Una habitación propia
“Las relaciones entre las mujeres, me dije, evocando rápidamente la espléndida galería de personajes literarios femeninos, son demasiado simples. Es demasiado lo que se deja fuera, lo que no se dice. Y traté de recordar algún caso en el que se presentara a dos mujeres como amigas. Se intenta en Diana of the Crossways. Y hay confidentes, por descontado, en Racine y en las tragedias griegas.
De vez en cuando son madres e hijas. Pero todos los libros, casi sin excepción, presentan a la mujer desde el punto de vista de su relación con los hombres. Era extraño pensar que los grandes personajes literarios femeninos, hasta los tiempos de Jane Austen, no sólo se mostraban a través de los ojos de los hombres sino en relación con ellos.
Y eso constituye una parte muy pequeña de la vida de la mujer, y qué poco sabe un hombre incluso de esa pequeña parte, puesto que la observa a través de los cristales negros o rosados de la condición sexual. De ahí, tal vez, esa naturaleza tan peculiar de las mujeres en la literatura; los sorprendentes extremos de belleza o fealdad; la alternancia entre una bondad celestial o una depravación diabólica”.