No es fácil describir la emoción con que a fines de la década de 1960 los escritores de mi generación, que teníamos entonces menos de veinte años, recibíamos cada nueva obra del “boom” de la literatura latinoamericana. El grupo consagrado bajo ese explosivo rótulo incluía a Gabriel García Márquez, a Carlos Fuentes, a Mario Vargas Llosa y por supuesto a Julio Cortázar. Tuve la suerte de conocer brevemente a todos ellos, pero quizás fue la literatura de Cortázar, con quien pude estar varias veces en París, la que me marcó más.