San Agustín y Laredo: afines, aunque diferentes
En este último medio siglo, dos instituciones educativas, entre otras, han mostrado resultados académicos relevantes, aunque sus perspectivas educativas y sus especialidades curriculares sean diferentes.
El 8 de septiembre de 2022, el colegio San Agustín, fue distinguido con el premio “Mérito a la Educación” por la Asamblea Legislativa Departamental de Cochabamba. Notable colegio en la enseñanza de ciencias exactas y además con resultados apreciables en la proyección de sus estudiantes en las universidades del medio y de fuera del país.
Por su parte, en esa perspectiva de reconocimiento, el instituto Eduardo Laredo fue declarado Patrimonio Cultural e Inmaterial de Bolivia mediante la Ley 123 de 2011, Patrimonio Cultural y Educativo de Cochabamba mediante la Ley 839 de 2018 y Patrimonio Cultural y Educativo de la Zona Andina, mediante resolución 06 del Parlamento Andino en junio de 2021; subrayándose su aporte a la educación, al desarrollo del arte y de la cultura. Sus estudiantes también se destacan en su tránsito a la educación superior, nacional e internacional.
Habitualmente, estos hechos de relevancia académica se conocen a través de evaluaciones sobre el tipo de metodologías de enseñanza, el uso de materiales educativos adecuados o por la calidad de sus profesores, e incluso las evaluaciones sobre el efecto de las condiciones socioeconómicas son tomadas en cuenta para medir el rendimiento y el aprendizaje de los educandos.
No obstante, estas notas no se refieren a esos indicadores, que son pertinentes y explicativos, y que normalmente se evalúan a nivel internacional (PISA, OECD). Lo que se desea resaltar en esta ocasión es que hay dos factores interrelacionados que explican el éxito de estos dos colegios, y que serían importantes de tomar en cuenta para explicar el comportamiento académico de estas instituciones: “el valor añadido” y el “efecto de agregación”.
El primero o “valor añadido”, es la “herencia diversa” que llevan los estudiantes a las escuelas y más tarde a las universidades. Los estudiantes cuando acuden a las escuelas o a las universidades, no acuden con las manos vacías, no son la tabula rasa de John Locke, pues los estudiantes cargan una historia, ora como marea calma, ora como un pequeño remolino, que el profesor y la institución educativa- no sin grandes riesgos- habrán de atender e intentar reconducir hacia puertos seguros.
Ese “valor añadido”, en el caso de los estudiantes de estos dos colegios, tiene una exigencia muy parecida; en el caso del San Agustín, el estudiante tiene que mostrar previamente, alguna “condición peculiar” para resolver problemas de matemática; en el caso del Laredo, algo de talento e inclinación “natural” al arte. Esa peculiaridad exigida con antelación, por las características de estos colegios, garantiza parcialmente, que los estudiantes que se admiten en estas instituciones rindan de acuerdo a las políticas educativas exigidas, o por lo menos, esos niños y/o jóvenes adolescentes, aprendices de brujo, hagan gala, aunque todavía precaria, de los primeros y básicos trucos que su condición exige y que la institución acredita.
Es evidente que los objetivos especializados y específicos de aprendizaje o la visión que tienen estas instituciones analizadas ayuda a seleccionar a la población escolar. Así, el “valor añadido” no es azaroso, eso predetermina inicialmente el éxito de estas instituciones. La especialización de la enseñanza de Ciencias Exactas del San Agustín, es la que preselecciona a su audiencia, como la enseñanza especializada de Artes del Laredo, establece las características y cualidades académicas de sus estudiantes.
Un segundo elemento, que se cumple en estas instituciones, que se suma al “valor añadido”, y que obra casi como una consecuencia del primero, es el “efecto de agregación”. Éste permite comprender que cuando se juntan estudiantes débiles con estudiantes fuertes, generalmente se benefician los más débiles.
Esa agregación a partir de una diversidad social y de talentos académicos, hace que estas instituciones “hereden” una población escolar más proclive y exitosa para el aprendizaje. El San Agustín y el instituto Laredo admiten en sus filas a estudiantes de condiciones económicas diferenciadas (heterogeneidad) y talentos académicos parecidos (homogeneidad).
Este modelo social y académico permite no sólo avanzar en la construcción de una sociedad más democrática, sino en descubrir las potencialidades de aprendizaje que se esconden o invisibilizan en las poblaciones más desfavorecidas en términos socioeconómicos.
Ése es el “secreto” de estas dos instituciones, que podría considerarse para mejorar la calidad educativa y las políticas educativas nacionales. Creo que el remedio no es uniformar a todos, indistintamente de sus talentos, o borrar artificiosamente la diversidad, con pedagogías que se adaptan a los más débiles, confundiéndose, democracia con masificación. La idea es lograr una osmosis o contagio entre estudiantes “débiles” y estudiantes “fuertes”, explotando nuestra diversidad, mediante la emulación y/o competencia, en el buen sentido, como soñaba Franz Tamayo.