La Curie de Giroud
Uno de los mejores libros —tal vez el mejor— que leí en lo que va de este 2025. Conmovedor, impactante… Con una prosa tersa que narra hechos interesantes, anécdotas que no son solo científicas, sino también humanas o de la vida cotidiana de la biografiada, el libro de Françoise Giroud pinta un cuadro intenso de la mujer y su época. Y en medio de las páginas, 24 fotografías en blanco y negro complementan la imaginación del lector: los Congresos de Solvay, repletos de las eminencias científicas de la época; un cuarentón Pierre Curie, con barba crecida y poblada y ojos melancólicos; las hijas (Irene y Eva) de la pareja de científicos; la casa del bulevar Kellermann; el laboratorio donde fue descubierto el radio; la mujer descubridora del radio junto con el descubridor de la relatividad general en un encuentro memorable… Son solo algunas de las imágenes reunidas en este hermoso libro de 252 páginas, publicado en español por la editorial Argos Vergara en 1982, que quedará para siempre en mi memoria de lector.
Está claro que la periodista Françoise Giroud escribe el libro desde una perspectiva feminista, o, al menos, de reivindicación femenina, pero ello en absoluto hace que sus palabras y juicios toquen el ámbito de un feminismo obcecado, radical o vulgar. La autora francesa tiene el talento de descubrirnos la vida de Marie Sklodowska, polaca de nacimiento, pero universal para la posteridad, con sensibilidad y empatía, sí, pero al mismo tiempo desde una perspectiva objetivista e incluso en algunos momentos no desprovista de la —siempre sana— crítica. En el relato, simultáneamente apasionado y objetivo, se sintetizan sin duda el homenaje a la mujer y científica y una reflexión sobre la importancia de la ciencia en el desarrollo de la humanidad y los prejuicios y estereotipos propios de un lugar y una época.
Conmueve desde el inicio. En las primeras páginas ya se encuentran cuadros enternecedores y patéticos: una niña algo solitaria que es objeto de burlas provenientes de los pequeños tunantes que la rodean en la escuela y su casa. Es buena en todas las asignaturas del colegio, pero pasa el tiempo y la siempre paradójica vida la coloca luego en una posición sin esperanzas: a los veintitrés años es una mujer pobre que no tiene a la vista una carrera promisoria y piensa que no llegará muy lejos porque ha desperdiciado valioso tiempo. Pero la voluntad le bulle en el espíritu y el corazón como un volcán… Sí: y en el corazón. Porque Marie no era solamente cerebro, sino además un corazón que latía rápido y que, como el de la mayoría de los seres humanos, necesitaba ser amado.
Fue feminista sin la necesidad de un feminismo estridente o rencoroso. Siempre modesta, tanto en su vida cotidiana como en su forma de ser, predicó con el ejemplo y se enfrentó a los prejuicios machistas de su época haciendo uso de la palabra, la inteligencia y el esfuerzo propio, esa tríada que hacen la espada más noble y efectiva. Quizás ese su feminismo silencioso y modesto fue, por eso mismo, más ruidoso y ejemplificador que ningún otro. El equilibro de su espíritu y el destino la llevaron a un matrimonio feliz: uno puede imaginarse —muy conmovido, como me conmoví yo hasta las lágrimas mientras leía el libro— a los esposos Curie trabajando silenciosamente en su laboratorio y compartiendo comentarios y experimentando y anotando en sus libretas cada hallazgo… Y puede imaginarse el accidente que acabó trágicamente con la vida del amado esposo, cuando una mañana de abril de 1906 un carro de caballos lo atropelló y aplastó su cabeza, esa luminosa cabeza que había sido tan prodigiosa y había enamorado a Marie con un flechazo instantáneo. Un poco más de 10 años había durado esa unión conyugal tan apolínea y enriquecedora para ambos.
Singular figura es la de Pierre, hombre que amó a Marie y fue amado por esta, estrella relativamente fugaz en la vida de la científica que recibiría dos premios Nobel, uno de Física y otro de Química; de un perfil psicológicamente modesto como el de su esposa, Françoise Giroud lo describe así: “…pertenecía a esa especie de científicos que se consagran a la ciencia como otros se consagran al arte: para huir de la sombría desesperación de la vida cotidiana. En el camino de su fuga, el radio abrió una sima en la que, al asomarse, vio —a la vez fascinado y espantado— el misterio de los misterios: el de la materia”.
Pero aquella desgarradora muerte impuesta por un destino amargo, aquel acontecimiento que quizá se llevara la mitad de la vida de Marie, no fue suficiente para detener su carrera en la ciencia y en la vida. Ciertamente el cuerpo de la mujer se iba ajando más: los cabellos encanecían, la radiactividad minaba sus órganos y aparecía una ceguera parcial por cataratas: “Para leer, se servía de una lupa”. En sus cartas, tan bien comentadas y glosadas por Giroud, se desvela una mujer atormentada por los avatares de la vida; hacia sus últimos años escribe a su carísima hermana Bronia: “He sufrido tanto en mi vida que estoy más allá de todo sufrimiento. Solo una verdadera catástrofe podría afectarme aún. He aprendido a resignarme y trato de encontrar algunas pequeñas alegrías en la grisalla de la vida cotidiana…”. Tal su tragedia, tal su coraje…
Los años pasan y el mundo no para de cambiar. Los acontecimientos políticos se precipitaron ayer y causaron la Gran Guerra. Millones de muertes se registraron en las trincheras de ese bárbaro conflicto. Pero luego de la guerra aparecen nuevas calamidades: crisis económicas, nuevos amagues de conflictos armados, manifestaciones sociales… Algunos artistas y científicos deciden tomar partido o ser militantes de causas políticas; otros, como Einstein o Curie, adoptan posturas más bien pacifistas o de recogimiento. No por pacatería, sino por que creen que la ciencia está mucho más allá de las menudencias de la política del momento. En lo que concierne a madame Curie, esta cifraba su felicidad en su laboratorio, el lugar donde por años había librado duras batallas y entrevisto la verdad de las cosas, donde se había ilusionado y decepcionado; donde estaban a la vez Cielo e Infierno.
Tal vez la vida de esta mujer sea un ejemplo —uno más, en realidad— de cómo el éxito puede ser alcanzado en condiciones no precisamente favorables. En el caso de Curie, la misoginia, sus sufrimientos personales y la época le jugaron en contra, pese a las ventajas que ciertamente tuvo, como estudiar en la Sorbona o encontrar a una persona como Pierre, como (breve) compañero de vida. Pero todo lo demás fue obstinación, trabajo y entrega.