La mujer que invocaba la lluvia y otros arquetipos
“Yo me llamo Iguarembo y soy de Tentapiao. Antes que yo exista, mi padre y mi abuelo eran Amandiya, Dueños de la lluvia”. Iguarembo fue una mujer guaraní que formaba parte de un linaje de ipayes (chamanes o sanadoras), que con sus conocimientos curó de enfermedades a muchas familias y las alivió de agudas sequías en el Chaco: “Para lo que más fumo es para hacer llover y fumo cantando la Oración para que llueva. Es larga. A veces los ipaye püchíi la trancan a la lluvia y la atan, entonces yo la desato y la llamo”, le narró a David Acebey a inicios de la década de 2000.
En esa oportunidad, Iguarembo había sido convocada a la comunidad Tentayape (La última casa) que enfrentaba un gran conflicto: una empresa petrolera quería ingresar a su territorio. La comunidad estaba fragmentada y la ipaye denunció la división que provocó la transnacional: algunos hombres –los más jóvenes– fueron tentados por el dinero, otros, los más ancianos, tenían temor por la influencia en su cultura. Finalmente, la comunidad decidió que la empresa no ingrese a su territorio, como recomendó Iguarembo y otros sabios guaraníes, como Bacuire.
El lugar de esta mujer guaraní como sabia y sanadora es uno de los arquetipos femeninos vigentes en el mundo indígena, y que ya habían sido registrados desde el siglo XVI por los colonizadores españoles y sus misioneros religiosos.
Hacia 1700, en Moxos, las mujeres indígenas eran consideradas hechiceras y curadoras populares: “si hay parentesco y amistad llevan a la hechicera como si fuera un médico de fama a que dé salud a los enfermos de su pueblo y viene cargada de regalos como son yucas, plátanos y papayas o algún pato” (sic); o sacerdotisas que se comunicaban con los dioses para ofrecerles chicha en las ceremonias de muerte del jaguar (Castillo (1676), 1906).
Un misionero en los llanos de Moxos mencionó el caso de una joven indígena del pueblo manesono, cuando tuvo una epifanía para ser elegida como hechicera: “fue hacia el río y apareciósele en forma de mujer el diablo, llamola por su nombre”, y describió una especie de trance que tuvo la mujer luego de la revelación, hasta que “el padre (de la joven) se alegró y dijo: dejen a mi hija que ha de ser Tiaranqui, ya dije que era el nombre de los hechiceros (…) Suena Tiaranqui el que tiene larga vista y más propiamente el que tiene luz en los ojos” (sic).
Pero advertir que el diablo tenía forma de mujer era parte de una deliberada política colonial para “demonizar” o “satanizar” la feminización de las prácticas chamánicas, para extirpar las idolatrías y el misticismo del mundo indígena, y en concreto quitar el poder sobrenatural de las mujeres: “vencidas por la tortura y el dolor, (las mujeres) fueron obligadas a confesar que adoraban a los huacas (…) Ellas se lamentaban, ‘ahora en esta vida nosotras las mujeres (…) somos cristianas; tal vez, luego, el sacerdote sea culpable si nosotras las mujeres adoramos las montañas, si huimos a las colinas y a la puna, ya que aquí no hay justicia para nosotras’”, registró el cronista Guamán Poma de Ayala en 1615.
Aun así, no lograron destruir del todo el poder y el saber mágico de las mujeres indígenas. Siglos más tarde nació Ana Teco en el bosque de Chimanes. A sus 12 años, en 1984, ella lideró la movilización de más de 300 familias en la búsqueda mesiánica de la llamada Loma Santa, luego que se le apareciera “un ángel” y le diera un “mensaje divino”.
Anselma Notu fue otra lomasantera de la comunidad San Juan de Plantota en el Isiboro - Sécure. Con apenas 12 años se casó con otro joven: “Yo dormía aparte, nunca dormía con mi marido porque yo tenía miedo”, y apenas casada su esposo fue movilizado para luchar en la Guerra del Chaco, y ella también fue enviada como enfermera de campaña: “Era una tristeza, uno sufre harto, hasta que no lo encontré al finao mi marido, nunca más lo vi. Era un dolor grande, nunca lo vi. Por eso yo dije, nunca me voy a casar” (sic) (Ciddebeni, sf).
Ana y Anselma fueron mujeres profetas, en un estadio de profundo catolicismo luego de la experiencia del brutal reclutamiento en el boom del caucho. En ese periodo se concretaba la masculinización de los espacios políticos y públicos como los cabildos, y la clandestinización del “poder mágico” de las mujeres moxeñas (Lehm, Melgar, et al., 2002). Un rol que sobresale de esa época es el de las abadesas: ancianas que rezan y ofrendan en las iglesias y en las misas hasta el día de hoy.
A decir de Silvia Federici (2010), la proscripción de las mujeres hechiceras (o la caza de brujas en Europa) fue parte del entronque entre el colonialismo y el capitalismo, para restar poder a las mujeres y desconectarlas de la magia y sus roles como arquetipos: la hechicera, la sabia, la sanadora, la profeta o la sacerdotisa.
Recordemos que Iguarembo tenía poderes sobre el clima, en concreto sobre la lluvia, y fue escuchada en decisiones vitales como la resistencia a una transnacional petrolera; y en el caso de Ana y Anselma, ellas definieron políticas de movilidad y migración de cientos de personas luego de tener revelaciones sobre un lugar predestinado como refugio de libertad. Las tres fueron iniciadas o tuvieron la revelación de su poder siendo niñas, sin haber tenido contacto carnal con hombres, por lo que también fueron mujeres que con su destino proponían formas autónomas de interpretación de la castidad, la sexualidad y la reproducción.
Otro elemento central es la ruptura de la conexión del mundo mágico con la naturaleza: mientras el animismo indígena proponía como seres con conocimiento a los ríos, el agua, los árboles, los animales y los fenómenos naturales, además de sostener que tienen un alma o espíritu o dueños sobrenaturales (Ipeno Imuto, 2014); la racionalidad capitalista –en su intento por controlar la naturaleza– comenzó a anular esa conexión y planteó una realidad con meros “recursos naturales” a disposición de sus necesidades mercantiles: “El mundo debía ser ‘desencantado’ para poder ser dominado” (Federici, 2010), y los arquetipos femeninos fueron enfrentados, como vaticinó Iguarembo: “La empresa petrolera tiene mucha capacidad para dañar nuestro espíritu y tiene que haber enfrentamiento conmigo. Si ellos me vencen yo desaparezco”.
La autora es investigadora socioambiental
Columnas de MARIELLE CAUTHIN