Los rostros de las olas: poetas bolivianos de las últimas generaciones
La poesía, a través de sus búsquedas personales, desde la imprevisible contingencia en que los hombres y mujeres escriben lo que escriben, también expresa el “ADN de una época”, lo ha señalado el poeta Paul Muldoon. Al punto en que los mejores poemas de una generación probablemente sean aquellos donde tenemos la impresión de que han sido escritos por el lenguaje y no por sus autores. Los cambios y las transformaciones de la poesía boliviana se corresponden con un país que gradualmente, a través de los tropiezos y las dictaduras, las crisis económicas y sociales, todo lo que hace de los países latinoamericanos un combate entre las ilusiones y los fantasmas, comenzaba un contacto más intenso con su propia diversidad y con el mundo.
(…) Los poetas nacidos a partir de los cincuentas, en respuesta o no a sus antecesores, con la lectura abierta de otras tradiciones como la poesía norteamericana, han ampliado las raíces su escritura hacia fronteras insospechadas. En estas generaciones se iniciaría aquella experiencia de un poeta que antes incluso de escribir un poema o de publicar un libro, debe abrirse paso entre la congestión y la sospecha de los lenguajes, la multiplicidad de corrientes que lo seducen y la incapacidad de los lenguajes para lograr una unidad en la dispersión.
Estos poetas coinciden con una poesía que ha comenzado a difundirse más en el exterior, después de varias décadas de aislamiento. Es el caso de la antología publicada recientemente en España bajo el cuidado del poeta Homero Carvalho, o Il Paese Degli Specchi, antología de la poesía boliviana traducida al italiano por Emilio Coco, o la reciente Memoria sin espejo: antología de poetas bolivianos nacidos a partir de la década del 70, publicada en Colombia por la colección Ladrones del tiempo. Para no hablar de la inclusión cada vez más creciente de poetas bolivianos en distintas selecciones internacionales, o de las de las ediciones de poetas como Sáenz y Mitre, Gabriel Chávez Casazola o Paura Rodríguez Leyton en España o en México, en los Estados Unidos. La expresión de un país “mediterráneo”, refugiado entre “el árbol y la piedra”, es más continental y oceánica que nunca. Es este el caso de los poetas incluidos en esta antología.
(…) De la pluralidad que hoy vive la poesía boliviana hay un factor que sorprende doblemente, y es la presencia cada vez más marcada de las mujeres, quienes están escribiendo en su conjunto la poesía más deslumbrante del país. Un ejemplo es la selección alumbrando los pasajes de la urbe, antología de poetas bolivianas jóvenes publicada por el colectivo literario Escándalo en tu barca. Cada una de ellas es el cruce de lenguajes muy propios, todas ellas conforman un despertar lingüístico que es ineludible. A partir de poetas como Yolanda Bedregal y Matilde Casazola, la misma Wiethüchter o Norah Zapata, ha comenzado a trascender una lectura que redefine las montañas y la voz de las ciudades. Una respuesta compartida, a veces escrita desde la intimidad, y que ahora se vuelca de lo privado hacia la superficie. Aquí podemos encontrar voces tan consolidadas y originales como las de María Soledad Quiroga y Vilma Tapia Anaya, y más recientemente las voces de Mónica Velásquez Guzmán y Paura Rodríguez Leyton, Elvira Espejo.
(…) Ahora que escribo estas líneas, en este mismo momento, kilómetros de selva son devorados por los incendios en el oriente boliviano, como en el poema de Gary Daher. La política boliviana se debate entre la posibilidad siempre presente de una nueva dictadura, una constante de su historia, y el peligro creciente de una tensión renovada entre las diferencias, lo que podría devolver al país al origen de sus conflictos.
Y es muy poco lo que pueden hacer los poetas distinto a crear un país dentro del país, como lo hiciera en su momento Jaime Sáenz. Un tiempo menos vertiginoso donde podamos escucharnos, como lo hicieron Jesús Urzagasti y Blanca Wiethüchter, María Soledad Quiroga o Mónica Velásquez Guzmán, Elvira Espejo. A veces es el poema el lugar donde regresan las promesas, así como regresan los viajeros en un poema de Eduardo Mitre o Vilma Tapia; el umbral donde recuperamos “el olvidado asombro de estar vivos”, como nos pasa al leer un poema de Paura Rodríguez. O a veces el poema es esa luz que aparece donde menos la esperamos. Y como en un poema de Gabriel Chávez Casazola recogemos aquellas piedrecitas luminosas, esos pequeños milagros, “haciendo al mundo ligeramente más bello/y acaso/también/menos/cruel”.