Palacio de la niebla: Cocapata
Texto: Alicia Cortés Soruco
Fotos: Daniel Coimbra, Kev Alemán y Sofía Aramayo
Los antepasados nos hablan de las antiguas leyendas y supersticiones que se creían en sus épocas. Historias sobre altas y terribles montañas que se peleaban entre ellas; dioses voladores, criaturas extrañas que peregrinan por la noche y misteriosas pero avanzadas civilizaciones. Estos mitos son, a veces, difíciles de creer, cuando los escuchamos en el medio de nuestras modernas ciudades, alejadas de la mística maravillosa de nuestro país. Pero a Bolivia todavía le quedan algunos paisajes que nos transportan directamente al corazón de nuestra cultura.
Al norte de Cochabamba, en la frontera con La Paz, hay un municipio llamado Cocapata. En la historia, esta área se recuerda como un centro minero, con vestigios de explotación aurífera que datan del Imperio Inca. Durante cientos de años, autoridades y pobladores han prestado atención a Cocapata solamente por sus minas, ampliamente conocidas. Y, si bien la riqueza de la zona es notable, su belleza geográfica, sus paisajes y mágicas vistas son, con mucha ventaja, su característica más impresionante.
Al entrar al municipio, entendemos por qué se lo conoce como la Capital de la Niebla. Las blancas nubes acarician los picos de las montañas y las hojas más altas de los árboles. En jirones danzantes, bajan por las laderas, gráciles y livianas, dibujando siluetas misteriosas en el horizonte. Un escalofrío recorre la espalda de quien observa este espectáculo. Aislados, envueltos en niebla que diluye los sonidos, nos sentimos entrando a otro mundo.
El carácter fronterizo de Cocapata toma un nuevo significado. No solo es límite entre dos departamentos, sino que también es frontera entre el Valle y la Selva. Entre sus muchos apodos, la zona también ha sido llamada “La misma puerta de la Amazonía”. La línea divisoria, el portal hacia un paisaje completamente distinto, un último retazo de frío y claridad antes del vibrante exceso del bosque tropical. Aquí, en nuestra Bolivia, está el último descanso de las montañas antes de entrar al reino de las junglas latinoamericanas. De aquí, el agua de los miles de cascadas naturales seguirán su largo camino, entre roca y tierra, hasta desembocar en el río Beni, que, a su vez, desembocará en el poderoso río Amazonas, el verdadero rey de la selva. Como senderos, los riachuelos cristalinos llevan el agua desde la cima de los Andes hasta el corazón caliente del Brasil.
Caminando sobre el verde césped de Cocapata, bajo la mirada atenta de sus montañas, acompañados solamente de los sabios y antiguos árboles, el equipo de Una Gran Nación (UGN) no puede evitar pensar en el misterio de la zona y, por supuesto, sus leyendas. Por su locación recóndita, su oscura historia y sus secretos nunca dichos, Alcides d’Orbigny la nombró “El Dorado”, haciendo referencia a mitos susurrados, que cuentan que Atahuallpa escondió aquí su tesoro. Oro inca, oculto bajo la tierra y entre los bosques húmedos, cubierto por niebla…directamente bajo nuestros pies.
¿Quién sabe? Solo los antiguos guardianes, las cimas, las nieves, que todo lo ven.
Esta es solo una de las muchas historias que rodean a Cocapata. Las otras, se quedan en su hogar, esperando a que el lector las visite y descubra.
De los muchos destinos que Una Gran Nación ha tenido el honor de visitar, Cocapata merece una mención especial. Una frontera entre valle y selva, entre Cochabamba y La Paz, entre el mundo real y el mundo místico, antiguo e intocable de nuestra cultura. Paisajes que parecen sacados de una película, vistas inigualables, secretas y perfectas. Un espacio de paz absoluta, un ambiente intocado por la polución humana. Un oasis verde, una campiña mágica.
Parados en las cumbres, observando la niebla a nuestros pies, que forma las torres y murallas de un palacio en el cielo, con el sol saliendo por detrás, iluminando el último valle cochabambino, encontramos la razón de nuestro proyecto, tal vez, de nuestra vida. Entendemos con absoluta certeza que nuestra Bolivia, esa Bolivia bella e inigualable que hemos encontrado, está siempre presente, siempre viva. Comprendemos que detrás de una capa superficial de bajeza humana y conflictos, hay un país prístino, enorme, fieramente orgulloso, profundamente sabio y precioso más allá de cualquier comprensión.
En este paraíso, recordamos que Bolivia es (y siempre será) Una Gran Nación.