Silveria, enamorada de la química, elabora jabones con aceites reciclados
Silveria Cutipa Pari nació en Yaurichambi, una comunidad aymara en el altiplano paceño. A sus cinco años perdió a su madre, poco después a su hermano, quien falleció camino a una posta sanitaria. De su padre habla poco, pero aún vive con una nueva familia. Con los ojos húmedos asegura que pasó por momentos muy duros y que en sus planes, mientras vendía ajos y pasanqallas en los mercados durante su infancia, ni siquiera estaba salir bachiller, mucho menos profesional.
Hoy es difícil recordar su rostro sin una sonrisa. Contrario a lo que imaginaba, ya tiene un título de ingeniera química de la UMSA y su propia empresa llamada Suma Qhana Kolla, con la que produce jabones y lavavajillas con base en aceites de cocina reciclados.
De esta manera, afirma, espera hacer un bien al medioambiente, ya que el aceite de cocina por lo general es desechado a las alcantarillas, contaminando los cuerpos de agua y afectando a la flora y fauna acuática. Se estima que un litro de aceite usado puede contaminar hasta 40 mil litros de agua (lo equivalente al consumo anual de una persona en su domicilio), según una publicación del Consorcio de Aguas Bilbao Bizkaia.
Silveria vive desde 2015 en Pampahasi Bajo, en la única casa que tiene los ladrillos pintados y unos cactus plantados en bidones reciclados al ingreso. Un jardín con diversidad de plantas adorna el ingreso con manzanos, rudas, rosas, coronas de Cristo y otras varias.
Después, está su laboratorio: un espacio caliente cubierto por calaminas y vidrios azulados, con el piso de cemento y repleto de recipientes de plástico, tubos de ensayo, moldes de madera, gavetas, maquinaria, una pizarra acrílica con fórmulas químicas y un letrero de Hecho en Bolivia.
“Yo puedo pasar aquí la noche entera trabajando y no me aburro. Me encanta la química, ver las reacciones al mezclar los ingredientes”, dice la ingeniera, que, sin embargo, también debe encargarse de las ventas. “No me gusta vender, es estresante, pero lo tengo que hacer”, afirma, luego de pasar las primeras horas de la mañana cargando jabones para la venta.
Silveria es ella misma cuando se pone el overol blanco y la máscara de plástico y se sumerge en la refinación de aceite y la mezcla de compuestos para sacar sus productos. Su pasión fue siempre la química y el detonante para utilizar aceite reciclado se presentó cuando trabajaba para la Alcaldía de El Alto controlando negocios de frituras y restaurantes.
Al ver los desperdicios de aceites requemados (afirma que no se deberían utilizar más de tres veces, ya que después se vuelven tóxicos), se le ocurrió que podría aprovechar residuos más limpios. Lo primero que hizo fue lavavajillas en su cocina, cuando vivía en otro lado y no disponía de un laboratorio.
Los resultados conseguidos la impulsaron a comenzar su emprendimiento en 2014, un año después de haber dejado su puesto en el municipio alteño. Pero necesitaba dinero, así que consiguió un puesto en el Ministerio de Medio Ambiente, donde estuvo por otros ocho años hasta principios de 2023. Desde entonces, se dedica 100 por ciento a su negocio.
Emprender no fue fácil, debido a la burocracia, los altos costos de registros y las exigencias impositivas para cualquiera que desee iniciar un negocio propio. “Fue como entrar a un cuarto oscuro y comenzar a ver chocándose con las paredes.
Emprender te hacer llorar. Me enferma, pero tengo los documentos”, afirma la ingeniera.
Con calma y gozo se mueve por el laboratorio, mezcla aceite tratado en recipientes de plástico para preparar unas botellas de lavavajillas. Recubre un bañador con un producto blanquecino y lo pone bajo el sol para que se hinche y se convierta en jabón.
Sus productos se caracterizan por el rescate de prácticas ancestrales, tanto en plantas como en minerales. Ahora mismo, por ejemplo, está experimentando con poq’e, una mineral fino utilizado antaño para lavar ollas.
Cuando comenzó con Kolla, que por cierto —según ella— se refiere a la planta más que a algún término regionalista, compraba el litro de aceite a 40 o 50 centavos, pero dejó de hacerlo y confía en que sus proveedores le darán el producto sin costo alguno. “Yo me encargo de sus residuos, a mí deberían pagarme”, dice con firmeza esta mujer aymara que ve cómo su negocio, después de casi 10 años, por fin comienza a llamar la atención de un público cada vez más grande.
Atrás quedaron los tiempos difíciles de su infancia vendiendo lo que podía en los mercados y la época en la que fue joyera (hacía anillos para todo tipo de eventos). Ahora tiene la mira puesta en marcar un camino.
No es la única. Como ella, decenas de emprendedores preocupados por el medioambiente y la enorme cantidad de desperdicios han iniciado llamativos negocios con características de cuidado a la naturaleza.
“Todo el sufrimiento que pasé quizás fue por algo, si bien uno sufre, también Dios te da la oportunidad de tener una mejor vida”, afirma Silveria, quien tiene en mente aumentar sus ganancias, influir en la política para aligerar el camino para los emprendimientos, y enseñar lo que ha aprendido en estos años. “Pienso buscar espacios políticos para proponer cambios normativos y ayudar a los emprendimientos”, comenta.