El nuevo Gobierno de Brasil completó ayer sus primeros 100 días y el suceso más grave ocurrido en este periodo —el asalto bolsonarista al epicentro de la democracia— aparece desdibujado en el balance. El asunto no acapara el debate político, ha quedado en manos de los jueces y la policía mientras el presidente de la república intenta construir una relación sana con las Fuerzas Armadas. Luiz Inácio Lula da Silva se concentró, en el inicio de su tercer mandato, en resucitar los programas sociales para combatir el hambre y la pobreza más exitosos de su anterior etapa, colocar la política medioambiental como prioridad y marcar perfil propio en política exterior. Poco ha avanzado de todos modos porque las dos Cámaras del Congreso están inmersas en un pulso de poder que mantiene la agenda legislativa paralizada.