será una prioridad que empujaré desde mi primer día", afirmaba el primero. Ese discurso aún resuena en la memoria de los inmigrantes que hoy se muestran aterrados porque en cualquier momento podrían ser arrestados y deportados, ipso facto.
Los más recalcitrantes opositores a una reforma, sostienen que los inmigrantes ilegales evaden impuestos y no cumplen con sus obligaciones. ¡Totalmente falso!
Claro, mientras no tengan documentos se esconderán y violarán las leyes. Por otro lado, se ha demostrado “científicamente” que no sólo son más los hispanohablantes que sí pagan sus impuestos, sino que miles de ellos no gozan de beneficios de cobertura médica, jubilación, etc.
El sistema estatal de seguro social acumula anualmente más siete mil millones de dólares, de los cuales muchos inmigrantes no obtienen beneficios ni a corto ni a mediano plazo.
Este ya es un tema de racismo, exclusión y humanismo y, como tal, los organismos internacionales deben mirarlo de frente, como el problema que es, y no esconder el rostro cobarde e hipócrita.
El problema ya dejó de ser hace mucho una agenda bilateral entre México y Estados Unidos. La presencia de centroamericanos, sudamericanos, asiáticos, etc. hace que la mirada política y social tenga que dirigirse con mucha más amplitud hacia todos los extranjeros que viven y trabajan en ese país.
Alan Greenspan, expresidente de la Reserva Federal de EEUU decía: “A medida que creamos una economía más compleja y dinámica, la necesidad de traer recursos y trabajadores del exterior para mantenerla funcionando de la manera más efectiva posible, es una verdadera prioridad política”.
Ahora, más que nunca, los estadounidenses necesitan reconciliarse con su entorno y con su historia, esa en la que Washington, Jefferson, Lincoln y otros libertadores, sentaron las bases perpetuas de la democracia, la diversidad y el respeto. Entre estas, sin duda, está el gran aporte histórico de la inmigración gracias a la cual EEUU también es lo que es ahora.
Dinero y poder político. Esa dupla letal es la que gobierna ahora ese país. Elon Musk y Donald Trump son, por ahora, los anfitriones del circo del terror.
El autor es comunicador social y exinmigrante en EEUU
Columnas de RUDDY ORELLANA V.