El espejo que huye
“Y sin embargo —pensé—, yo mismo he sido en otra época este hombre del que me burlo, este joven ridículo e ignorante. Él es todavía, de alguna manera, yo mismo. Durante estos largos años he vivido, he visto, he adivinado, he pensado y él ha permanecido aquí, en soledad, intacto, perfectamente igual a ese que era yo el día que dejé estos lugares. Ahora mi yo presenté desprecia a mi yo pasado; y sin embargo en este tiempo yo creía, más que hoy todavía, ser el hombre superior, el ser alto y noble, el sabio universal, el genio expectante. Y recuerdo que entonces despreciaba a mi yo pasado, mi pequeño yo de niño ignorante y sin refinamiento todavía. Ahora deprecio a aquel que despreciaba. Y todos estos menospreciadores y menospreciados han tenido el mismo nombre, han habitado el mismo cuerpo, se presentaron ante los hombres como un solo ser vivo. Después de mi yo presente, se formará otro que juzgará a mi alma de hoy tal como yo juzgo hoy a la de ayer. ¿Quién tendrá piedad de mí si yo no la tengo para mí mismo?”.