
VUELTA
Días aciagos para el MAS. El agotamiento de su discurso ha llegado a extremos tales que ahora el presidente utiliza la categoría “nueva derecha” para referirse a la facción encabezada por Evo Morales y alerta contra la restauración de un proyecto conservador y colonial, en el que intervienen los funcionales y la “vieja” derecha, un salpicón inverosímil y fuera de época con el que se pretende describir el momento político que enfrenta el Gobierno.
El expresidente Evo Morales y el actual, Luis Arce, se fueron a las manos. El primero ha ordenado acciones de fuerza a sus seguidores, sobre todo cocaleros, tanto en las carreteras como en la propia sede del TCP en Sucre, escenario de enfrentamientos en las últimas horas, y el segundo puso a sus ministros en apronte. Aunque el desenlace político parece todavía lejano, todo hace suponer que se trata de una pelea en la que ninguno se libra de las consecuencias de los golpes.
Tal vez no sea el mejor momento para hablar de elecciones, sobre todo porque los problemas más urgentes hoy tienen que ver con la economía, pero es el propio Gobierno el que apuró los pasos en esa dirección y puso a todos —a unos más que otros— en carrera. Con la economía a cuestas, claro, pero allá vamos.
Evo Morales no nació a la vida política como un revolucionario o como el referente de un liderazgo de izquierda, pero durante la última década del siglo pasado estuvo en la trinchera que le permitió construir la imagen pública que lo convertiría no solo en el jefe local de los cocales, sino en la contraparte nacional de un sistema en acelerado proceso de deterioro.
La mayoría de los líderes políticos aplaudieron la sentencia del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) que establece que la reelección presidencial indefinida no existe y tampoco es un derecho humano. La decisión implica que ningún boliviano puede ser presidente por más de dos período continuos o discontinuos.
No está mal la primera imagen del primer gabinete del presidente argentino, Javier Milei. En la mesa de sesiones aparecen ocupadas sólo nueve de las 18 sillas y se cumple así el primer objetivo de reducción del aparato público. Y un detalle más: en lugar de las tradicionales y abundantes medialunas y café sobre la mesa, sólo un vaso de agua por cada ministro. Austeridad, dicen.
Dependiendo del cristal con que se mire, un año puede ser un lapso muy corto de tiempo para evaluar las tendencias de la historia, pero también puede parecer más prolongado si se consideran hechos significativos que puedan marcar una diferencia con el pasado e influir sobre el futuro.
Las imitaciones oportunistas nunca fueron buenas en política. Escuchar, por ejemplo, a dirigentes de la oposición, muy sueltos de cuerpo, gritar: ¡Viva la libertad carajo!, al más puro estilo del presidente electo argentino Javier Milei, resulta por lo menos gracioso, además de preocupante porque confirma la gravedad de la falta de ideas.
Es en serio. La próxima revolución será “verde” y sus líderes serán los que luchen por vivir en mayor armonía con el medio ambiente. ¿De qué sirven otras ideologías, si lo que está en riesgo es la vida en el planeta? En Bolivia, como en Brasil u otros países cuyos bosques son arrasados por el fuego de incendios provocados, los cambios pasan ahora necesariamente por lo que se haga para evitar que la destrucción siga y los responsables se mantengan impunes.