Cochabamba, pos-Covid-19
La crisis sanitaria producida por la Covid-19 ha revelado la urgencia de repensar el urbanismo y las formas en que la ciudad debe gestionar su proceso de crecimiento y desarrollo. Es necesario reconocer que Cochabamba, durante la pandemia, lamentablemente no estableció ningún criterio urbanístico para hacer frente a los impactos sanitarios. No se generaron políticas urbanas; tampoco ningún instrumento de planificación, ninguna medida para establecer resiliencia, ni un reacomodo en términos físico-funcionales o morfológicas en el manejo del espacio público. Las deficiencias urbanas que ya estaban presentes antes de la pandemia no fueron mejoradas (como en otros países), y aun no hubo proactividad para un relacionamiento interinstitucional —público y privado— y menos participación de la ciudadanía en programas urbanos que posibiliten la idealización a partir del retorno a la nueva normalidad, respecto a cómo podría encararse la ciudad a futuro.
Las únicas restricciones —confinamiento en cuarentena y teletrabajo temporal (hoy presencial)— no aportaron en las condiciones de accesibilidad a los equipamientos e infraestructura urbana, ni tampoco generaron una cultura innovadora del comportamiento ciudadano del consumo y uso administrativo de la ciudad.
El paisaje urbano asociado con la morfología y la funcionalidad urbana es parte del manejo del suelo público, por lo que la reflexión en cuanto al uso de este recurso y su relación con la habitabilidad debe priorizar la generación de espacios empáticos atendiendo fundamentalmente al usuario principal: el ciudadano o el peatón, restringiendo el dominio vehicular motorizado.
Dado que la convivencia armónica es posible en espacios urbanos accesibles y transitables, y cuya vinculación eficiente coadyuva en el mejoramiento de la calidad de vida; su evaluación debería ser una constante, más aún durante crisis sanitarias como la actual.
Estas apreciaciones podrían dar paso a algunas directrices sustantivas que aporten en el proceso de mejoramiento de la ciudad, con perspectiva de futuro, y que podrían resumirse de la siguiente manera.
Más espacios para la peatonalización
Reducir la infraestructura para la circulación vehicular es un ejercicio urbano que desde hace tiempo se ejercita en muchas ciudades latinoamericanas y europeas. Responde al planteamiento de supermanzanas (Rueda, 2016), diamantes territoriales (Vegara, 2017) o ciudades de 15 minutos (Moreno, 2020), cuyo beneficio radica en la generación de espacios peatonales de mejoramiento en el uso y derecho a la ciudad. Son producto de los instrumentos de planificación y de diseño urbano propuestos para un uso más asequible de una “ciudad para los ciudadanos”, que no requieren necesariamente estadios sanitarios como la Covid-19 para repensar la función urbana.
En el caso local, una alternativa de renovación urbana interesante en términos urbanos e históricos constituye la regeneración del Centro Histórico; implementando de manera innovadora, recorridos culturales, históricos, religiosos, gastronómicos, peatonales, con características enteramente peatonales, con mayor espacio para aceras, en un equilibrio con el uso vehicular destinado sólo para emergencias y uso programado para los propietarios y residentes del área de intervención, con las denominadas “zonas 30 (30 km/hora). El objetivo consiste en cerrar el ingreso motorizado al transporte público y vehículos privados y dar mayor atención al transporte activo alternativo (bicicletas), generando grandes espacios públicos que contengan cafés callejeros, parques permanentes de recreación infantil, juvenil y para la tercera edad, y puntos de encuentro social al aire libre (parklets), estableciendo más espacio en aceras y menos estacionamientos en calzadas.
Es posible coronar la innovación —a través de la planificación urbana—, con la regeneración de áreas residenciales en barrios emblemáticos, promoviendo la circulación lenta con transiciones con rutas para caminar y andar en bicicleta.
Espacios policéntricos y multifuncionales
La ciudad podría aceptar el uso de nuevas centralidades, que permitan la peatonalización, como base para la elaboración de un plan que posteriormente puede tener mayor alcance en su proceso de expansión. Refuncionalizar la infraestructura vial con calzadas más estrechas, pavimento artístico y señalética sugestiva y permanente aportaría en la reducción de la velocidad y el tráfico vehicular, que podría perfeccionarse con atributos urbanísticos amigables para los peatones, como aceras más anchas, mobiliario externo, paisajismo complementario y rutas exclusivas para movilidad activa alternativa.
La planificación del desarrollo urbano para revitalizar el centro es posible a partir de la generación de nuevas dinámicas socioeconómicas, producción de empleos accesorios, y establecimiento de uso mixto entre oficinas administrativas, plazas, parques, senderos peatonales y rutas para bicicletas. La antigua área administrativa, podría ser orientada a un trabajo de preservación histórica, con la inclusión de museos, red de parques, y vías verdes, en el afán de facilitar una convivencia armónica y segura entre peatones y ciclistas.
Reconsiderar la planificación urbana más allá de la Covid-19, supone mejorar la demanda de accesibilidad para peatones, reduciendo la función vial de flujos vehiculares y estacionamientos.
Sistema verde urbano y recreación
En un retorno a “una casi normalidad” en el desarrollo de sus actividades cotidianas (no obstante que el clima estacional podría recrudecer el virus y reproducir una nueva ola de la enfermedad, aunque ya no con características tan devastadoras como las anteriores), los ciudadanos hacen uso de la ciudad, descubriendo que el espacio urbano no ha sido modificado en lo absoluto y que las condiciones urbanísticas son las mismas de siempre, cuestionando, como en otros países la enfermedad condujo a los tomadores de decisiones a mejorar el tratamiento de sus áreas verdes, a la promoción de actividades al aire libre, a la renovación del hábitat natural, y al mejoramiento del espacio público, accesibilidad y conectividad.
Sin embargo —como nunca es tarde, y aceptando que toda crisis puede convertirse en oportunidad— todas estas nuevas medidas urbanas podrían estar impresas en un plan maestro de renovación del espacio público, con acceso equitativo de franjas etarias, de género, y socioeconómicas, donde el paisaje urbano habitable constituya parte de una organización integral de espacios de recreación y cohesión.
Un sistema verde urbano como medida estratégica para ordenar el territorio, podría componer el eje vertebrador de la ciudad, instalado en conectores y corredores viales, y ser el elemento basal para la generación de diferentes iniciativas, programas y proyectos urbanos de largo alcance.
El retorno a la nueva normalidad debe estimular mejores decisiones de planificación urbana revitalizando la ciudad por y para los ciudadanos.