Transhumanos, humanos con poderes tecnológicos incorporados
Un mundo afectado por el supercapitalismo implica un mundo afectado por la exacerbada competencia entre los individuos. Ser cada vez mejores física, cognitiva, moral y emocionalmente es la meta promedio en las diversas sociedades de la aldea global. Lo que paulatinamente empezó a cambiar hasta niveles no soñados hace dos o tres décadas es el cómo. La apuesta posmoderna trasciende el ya estandarizado consumo de medicamentos y suplementos para potenciar su rendimiento físico, sexual y nemónico, o para regular los desequilibrios emocionales.
La era de los implantes, otrora reservada a los marcapasos cardiacos o gástricos y alguna que otra excentricidad, parece tomar un curso vertiginoso. De hecho, hace algo más de una década, en los programas de debate filosófico que solían presentarse en canales alemanes o nórdicos durante varios meses y con cierta recurrente regularidad, uno de los temas era la diferencia que habría en los siguientes siglos entre las sociedades beneficiadas con las ventajas que la ciencia aportaría a los cuerpos y las que mantendrían sus capacidades naturales.
Lo cierto es que, en los últimos años, y especialmente en este 2022, la idea de trascender el natural estado humano para añadirle elementos artificiales que lo potencien cobra cada vez tanto más adeptos como críticos. En suma, hay quienes quieren volverse transhumanos y hay quienes advierten que esa condición puede traer consecuencias peligrosas y riesgos inesperados.
El transhumanismo
¿Qué es un ser transhumano? Sus cultores lo definen como la evolución del homo sapiens actual, una especie con mayores capacidades físicas, intelectuales y psíquicas. Una nueva especie que no adolece las limitaciones biológicas de la condición humana. Estas limitaciones empiezan en el sufrimiento, pasan por las enfermedades, avanzan hacia el envejecimiento y hasta hay quienes apuestan ya a vencer incluso a la muerte.
Según los transhumanistas, dicha transformación hacia una “raza superior” es posible a través de los continuos desarrollo tecnológico y avance de la ciencia. Un conjunto de posmodernas disciplinas sienta la base del transhumanismo, entre ellas, la biotecnología, la neurología, la ingeniería genética, la nanotecnología, las tecnologías de la información, las ciencias cognitivas, la Inteligencia Artificial y la realidad simulada. A ellas se prevé sumar hipotéticas tecnologías del futuro como la transferencia mental, la ingeniería de biointerface, la preservación química cerebral y la criónica.
El transhumanismo, desde hace ya una década, empezó a sumar varios cientos y hasta miles de cultores en diversas capitales de Europa, Asia y EEUU. Se trata de personas que empezaron a experimentar en sí mismas con la implantación de chips, sensores, superimanes, lectores digitales, cámaras y otros artificios en sus propios cuerpos.
Tribus transhumanas
En septiembre de 2016, por ejemplo, la BBC presentaba un reportaje sobre Lepht, una transhumanista que pertenecía a la comunidad de los biohackers. “Prefiero sufrir el dolor y adquirir conocimientos que evitar el dolor y quedarme sin el conocimiento”, declaraba Lepht a la BBC. Así explicaba la razón por la que se había hecho más de 50 operaciones para implantarse, sobre todo, chips en ocho años. “Hacemos el intento de usar tecnología de una manera personal para que nuestros cuerpos sean mejores”, declaraba Lepht.
El transhumanismo se divide en varias corrientes de pensamiento, algunas más radicales que otras. Pero existen dos vertientes que son consideradas como las principales: la Cibernética y la Biotecnológica.
La primera tiene que ver con la informática. Consiste en la utilización de la Inteligencia Artificial, la robótica y otros dispositivos para lograr una simbiosis entre la máquina y el humano, creando como resultado final el cyborg. En esta categoría entran otras tendencias prácticas del transhumanismo más radicales, como los biohackers.
La corriente Biotecnológica se orienta a los recursos generados por la ingeniería genética y la biología sintética. Busca modificar los genes de la especie humana para conseguir mejoras a largo plazo. Esta vertiente busca la creación de una especie poshumana que sería descendiente inmediata de los humanos actuales, pero con mejores cualidades, como una mayor inteligencia, fortaleza y longevidad.
Pero aquellas tribus urbanas aún extravagantes, en años más recientes, se fueron fortaleciendo por los anuncios y proyectos de magnates de la informática y la medicina. Y en esa corriente no podía faltar un nombre: Elon Musk. Si bien, para muchos, es conocido por sus empresas o por su proyecto Starlink y sus trenes de satélites, el multimillonario tiene otros emprendimientos orientados a la propia fisiología humana.
Transhumanista megamillonario
El más ambicioso es Neuralink. Musk lo ha definido como: “Dispositivo que se comunique directamente con el cerebro de forma inalámbrica”. Sus exposiciones sobre el tema llegaron a impactar incluso en mandatarios como el expresidente chileno Sebastián Piñera, quien dedicó una charla y parte de conferencias de prensa en su país y en pleno mandato a hablar sobre lo que ya se va definiendo como “el tercer hemisferio cerebral”, es decir, ampliar la capacidad de manejo de información del cuerpo humano, a través de la incorporación de un chip en el cerebro.
Así Musk, el magnate transhumanista, no sólo es un firme defensor de lograr una “especie de simbiosis” entre los humanos y la Inteligencia Artificial, sino que anda totalmente embarcado en el proyecto. La tecnología de Neuralink tiene como objetivo que una computadora u otro dispositivo digital se comunique directamente con el cerebro de forma inalámbrica. Por ejemplo, a través de la lectura de información del cerebro, una persona con parálisis puede controlar el mouse o el teclado de una computadora. O bien, la información se puede volver a escribir en el cerebro, restaurando por ejemplo el sentido del tacto.
El paso más delicado
El proyecto Neuralink, en medio de una dura polémica, ya realizó test con monos y cerdos. Informó sobre un experimento exitoso con un macaco de nueve años capaz de jugar a videojuegos usando sólo su mente. Por ello, Musk se propuso realizar los primeros ensayos con humanos, entre fines de 2022 y principios de 2023, aunque ha ido aplazando sus previsiones.
La tecnología de interfaz cerebro-máquina (BMI) ya existía antes de que Musk presentara Neuralink. Sin embargo, la compañía unió diferentes tecnologías para empaquetarlas en un solo chip. Según se ha anunciado, el dispositivo llamado Link pretende tener muchas aplicaciones médicas, como ayudar en el tratamiento de enfermedades degenerativas tipo Alzheimer o Parkinson, y hasta en el control de adicciones.
Pero lo que en el fondo interesa al magnate, tal cual ha expresado varias veces, es crear un dispositivo que permita a la humanidad abordar el inevitable riesgo existencial asociado con la superinteligencia digital. Musk ha dicho en reiteradas ocasiones que “no podremos ser más inteligentes que una supercomputadora. Por lo tanto, si no puedes vencerlas, únete a ellas”.
En 2020 adelantó que la gente podrá “guardar y reproducir recuerdos y llamará telepáticamente a su automóvil”. También afirmó que podremos reproducir música directamente desde nuestro cerebro o controlar los niveles hormonales, como la liberación de oxitocina, serotonina y otras sustancias químicas del cerebro, ayudando a mejorar, por ejemplo, la estabilidad emocional.
Han sido numerosas las compañías que han desarrollado programas para avanzar por el camino del transhumanismo. Por ejemplo, Medtronic, un “estimulador cerebral profundo” capaz de frenar los temblores de los pacientes de Parkinson.
Medtronic no es excesivamente puntero en lo que a tecnología se refiere, ya que se basa en un concepto de la década de 1980. Sólo emplea uno o dos electrodos para enviar continuamente descargas eléctricas al cerebro. La realidad es que nadie sabe exactamente por qué funciona.
Sin embargo, por esas y otras razones, diversas voces salieron al paso con críticas tanto de carácter ético como práctico en torno a las tecnologías de interfaz neuronal mejorada. Allí suman desde la posibilidad de fallas integrales que deriven en penosas condiciones físicas o la muerte hasta riesgos como el ser hackeados por ciberdelincuentes o controlados por regímenes dictatoriales y políticos inescrupulosos. “¿Y si en vez de transhumanos nos convierten en esclavos digitales?”, reflexionó Marcel Schkowits, un científico de la Universidad de Lund.