Visitando raíces, de pueblo en pueblo
La vida ha cambiado mucho en las últimas décadas. El ritmo acelerado que hoy nos es tan familiar no es más que el resultado de los avances tecnológicos que hemos experimentado, además de la forma en la que los utilizamos. Los relojes, que una vez estuvieron en nuestras muñecas o en las paredes, hoy están frente a nuestros ojos casi de manera permanente, en todas las pantallas con las que nos cruzamos. Las grandes ciudades se han convertido en un enjambre caótico donde la tranquilidad, el silencio y la paz parecen ser conceptos resbaladizos y lejanos.
Pero este ritmo tiene un precio. Y cuando llegamos a nuestro límite, nos damos cuenta cuan necesaria es encontrarse rodeado de quietud.
El equipo de Una Gran Nación ha encontrado, entre viajes y aventuras, ciertos lugares que nos permiten reencontrarnos con esos sentimientos y ambientes de serenidad y paz. Lugares donde el tiempo pasa, pero no agobia. Donde la vida se vuelve sencilla y son la luz y la tierra las que determinan los ritmos. Tres destinos que todavía mantienen esa esencia encantadora del campo boliviano, donde se duerme bien y el ambiente huele a hogar.
Samaipata, refugio y descanso
A 120 kilómetros de Santa Cruz, la hermosa frontera entre el trópico y el altiplano es un paisaje natural increíble. Desde las altas montañas que lo rodean hasta los bajos y verdes valles, Samaipata ha desarrollado un ambiente completamente único.
En el pasado se creía que esta zona fue el paso entre el Imperio Inca y las poblaciones de las tierras bajas. Esta teoría explica las impresionantes ruinas y restos que aparecen en el campo, lejanos recuerdos que todavía permanecen unidos a la tierra que los vio construirse. El tesoro arqueológico e histórico de Samaipata no siempre es apreciado, pero eso no lo hace menos valioso. Es entre sus paisajes neblinosos y vivos que el viento todavía susurra antiguos secretos. Este destino es una manera ideal para acercarnos a las raíces prehispánicas del país y entender, por lo menos un poco, lo que nuestra tierra vivió en su momento.
Sin embargo, las maravillas del pasado no son todo lo que Samaipata ofrece. El pueblo ha ido creciendo de manera orgánica, llenándose de pequeños recovecos y locales muy especiales, cada uno con una personalidad muy marcada. Descubrir sus pintorescas calles es un plan perfecto para salir del estresante andar citadino.
Tarata, la villa colonial
Un remanso de tranquilidad a solo 30 kilómetros de Cochabamba, Tarata es una postal viva. Sus calles empedradas han visto crecer a incontables familias. El mismo pueblo, acogido entre los verdes cerros, es una imagen que todo cochabambino tiene en sus más tiernas memorias. Desde la plaza, encantadora y típica, hasta las casas de antiguo adobe, que guardan la esencia misma del pasado cochabambino, todo el destino desprende una sensación de hogar como ninguna otra.
El olor a comida casera se eleva de todos los locales. El dulce sonido de los riachuelos que corren libres bajo los puentes de piedra se mezcla con las alegres voces de las personas que almuerzan en familia, disfrutando del verdadero clima que una vez caracterizó a la Ciudad Jardín. Aquí, la prisa y la pesadez se levantan como por arte de magia, causando una sensación de paz y tranquilidad muy especial. Entre los molles y los eucaliptos, encontramos nuestras raíces, plantadas hace mucho tiempo, pero vivas y alegres como el valle de primavera.
Sorata, la perla del altiplano
A la sombra del Nevado Illampu, Sorata resplandece con sus años y su historia. Este hermoso pueblo, siempre protegido por su amable gigante de piedra y hielo, es un destino que roba el aliento de quien lo visita.
Son 150 kilómetros que la separan de La Paz. Una distancia suficiente para ahogar los escándalos citadinos y convertirlos en el canto de las aves y el suave correr del viento. Pequeña y acogedora, Sorata es como entrar en un recuerdo, como visitar la casa de la abuela, como probar nuestro plato favorito. Una experiencia catártica, pero familiar. Única, pero conocida. Podría parecer contradictorio, pero solo es posible en Sorata, un pequeño pueblito que vive lado a lado con una de nuestras montañas más altas. De casitas encantadoras, preciosas plazas y tranquilidad absoluta, este destino nos recuerda que venimos de la naturaleza, de las faldas de la montaña, de los ríos y lagos que nos rodean. Paz y belleza en uno solo.
Es en estos mágicos pueblos donde el equipo de Una Gran Nación ha encontrado un espacio para pensar, para descansar, para recargar la mente y el alma. Rodeados de ambientes tan amados como familiares, es aquí donde entendemos que la grandeza del país se esconde también en los pequeños detalles, en la luz del sol sobre las rojas tejas, en el sabor de la comida típica y en los caminitos de piedra que nos guían hacia los pueblos de Bolivia, Una Gran Nación.