Una estatua viviente en Cochabamba reivindica el arte callejero
Impecable en su apariencia, sin gestos ni movimientos. Está quieto, como congelado.
Totalmente ajeno al bullicio y al tráfico vehicular que atrapa la tarde cochabambina.
Lleva un traje plateado, brillante. Casi salido de una de esas historias enigmáticas del cine o de los cuentos tenebrosos del director mexicano Guillermo del Toro.
Su rostro recio, serio y de facciones definidas no se inmuta para nada, aun cuando la gente y los transeúntes le saludan con curiosidad y admiración.
Mira fijamente a los conductores que se han detenido en el semáforo rojo, en la intersección de la avenida América y Potosí.
Trae puesto un sombrero de ala ancha con unos cuernos largos, un casco de minero potosino, o un traje de soldado (según él lo disponga), una chamarra apretada, lentes oscuros y un hacha, una pala, una pistola (de juguete) en las manos.
Se llama Miguel Martínez, tiene 28 años y es venezolano.
Este artista callejero afirma que fue muy difícil empezar en esta actividad: “Desde que empecé con esto, hace 5 años, he tenido que trabajar mucho para lograr casi la perfección. Es complicado permanecer quieto y poder dominar los movimientos, pero con el tiempo lo logré”.
A Miguel, sólo le lleva poco más de 15 minutos personificarse en una estatua viviente.
Un tiempo corto para una larga jornada que día a día va llevando adelante en las distintas avenidas de la ciudad.
El maquillaje que utiliza para la cara es especial, nácar diluido en aceite mineral. En cuanto al traje, revela que los pintores y chaperos le dan una mano de pintura cada dos semanas para mantener el brillo y la impecabilidad.
Miguel define este arte callejero como un estilo de arte espacio-temporal: “Es el teatro en las calles”.
Mientras saluda con la mano a los vehículos que le tocan bocina, no sonríe para nada, está metido completamente en su personaje.
Este venezolano con un carisma particular, ha fijado su residencia en Cochabamba “por un período”, aunque eventualmente viaja por casi todo el país, está siempre listo para su labor diaria en cualquier escenario, nacional o internacional.
Este artista callejo hace gala de su récord de permanecer quieto: “Sin moverme para nada, he logrado estar inmutable 17 minutos.
Es un poco difícil, porque tienes que controlar la respiración y el equilibrio”.
Miguel, ama la Llajta, dice que cuando empezó en Cochabamba, hace 5 años, la gente lo aceptó de muy buena manera y se solidarizó con él: “Si ven a un artista callejero, apóyenlo, porque nosotros vivimos de esto.
“Agradezco a las personas que me apoyan día a día, muchas gracias por todo”.
Ya cae la tarde en la ciudad, el tráfico se hace más intenso y desordenado y Miguel vuelve a su posición de estatua viviente.
Pese a las inclemencias del tiempo: sol, viento o frío, se queda quieto, petrificado.
Otros le sonríen, le saludan y los más solidarios le extienden la mano para aportar con dinero y alentar este arte que muchas veces es poco comprendido.