El Artista Loco solo ocasionalmente recuerda que fue su mano la que creó la poderosa pieza central de la ciudad con hambre. Su memoria sufre en la vejez. Pero cuando no puede dormir en medio del frío glacial y su ojo (pues solo tiene uno) se eleva hacia el edificio y su mente se inunda con el recuerdo momentáneo de sus actos más jóvenes, siente una extraña amalgama enfermiza de orgullo, vergüenza, desilusión, ira, tristeza abatida y lujuria por los sueños heroicos de su juventud: lo que podría haber sido pero lo que no fue y nunca será. En un abrir y cerrar de ojos, el recuerdo se desvanece y vuelve a sentir un entumecimiento silencioso que recubre los bordes de su cuerpo, apenas demasiado cálido para congelar el aire de la noche. Maldita sea la calidez. Maldita sea la calidez que lo despierta en la amarga mañana siguiente.