El poder de los libros en los jóvenes
La educación es un acto de fe en sí mismo y en los demás. Hoy en la segunda clase del semestre en la universidad hablamos de cómo la educación se conecta al plan de vida y la docencia se vuelve una forma de ser, de estar en el mundo.
Hablamos también de la importancia no sólo de enseñar desde el ejemplo, sino desde la cercanía con los libros que lee el docente, más allá de los estrechos objetivos instrumentales.
Ser profesora es ser una lectora permanente, capaz de sentirse desafiada por las voces que estremecen, por la fuerza de las ideas, por la lucidez manifiesta y argumentación crítica de autores con los que una se identifica o con aquellos que representan los valores que una quisiera poseer.
Una lectora frecuente es quién es capaz de mantener una capacidad de asombro frente a las lecturas que conmueven el alma o ante aquellas que generan inquietudes y nuevas búsquedas.
Es así que he sido testigo de cómo un libro puede influenciar en las vidas de los jóvenes, más allá de los mensajes insustanciales de las redes. Mensajes que apelan a cuestiones facilonas como el brillo propio por sobre los demás o las manifestaciones esotéricas para alcanzar los deseos individuales.
Hace unos años, en el Día de la Primavera y del Estudiante, una celebración muy popular en las aulas universitarias, una jovencita se me acercó con un modesto regalo a manera de reconocimiento. Al ver el desconcierto que asomaba a mi rostro, me explicó que la lectura de La ridícula idea de no volver a verte, de la escritora Rosa Montero —libro de lectura obligatoria en el semestre de mi materia—, le había permitido tomar determinaciones en su vida. Y Marie Curie se constituyó en un ejemplo por ser ella misma y sacar a ultranza sus investigaciones.
Pero, también, por su tenacidad para enfrentar el dolor de la pérdida de su esposo y superar despacio, con reciedumbre, su pesar. La estudiante me explicó que el fallecimiento de su madre la había hecho considerar acabar con su vida, pero ahora sabía que tenía que reinventarse y proseguir.
Al término de la conversación me quedé meditando en el poder de los libros. Es un poder que solamente los lectores consumados o los recién iniciados lo pueden entender. Me temo que las noticias falsas y las lecturas ligeras le están ganando la partida a la lectura, hábito que se cultiva en la lentitud y la sutileza de una vida que no deja de buscarse, que se confunde y que se encuentra a través de la introspección que instala la lectura.
La lectura salva en tantos momentos en que la irreflexión se apodera de la existencia, en los instantes en que los logros pueden parecer insulsos y los esfuerzos vanos. O también cuando la tristeza hace presa de un alma.
Y ahí está la lectura, profunda y misteriosa para animar el alma y empujar la vida. Los libros son la chispa y el fuego, como decía el filósofo Remo Bodei. Esa chispa y ese fuego que nos hace correr ávidos por los vericuetos del pensamiento. Los libros están ahí para decirnos que la vida puede ser sustanciosa y mágica, evanescente y misteriosa, amarga y repetitiva, pero siempre vida.
Por eso es preciso recordar la congruencia de la escritora Almudena Grandes al expresar que “en tiempos de creaciones instantáneas y satisfacciones fugaces donde el ingenio suplanta tantas veces a la inteligencia, a la brillantez y al talento, leer es un acto de resistencia”
Y lo seguirá siendo. De eso, no tengo duda.
La autora es docente titular de la UMSA e internacionalista
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