El arte que libera: Reinserción social en la cárcel de mujeres
Es un lunes más, un día con diversas programaciones y agendas personales. Pero para las privadas de libertad de la cárcel de San Sebastián Mujeres, este lunes no es cualquiera. Hoy, un grupo de ellas, que ha estado preparándose durante meses en diferentes áreas artísticas, demostrará lo aprendido.
Son las 16:00, y después de una minuciosa revisión, logramos ingresar al penal. La jornada coincide con el pago del prediario, lo que ha obligado a reprogramar el evento.
El espacio tiene una capacidad para 130 reclusas, pero actualmente alberga a 332 mujeres, un hacinamiento del 160 por ciento. Cada rincón está ocupado, pero conseguimos acomodarnos en una pequeña capilla, donde algunas internas ya nos esperan con una merienda.
En sus rostros se refleja una mezcla de emociones. Algunas muestran entusiasmo mientras conversan animadamente, su cercanía es evidente. Otras lucen ansiosas, quizás por el nerviosismo del momento. También hay quienes, con una sola mirada, transmiten una tristeza profunda, un vacío palpable.
Este día marca la conclusión del primer semestre del programa de formación de Progettomondo, una ONG italiana con sede en Verona que opera en Bolivia desde 1980. La organización se dedica a proyectos de desarrollo, protección de derechos humanos y educación para la ciudadanía global, promoviendo especialmente la justicia restaurativa.
El proyecto “Acción cultural y protagonismo juvenil” se lleva a cabo en tres centros de privación de libertad en Cochabamba: San Antonio, San Sebastián Mujeres y Centro Molles (para adolescentes). Este proyecto busca desarrollar programas en áreas sensibles como la resolución de conflictos, vivencia artística, y atención a ofensores sexuales y personas con problemas de alcohol y drogas.
Según Santiago Montecatine, coordinador del proyecto, el objetivo de éste es “favorecer la reinserción social de las personas privadas de libertad, hacer que se escuche su voz, que se entiendan sus inquietudes”. El arte no sólo busca mejorar las condiciones individuales de los participantes, sino también fomentar “la justicia restaurativa, al hacer que se relacionen, que generen comunidad”.
En este contexto, el arte desempeña un papel crucial en la transformación personal de las personas privadas de libertad. A través de la escritura, teatro, pintura y danza, las internas exploran nuevas formas de expresión, encontrando una voz propia y reconstruyendo su identidad, lo que fomenta su autoestima y habilidades sociales.
El evento de hoy se enmarca en la vivencia artística promovida por el proyecto. La intención es mostrar el lado humano de estas mujeres, quienes, durante los talleres, han aprendido nuevas habilidades o retomado prácticas de su infancia para expresar sus inquietudes y emociones. De las 332 mujeres en el penal, el 27 por ciento accede a los talleres, aunque la demanda supera la capacidad disponible y muchas esperan su turno para integrarse. La realidad es que desean más ser quienes dejan los cupos disponibles, pues algunas salen en libertad.
Sin embargo, el proyecto no está exento de desafíos. Montecatine menciona que el hacinamiento y la disponibilidad limitada de espacios son obstáculos constantes. A pesar de esto, el apoyo de instituciones como la Fundación María Marina y la cooperación del régimen penitenciario han sido fundamentales para llevar adelante los talleres.
“La expresión artística puede servir de varias maneras. Por una parte, muchas veces en psicoanálisis hablan de la sublimación, como una transformación de las problemáticas psicológicas que suele darse a partir del arte”, señala Santiago. Este enfoque busca reconocer la humanidad y el potencial de cada individuo dentro del sistema penitenciario.
Ariel, profesor de danza y expresión corporal, aporta su visión sobre el impacto del arte en las internas.
“Creo que mi trabajo es brindar el espacio, las herramientas y las experiencias para que se genere un entorno en el cual ellas puedan expresarse, desarrollarse y encontrar herramientas que les puedan servir para lidiar con su día a día, pero también con su desarrollo a nivel personal y social”.
Ariel destaca además la importancia del disfrute y la distracción en este proceso: “Nos reímos, en algún momento empezamos a jugar, nos distraemos obviamente de todo lo que está sucediendo adentro”.
Mientras un grupo de reclusas se prepara para mostrar una obra teatral, nos proponen subir a ver las obras realizadas en el taller de dibujo y pintura. Salir de la capilla para llegar a la “humilde galería”, ubicada en una habitación del último piso del recinto, es un desafío. Abrirse paso, pedir permiso, subir las estrechas escaleras llenas de mujeres sentadas, algunas conversando, otras solas con la mirada perdida y varias tejiendo es complicado.
“Los profes logran convertir un simple cuarto en una galería artística, humilde pero funcional”, afirma Santiago.
El espacio, que también sirve para las internas en detención preventiva, tiene las paredes cubiertas con dibujos y pinturas de diferentes técnicas y tamaños. Las obras están clasificadas y etiquetadas con los nombres de sus autoras. J. R., de 72 años, entra emocionada, nos da la mano y muestra orgullosa sus creaciones, asegurando que tiene muchas más.
“Yo le pido más trabajo al profe”.
“Voy a salir adelante. Diosito me acompaña siempre. Cuando salga de aquí, voy a entrar a la universidad”.
J. R. ha pasado varios cursos y se graduó en el penal, un logro que comparte orgullosamente mientras nos muestra sus fotografías en las que sale con sus familiares. Ella, con toga y birrete. Su alegría y afectuosidad son contagiosas, pero es imposible no conmoverse al verla llorar.
Marcelo, el facilitador del taller de dibujo y pintura, explica que a través de su arte surgen emociones que se reflejan en sus creaciones. Muchas reclusas necesitan desahogarse, y descubren que dibujando o pintando pueden desestresarse, permitiéndoles escapar de la realidad a través de su imaginación.
E. T., otra participante del taller, también expone sus obras, —que son muy buenas por cierto—. Ella anhela salir pronto del penitenciario.
“Cuando el profe nos dice ‘hasta la próxima clase’, yo le digo ‘cómo nos puede decir eso, díganos que no nos quiere ver más bien’, porque yo ya no quiero estar aquí en esa próxima semana”, comenta con una mezcla de humor y desesperación.
Las pinturas de E. T. evocan recuerdos de su infancia, el patio de la casa de su madre, las plantas frutales y paisajes de ensueño como la torre Eiffel de París. Además de dibujo y pintura, E. T. ha tomado clases de peluquería y repostería, y planea seguir aprendiendo mientras esté en prisión. Está convencida de que los certificados de sus cursos la ayudarán a salir más rápido.
“Que vean que no estamos de ociosas aquí”.
Al retornar a la capilla, Pamela, la profesora de teatro, ya está preparando todo repartiendo prendas de vestir para caracterizar a las reclusas en sus personajes. Sin embargo, muchas de las que deben actuar no están presentes.
La obra trata sobre el amor de madre, el maltrato y la violencia familiar.
Mientras se gestiona el espacio para convertirlo en escenario, intercambiamos pequeñas charlas con las reclusas. “Es como si no estuvieras aquí”, “cuando salga buscaré dónde pasar clases de teatro porque descubrí que me gusta actuar”, “cuando estás en los talleres te olvidas de esta realidad, es un escape”. Son algunas frases que reflejan el impacto positivo de las actividades artísticas en sus vidas.
Después de más de una hora, la situación se complica debido al pago del prediario y a los cobros de deudas entre las reclusas, quienes se llaman por sus nombres usando un micrófono. La demostración teatral no fue posible.