Entre libros y pinturas
Huele a papel y tinta. En medio del bullicio de voces entusiastas en la XVII Feria Internacional del Libro de Cochabamba. Entre estanterías rebosantes de novelas y puestos de editoriales, un espacio inusual atrae miradas curiosas y pasos vacilantes; pues se alza una presencia inédita: el stand del Museo Nacional de Arte (MNA), una ventana a siglos de la sensibilidad artística boliviana que por primera vez se abre en este escenario literario. En el corazón del Pabellón Infanto-Juvenil Gaby Vallejo, el Museo Nacional de Arte (MNA) ha plantado su bandera por primera vez, trayendo consigo pedazos de historia.
El espacio -pequeño- tiene una peculiaridad que atrae miradas curiosas. Más de 30 réplicas cuidadosamente seleccionadas del vasto repertorio de 13.000 piezas del museo invitan a un viaje a través del tiempo y la (in)conciencia nacional. La curaduría, un delicado ejercicio de síntesis, propone un recorrido por la transformación histórico-política de Bolivia a través de su representación en obras de arte.
El recorrido comienza en la época colonial, donde lienzos como “San Miguel Arcángel” revelan el choque y la fusión de dos mundos. Ángeles con armaduras españolas empuñan espadas contra demonios que evocan la otredad indígena, mientras la Virgen del Cerro se alza como testimonio pétreo del sincretismo naciente. Estos primeros pasos en el recorrido ya sugieren la complejidad de una identidad en formación, donde lo europeo y lo andino se entrelazan en una danza tensa y fecunda.
La era republicana nos recibe con rostros solemnes de próceres y escenas de convulsión política. “El derrocamiento de Melgarejo” captura la incertidumbre de una nación joven, donde cada pincelada parece cuestionar el rumbo de un país en busca de sí mismo. Los visitantes se detienen, pensativos, ante estas imágenes que resuenan con ecos de un pasado no tan distante.
El siglo XX irrumpe con la fuerza de las vanguardias. Cecilio Guzmán de Rojas desafía con sus figuras telúricas, mientras el enigmático Walter Solón Romero invita a perderse en laberintos de simbolismo social. Y allí, como un relámpago de lucidez brutal, nos sacude Roberto Valcárcel con su sorpresiva presencia en una de sus obras de tinta sobre madera, recordándonos que el arte también puede ser un grito de inconformidad.
Pero es Miguel Alandia Pantoja quien domina el espacio central del stand. El “pintor de la revolución” despliega su visión épica en reproducciones de murales como “Monumento a la Revolución” y “Masacre”, donde los cuerpos se retuercen en una coreografía de lucha y esperanza. Sin embargo, son sus obras menos conocidas las que sorprenden: estudios vibrantes de personajes carnavalescos como el Pepino, el Diablo y el Kusillo, que revelan una fascinación por las raíces culturales que sustentan la revolución social.
Los niños se agolpan en un rincón especialmente diseñado para ellos, donde pueden tocar réplicas en miniatura y jugar a ser curadores por un día. Mientras tanto, en un modesto estante, se ofrecen catálogos y publicaciones que documentan la rica historia del MNA, permitiendo a los visitantes llevar consigo un pedazo de este patrimonio.
Al salir del stand, la sensación es de haber realizado un viaje vertiginoso por la conciencia colectiva de un pueblo. Las imágenes se superponen en la mente: santos guerreros, líderes caídos, rostros indígenas transfigurados por el pincel modernista, y la explosión de color y movimiento de la fiesta popular.
Esta presencia del MNA en la Feria del Libro de Cochabamba no es solo una exhibición; es un acto de extensión cultural que busca democratizar el acceso al arte y a la reflexión histórica. Sin embargo, mientras observamos este despliegue de creatividad y memoria, no podemos evitar cuestionarnos: ¿Cómo se construye la identidad de una nación a través de sus representaciones artísticas? ¿Qué voces han quedado silenciadas en este relato visual de Bolivia?
La propuesta del MNA nos invita a considerar la alteridad, concepto caro a Enrique Dussel, como una categoría histórico-política fundamental. En cada obra expuesta, en cada período representado, se manifiesta la tensión entre el “yo” y el “otro”, entre lo hegemónico y lo marginal, entre la historia oficial y las narrativas subalternas. El arte se revela así no sólo como un reflejo de la sociedad, sino como un campo de batalla donde se negocian y redefinen constantemente las nociones de identidad, poder y pertenencia.
Al cerrar sus puertas cada noche, el stand del MNA en la Feria del Libro deja una pregunta flotando en el aire: ¿Estamos listos para enfrentar la complejidad de nuestra historia, con sus contradicciones y sus deudas pendientes? El arte nos ofrece un espejo, pero somos nosotros quienes debemos decidir si estamos dispuestos a sostener la mirada y aceptar el desafío de re-imaginar nuestro futuro colectivo.
En este pequeño espacio dentro de la feria, Bolivia se contempla a sí misma, no para congratularse, sino para cuestionarse. Y es quizás en este acto de autorreflexión donde reside la verdadera revolución: una que comienza en la mirada y termina transformando la realidad.