Voluntarios enfrentan al fuego hace 30 días arriesgando sus vidas
A José Fernando Morón le arden los ojos y la garganta. Está en plena revisión médica. Ha inhalado bastante humo al igual que sus camaradas. Con sólo 18 años, este joven voluntario es capaz de analizar el impacto de los incendios forestales en la Chiquitanía y ser uno de los héroes que se enfrentan al fuego. No espera nada a cambio, pero ha dedicado el último mes de su vida a combatir los incendios en San Ignacio de Velasco.
Este voluntario forma parte de la Fundación de Búsqueda y Rescate (Funsar). Su grupo en este municipio está integrado por 15 personas, entre hombres y mujeres, que arriesgan su vida en cada misión sin esperar nada cambio. Su única motivación es el compromiso con la vida y la creación.
José Fernando ha sufrido caídas en pozos invisibilizados por las cenizas de lo que hasta hace algunos días fue un bosque. También tiene heridas leves de su paso por el monte y las espinas. No se queja por eso y dice que él y sus compañeros están bien.
Alejandra Roca tiene 17 años. Todavía está en colegio, pero es parte activa del grupo de voluntarios que trabajan día y noche para combatir el fuego en San Ignacio. Ella dice tener sed, pero sed de salvar vidas. El último mes ha sido sacrificado, pues tiene compartir sus actividades de estudiante y de rescatista.
“Esto nos nace por voluntad. El ayudar y ver en las personas una sonrisa, y decirte gracias, es algo muy hermoso. Dejar a los animales sanos y salvos, acabando con los incendios para que el fuego no acabe con el hábitat de nuestros animales”, dijo.
“Vencemos al fuego. Entramos y salimos del infierno salvando vidas, y todo por nuestra Chiquitanía, por un mundo mejor, libre de incendios, de focos activos de fuego”, relata con madurez esta joven rescatista que subraya el apoyo de su madre para seguir adelante en su voluntariado.
Karen Párraga, de 32 años, es una licenciada en Turismo y profesora de inglés que también viste el uniforme naranja. Aunque es la más optimista y la primera en alentar a sus compañeros, dice que ha temido por su vida cuando se enfrentaba a los incendios.
Karen tiene un compromiso voluntario con la naturaleza. No oculta su dolor por la pérdida de tantos animales en el bosque. “Es muy triste entrar a lugares donde antes todo era verde, ver cómo se caen los árboles, ver incendios de 20 metros, ver cómo avanza el fuego en línea recta y se consume el bosque en un dos por tres”, dice.
Al igual que todos los voluntarios, Karen tiene que dividir su tiempo para cumplir sus actividades de rescatista. Le apena no pasar mucho tiempo con sus padres y amigos, aunque ya ha conseguido la comprensión de todos ellos.
Alcides Espinosa es el comandante, la cabeza, quien toma las decisiones en el grupo de voluntarios Funsar de San Ignacio. Su experiencia le revela que el trabajo para combatir el fuego en la Chiquitanía continuará durante dos meses más, pero su compromiso está intacto.
No sólo se dedica a combatir el fuego, sino también a gestionar la donación de material logístico para su equipo. Afirma que su mayor frustración es no poder enfrentar la emergencia por falta de equipamiento. Y es que muchos han perdido tiempo caminando largas distancias porque no cuentan con un vehículo.
7 mujeres forman parte del grupo de voluntarios Funsar que trabajan incansablemente para combatir los incendios forestales en la Chiquitanía.
DATOS
El fuego azota a lugares lejanos a los poblados. Los incendios forestales actualmente activos están a más de 100 kilómetros de la ciudad de San Ignacio.
Ayuda para rescatistas no deja de llegar. Diferentes instituciones públicas y privadas continúan enviando ayuda humanitaria para los damnificados.
Voluntarios sin experiencia dificultan labores. Un problema para los bomberos forestales es la presencia de voluntarios que no tienen la experiencia para combatir el fuego. Esto ha generado un perjuicio porque los bomberos deben estar pendientes de la integridad de los jóvenes, lo cual resta eficiencia a su trabajo.
ENFERMEDADES A RAÍZ DEL FUEGO
Los soldados y voluntarios que enfrentan a los incendios forestales en la Chiquitanía presentan síntomas de deshidratación, aunque lo más preocupante es el surgimiento de enfermedades como paperas y diarrea.
Un soldado que prefiere mantener su nombre en reserva afirma que no tienen más alternativa que tomar agua del suelo que seguramente está contaminada por el humo y los animales calcinados. Y es que a veces no tienen otra opción.
“SOMOS VOLUNTARIOS, NO ESTAMOS PARA EXIGIR”
La vida de un voluntario es como la de un héroe anónimo. Su satisfacción es contribuir en algo en favor de vida o la patria. No tienen grandes recursos económicos, tampoco los piden, su trabajo es voluntario.
“Muchos nos dicen que deberíamos pedir, exigir, pero no lo hacemos, somos voluntarios. Pero hay cosas que son personales, que es incómodo pedir, por ejemplo, medias, ropa interior… seguir día y noche (con las mismas prendas), siempre tenemos problemas con eso”, afirma Alcides Espinosa, comandante de Funsar San Ignacio.
La falta de medias, según él, ha provocado hongos en los pies de los rescatistas. Es inevitable con las largas caminatas y el contacto con el fuego y las brazas.
Sin embargo, el experimentado rescatista resume su actividad en una práctica de civismo y amor a la patria. Saca su billetera y muestra que no tiene dinero, pero aclara que eso no es impedimento para continuar con su labor voluntaria.
“No hay mejor amor que el que pone su vida por otros, y eso hace un bombero forestal”, subraya.
También habla de Guido, su camarada rescatista que trabaja como profesor de matemáticas.
Destaca su decisión de pagar 100 bolivianos por día a un profesor reemplazante mientras él se enfrenta al fuego.