Ópera de Bucarest acoge a bailarines de Ucrania
El Ballet de la Ópera Nacional de Bucarest ha acudido al rescate de siete bailarines que han visto truncadas sus carreras y sus vidas por la invasión militar rusa de Ucrania, donde trabajaban hasta ahora.
Desde que los bombardeos rusos empezaran a devastar ciudades ucranianas, seis bailarines del Teatro Académico de Ballet y Ópera de la ciudad de Dnipro y una bailarina del Teatro de Ballet y Ópera de Odesa han encontrado refugio y una oportunidad de proseguir con sus carreras en la capital rumana.
“Para nosotros es vital poder seguir ensayando y bailando a un nivel profesional para no perder la forma”, dice durante uno de los ensayos Bogdana Alekseeva, una bailarina ucraniana de la Ópera de Odesa que acaba de incorporarse a la de Bucarest.
Nacida en Donetsk, en el este de Ucrania, hace 21 años, Alekseeva perdió a su padre en 2014 en la guerra del Donbás entre separatistas prorrusos y el Ejército de Ucrania.
Ante el cierre del teatro de Odesa donde trabajaba, la joven bailarina escribió a varios centros europeos pidiendo ayuda.
“La de Bucarest respondió y nos está dando esta gran oportunidad”, cuenta Alekseeva mientras se arregla las zapatillas en un descanso.
Debut con “Giselle”
Los siete bailarines, entre los que hay cuatro chicos y tres chicas, han sido contratados hasta final de esta temporada por el ballet de la Ópera de Bucarest, con la que debutaron en “Giselle”.
“Ha sido una alegría inmensa para nosotros poder ayudarles”, dice la directora del Ballet de la Ópera de Bucarest, Laura Blica-Toader, quien explica que no conocía a ninguno de los bailarines de Ucrania cuando recibió su mensaje por internet.
Retorno a raíces
Entre los bailarines que han huido de Ucrania y que ahora refuerzan el Ballet de la Ópera de Bucarest está también Lara Paraschiv, una canadiense de padres rumanos que trabajaba hasta ahora en el Teatro Académico de Ballet y Ópera de Dnipro.
Paraschiv volvió a la Europa del Este que dejaron atrás sus padres para estudiar en la Academia del Ballet del Bolshoi, en Moscú.
“Después trabajé en el Teatro de Estado de Astracán”, dice en referencia a esa ciudad del sur de Rusia, cerca del mar Caspio.
De allí, Paraschiv recaló en el teatro de Dnipro, en Ucrania, desde donde ha huido para encontrar refugio y una oportunidad de seguir bailando en el país del que emigraron sus padres.
Ella llegó a Rumanía tras salir de Ucrania a través de Moldavia junto con dos bailarines de Kirguistán, a los que conoció cuando bailaban juntos en Astracán, y otros dos de la propia Moldavia.
Todos ellos son parte ahora del Ballet de la Ópera Nacional de Bucarest, en la que algunos esperan quedarse.
Solidaridad rumana
Tanto Alekseeva como Paraschiv están profundamente agradecidas a unos huéspedes rumanos que les han ofrecido alojamiento, un salario y donaciones continuas para cubrir todas sus necesidades tras su salida a toda prisa de Ucrania.
“Nos ha ayudado mucho a no perder la forma y nos están dando comida, ropa y todo lo que necesitamos”, cuenta Paraschiv, que espera poder quedarse en Bucarest, donde tiene familiares, y con quienes ya fueron sus compañeros en Astracán.
“Ni yo ni mi madre habíamos pensado nunca que acabaría en Rumanía”, dice con una sonrisa la joven, de 23 años, antes de regresar con sus compañeros al ensayo.
Sin audiciones
Cuando el Ballet Nacional de Rumania subió al escenario en Bucarest hace dos semanas, los bailarines de Ucrania se unieron a ellos para una actuación de Giselle.
“No hicimos una audición porque era una emergencia”, explicó Alin Gheorghiu, quien dirige el ballet. “Ni siquiera tenían dónde quedarse; no tenían nada”.
A los bailarines se les ofrecieron “contratos de colaboración” que duraban entre seis meses y un año. Se aseguraron dos apartamentos, libres de alquiler. Un restaurante local ofreció comidas.
Ninguno ha bailado a nivel nacional, por lo que esta también fue una oportunidad para ellos de avanzar en sus carreras.