“Los académicos” del evomasismo
A lo largo de la historia, los intelectuales han desempeñado un papel importante en la construcción de las ideas que fundamentan los sistemas políticos y sociales. Su capacidad de influir en la opinión pública y en las decisiones gubernamentales les otorga cierto poder.
Sin embargo, en momentos cruciales, algunos intelectuales han sido (son) cómplices o justificadores de regímenes autoritarios, populistas y nefastos, contribuyendo con su prestigio y conocimiento a legitimar gobiernos que, bajo una capa de justificaciones filosóficas, políticas o económicas, ocultan prácticas dictatoriales, autócratas, violaciones de derechos humanos, injusticias, corrupción y la erosión del Estado de derecho.
Este artículo explora cómo los intelectuales, al alinearse con regímenes autoritarios, pueden ser responsables del daño estructural a la democracia, la libertad y los valores fundamentales de la sociedad.
Los intelectuales, al ser figuras reconocidas por su formación académica, ética y autoridad en áreas como la filosofía, la sociología o la economía, suelen ser vistos como agentes del pensamiento crítico y la verdad. Sin embargo, cuando estos individuos o grupos se alinean con regímenes autoritarios, tienen la capacidad de ofrecer justificaciones teóricas que encubren prácticas opresivas. A menudo, los intelectuales adoptan una postura de "realismo político", argumentando que ciertas medidas son necesarias para el "bien común" o para la estabilidad de la nación, incluso cuando estas medidas violan principios democráticos esenciales.
Un ejemplo claro de esto es el caso de varios pensadores y filósofos que justificaron las dictaduras militares en América Latina durante las décadas de 1970 y 1980.
Muchos intelectuales, apoyaron y legitimaron, desde su perspectiva filosófica y política, la intervención de los militares como un "mal necesario" para la estabilidad del orden social. Esta justificación intelectual sirvió para tapar las atrocidades cometidas en nombre de la "seguridad nacional" y para minimizar el sufrimiento de las víctimas del autoritarismo.
En el caso de regímenes más totalitarios, como los de Stalin en la URSS o de Mao en China, la complicidad de intelectuales con estos regímenes fue igualmente notoria. Intelectuales como Jean-Paul Sartre o Louis Althusser defendieron la dictadura del proletariado y las políticas represivas de la URSS, a pesar de las evidentes violaciones de derechos humanos y la eliminación sistemática de opositores. Su defensa del "ideal socialista" llevó a la minimización de los crímenes cometidos en nombre del proyecto comunista, y su influencia sirvió para mantener el apoyo popular y diplomático hacia regímenes opresivos.
En el contexto latinoamericano, la complicidad intelectual también ha sido un fenómeno frecuente. Intelectuales de izquierda, a menudo involucrados en movimientos de liberación, en ocasiones terminaron justificando regímenes como el de Fidel Castro, el del extinto comandante Hugo Chávez, Evo Morales, Nicolás Maduro o de Daniel Ortega, que, a pesar de su retórica antiimperialista, instauraron un sistema de control político terrible.
En estos casos, los intelectuales contribuyeron a construir una narrativa en la que el fin de la revolución justificaba los medios autoritarios, ignorando la represión política y las desapariciones forzadas.
El daño más profundo que los intelectuales causan al justificar regímenes nefastos no es solo moral, sino también político. En primer lugar, su apoyo a estos regímenes desacredita la idea de que el pensamiento académico debe estar comprometido con la verdad, la ética y el bienestar social.
Cuando los intelectuales se alinean con un régimen, envían un mensaje de que los principios democráticos, los derechos humanos y la justicia pueden ser sacrificados por una visión ideológica, política o económica de corto plazo.
En segundo lugar, la complicidad intelectual contribuye a la creación de un ambiente de normalización de lo excepcional. Lo que en principio puede parecer una aberración política o un acto de tiranía, bajo el manto de una justificación intelectual, se convierte en una práctica aceptable o incluso necesaria. Esto tiene efectos devastadores para las generaciones futuras, que pueden llegar a aceptar las injusticias y la opresión como parte de un orden legítimo y "racional".
En Bolivia, cuando apenas iniciaba su mandato el cocalero Evo Morales, el 22 de enero de 2006. Los académicos, intelectuales, expertos y sabios ancestrales del Movimiento Al Socialismo y su líder, aunaron esfuerzos para teorizar e intelectualizar un proceso que de lejos se tornaba devastador. Morales, venía con una serie de antecedentes nefastos y, tan solo imaginar que el país estaría en manos de tal personaje, ponía los pelos de punta. ¡Así mismo fue!
La trayectoria política de Evo no responde a una linealidad histórico-social revolucionaria, estrictamente. Todo fue hecho a base de beligerancia, oportunismo y una coyuntura política y económica aciaga. El neoliberalismo había fracasado en su aplicabilidad social y económica y de pronto el país necesitaba un cambio de 180 grados. Los movimientos sociales leales a Morales, venían trabajando el terreno desde hacía mucho tiempo. Entonces surgió el perfil impostor y populista que llevaría a la cumbre más alta el gran embuste de que Bolivia iba a ser gobernada por el primer indígena de su historia.
Entonces, el tal proceso de cambio fue una gigantesca puesta en escena de un pachamamismo trasnochado. Un kitsch, un pastiche, de lo que significa (ban) los pueblos originarios en su real dimensión. Es decir, una transfiguración de culturas auténticas, postergadas que, desde ese 2006, pasaban a ser lideradas por personajes del averno, vivillos y arribistas, corruptos y estafadores que tenían como único fin utilizar el discurso indigenista para encumbrar un régimen corrupto y desinstitucionalizador, como nunca había existido. Sociólogos, politólogos, antropólogos, académicos, filósofos y ramas afines, se unieron en un solo as de voluntades y pretendieron teorizar e intelectualizar un proceso desde el análisis del tiempo histórico, hacia una transformación realmente profunda en varios temas irresueltos, desde la Revolución del 52.
Tras 20 años de masismo ¿Será posible continuar intelectualizando y teorizando en torno a un régimen desarticulador, corrupto, autócrata, misógino, violador de los derechos humanos, de las libertades y la democracia? ¡Sí, todavía hay gente que lo hace! Hace unos días, escuché a uno, en una entrevista vergonzosa, que pretendía justificar, desde su “análisis académico”, a un masismo injustificable.
El renacimiento de la responsabilidad intelectual en el siglo XXI requiere que los intelectuales no solo actúen como críticos, sino también como testigos activos de la verdad. En este sentido, su papel no debe ser el de justificar las acciones del poder, sino el de exponer los abusos y abogar por la justicia y la libertad, sin importar la ideología o el contexto político.
El daño que causan ciertos académicos al justificar regímenes autoritarios es profundo y de largo alcance. Al legitimar la opresión y las violaciones de derechos humanos, no solo traicionan sus propios principios éticos, sino que también socavan las bases mismas de la democracia y la libertad.
Si bien la responsabilidad de los intelectuales puede ser vista como la de crear discursos que orienten al poder, la verdadera función de la intelectualidad debe ser la de iluminar la verdad y desafiar a los regímenes que atentan contra los derechos fundamentales. Solo cuando los intelectuales se comprometan nuevamente con el cuestionamiento radical y la denuncia, se podrá evitar que la historia se repita, y que las "repúblicas de la mentira" sigan extendiendo su sombra sobre la humanidad.
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.