Bolivia en la sombra
La crisis económica de Bolivia no solo golpea a la población, sino que también ha dejado en evidencia el deterioro de su imagen internacional. La falta de pago de cuotas a organismos como la ONU ha llevado al país a perder su derecho a voto en la Asamblea General, una situación que refleja no solo problemas financieros, sino una preocupante falta de dirección en la política exterior. Como si esto no fuera suficiente, Bolivia sigue sin un embajador ante las Naciones Unidas, un vacío que agrava aún más su aislamiento en los foros internacionales.
El no pago de estas contribuciones no es un simple retraso administrativo. Según el artículo 19 de la Carta de las Naciones Unidas, cualquier país que acumule una deuda equivalente o superior a las cuotas de los últimos dos años pierde su derecho a voto. Esto coloca a Bolivia en la misma categoría que naciones con crisis extremas, limitando su capacidad de incidir en decisiones clave sobre cooperación internacional, desarrollo sostenible y derechos humanos.
Pero la crisis no se limita al impago. Desde noviembre de 2023, el país no cuenta con un embajador en la ONU. Diego Pary, quien ocupaba el cargo, dejó el puesto en medio de un clima de tensión política dentro del propio oficialismo. Su salida se interpretó como parte de la lucha de poder entre el ala del presidente Luis Arce y la facción del ex presidente Evo Morales. Pary, identificado como cercano a Morales, habría sido apartado en un intento del gobierno por consolidar su control sobre la diplomacia. Sin embargo, lo preocupante no es su salida, sino el hecho de que no se haya designado a nadie. Esto deja a Bolivia sin una figura de alto nivel que defienda sus intereses en un escenario donde se definen temas cruciales para el futuro del país.
Las consecuencias de esta crisis diplomática son serias. Sin voto en la ONU y sin representación de alto nivel, Bolivia pierde peso en discusiones sobre financiamiento internacional, comercio, cambio climático y seguridad. No es solo un tema de prestigio: organismos como el FMI, el BID y el Banco Mundial consideran la estabilidad y la presencia internacional de un país antes de otorgarle créditos o asistencia técnica. Si Bolivia sigue proyectando una imagen de inestabilidad y desinterés en cumplir sus compromisos, el acceso a estos recursos será cada vez más difícil.
El gobierno ha justificado su falta de pago por la escasez de dólares y la crisis de reservas internacionales. Es cierto que el país atraviesa un momento complicado, pero otros países en situaciones similares han buscado alternativas, como la reestructuración de sus compromisos o la priorización de pagos estratégicos. En el caso de Bolivia, el problema parece ir más allá de lo financiero: hay una evidente falta de planificación y una política exterior cada vez más reactiva en lugar de proactiva.
No es la primera vez que Bolivia enfrenta desafíos en su política exterior, pero sí es uno de los momentos más críticos. Con una diplomacia debilitada y un escenario internacional cada vez más competitivo, el país corre el riesgo de quedar marginado de espacios donde se toman decisiones que afectan directamente su futuro. Ignorar este problema solo profundizará el aislamiento y hará más difícil cualquier intento de recuperación económica y política.
Columnas de PABLO AGUILAR ACHÁ