La Angostura, manual para destruir un histórico proyecto agrobiológico
CCómo deberían actuar la sociedad, sus instituciones y autoridades frente a una empresa que se muestra eficiente y estable durante más de un siglo? ¿Cuál debería ser su actitud, especialmente en estos tiempos, si, además, esa empresa presta servicios favorables al medioambiente y a la salud humana? ¿Qué recaudos deberían tomarse si los méritos suman aportes a la historia y economía del país, especialmente en su desarrollo agrícola? ¿Cuántos cuidados y consideraciones habría que prever si los reconocimientos y premios recibidos por su labor no cupiesen en una habitación?
Una respuesta inesperada a esos cuestionamientos se produjo en Cochabamba, desde 2020, y especialmente en el último año. Es el caso de la hacienda La Angostura, que bordea ya los 116 años de funcionamiento. Fue fruto de una adquisición, el año 1913, de más de 1.400 hectáreas a la familia Morató por parte de Carlos Canelas Canelas. Se halla ubicada cerca del kilómetro 9 de la antigua carretera Cochabamba-Santa Cruz, en proximidades de la laguna que dio nombre a la propiedad
Hasta años recientes, el lugar se mostró rebosante en cuanto a riqueza de flora y fauna. En el entorno crecieron árboles que también superan su centenario de existencia. Molles, algarrobos, eucaliptos, taras, tipas, etc. bien podrían constituir monumentos nacionales de rigurosa preservación, dadas sus características y valor. Lo propio diversos tipos de flores tanto autóctonas como adaptadas que recuerdan a los tiempos en que todo el valle cochabambino era multicromáticamente florido. Ese valle hoy saturado de construcciones y de un monocolor ladrillo.
La fauna no desentona en aquel paisaje. Quienes trabajan en la hacienda recuerdan, por ejemplo, la llegada de las liebres que cada invierno completan su travesía desde la Patagonia. O sonríen cada vez que un escurridizo zorro andino se escabulle dentro de la floresta. Valoran que en La Angostura todavía es patente la resistencia de lagartijas, sapos y ranas frente a la acelerada desaparición que experimentan desde hace varios años en el planeta. Un universo de mariposas e insectos diseñados a capricho natural probablemente maravillaría a los entomólogos. Y la abundancia de aves ha llegado a inspirar un detallado registro que se halla en elaboración.
El eje de la hacienda
Claro, la fama de La Angostura se ha centrado especialmente en un rubro en el que los Canelas fueron pioneros a nivel nacional. En 1916, su propietario decidió abrir la senda de la producción lechera de alta calidad en Bolivia. Por eso, en aquel principio del siglo pasado, con las dificultades que entonces implicaba, importó desde Europa los primeros ejemplares de vacas Holstein. Como es sabido, las Holstein provienen de la región ubicada entre Holanda y Alemania y son célebres por su gran capacidad de producción. Con ellas, los Canelas consolidaron los primeros hatos lecheros de alta calidad.
Así, gracias a esta hacienda, se pobló gran parte de la ganadería lechera del país. La fama de los Holstein motivó a que se lleven crías, vacas preñadas o toros sementales de La Angostura para proyectos que surgieron en La Paz, Tarija, Chuquisaca, Santa Cruz y en otras regiones de la propia Cochabamba. La genética que ellos importaron, sin duda, transformó positivamente la dieta de los bolivianos.
Con ese impulso, La Angostura también se convirtió en la primera quesería industrial de Bolivia. Destacaba, como especialidad de la lechería, la producción de los quesos Camembert. A lo largo de la primera mitad del siglo pasado, eran comerciados por gran parte del país. Se recuerda que los llevaban a las minas, a La Paz, a Chuquisaca, a Potosí, etc.
Más que leche
El emprendimiento creció de manera sostenida, fue también donde de manera primicial empezó a mecanizarse la explotación agrícola. En la hacienda, luego se procedió a la crianza de ganado porcino, de aves de corral y abejas meleras. Las hermanas de la familia se embarcaron también pioneramente en la floricultura y cultivaron especies tanto nativas como importadas. Introdujeron variedades como las azucenas. Sus productos también se vendían en el interior del país.
La hacienda incluso superó la dura prueba que significó para cientos de propiedades la Reforma Agraria de 1952. Algunos años antes de aquel cambio devenido de la Revolución Nacional, Canelas entregó a cada uno de sus trabajadores asalariados dotaciones de dos hectáreas. De hecho, la relación con pequeños y medianos productores del entorno siempre ha sido armoniosa y hasta fraternal. Algo que se comprobó nítidamente entre 2022 y 2023.
No siempre un importante emprendimiento sobrevive a la generación que lo ha impulsado. Son frecuentes los casos en que los herederos derrochan o destruyen las obras de los progenitores. Pero no sucedió así en La Angostura. A mediados de los años 60, la posta fue asumida por Enrique Canelas Tardío, uno de los seis hijos de Carlos Canelas y Berta Rosa Tardío. Y Enrique, a lo largo de 58 años, mantuvo la tónica innovadora y pujante de La Angostura.
En esta nueva etapa, por ejemplo, se importó ganado Jersey, la otra célebre raza lechera. Las Holstein, si bien tienen una gran producción, resultan muy delicadas y comen excesivamente. Las Jersey son más pequeñas, producen menos leche, pero es leche con mayor tenor graso, por lo tanto, sirve para producir mantequilla y queso. Desde los años 70, la hacienda contaba con dos de las razas lecheras más destacadas en el planeta. Valga considerar que mientras en Cochabamba el promedio de producción de leche es de entre 17 y 20 litros diarios por vaca, en La Angostura llega a 40 y hasta 50 litros.
Innovaciones
Así, en el curso de las siguientes décadas la producción en La Angostura, también conocida como Hacienda Canelas, cobró singular fama. Se introdujo, por ejemplo, el riego aéreo por aspersión y los cultivos hidropónicos de forraje en viveros. Fue la empresa pionera en la industrialización de leche. Empezó a producir más variedades de quesos, mantequilla, quesillo, nata, requesón, yogures, dulces de leche, crema de leche, suero de leche, etc.
Instaló la primera fábrica de envases para lácteos y también resultó la primera en introducir el sistema tetrapack. En este siglo, la producción de La Angostura llegó a mil litros de leche diarios. Su capacidad de envasado alcanzó los 1.600 litros por día. Récords que en el último año fueron radicalmente mermados.
A iniciativa de la hacienda se fundaron varias asociaciones lecheras como la Asociación de criadores de ganado holando-boliviano (Acrohobol). Uno de sus objetivos centrales fue capacitar a los productores lecheros. Pero también se buscó facilitarles desde alimento hasta técnicas de crianza, cultivo, y producción de derivados lácteos. Aquella labor resultaba notablemente favorecida mientras Cochabamba conservaba su rol de granero de Bolivia, función notoriamente y violentamente debilitada en los últimos años.
Así, a lo largo de 11 décadas los premios y reconocimientos que La Angostura ha recibido resultan virtual y casi técnicamente incontables. “Gran productor”, “Mejor vaca lechera”, “Mejor raza”, “Mejor cría”… son algunas de las inscripciones repetidas en decenas y decenas de trofeos. Hacia el futuro se prevé darles una sala exclusiva de exposición. En el último año tuvieron que ser precipitadamente retirados y puestos a buen recaudo.
Producción especial
En la jerga agropecuaria una definición que marca con cada vez más notoriedad la calidad de los lácteos es aquella que habla de las “vacas felices”. Son las vacas cuya producción resulta lo más natural posible. Se diferencia de aquella que apuesta por todo lo contario. Las primeras crecen pastando libres, los cuidados que se les brindan evitan el uso de hormonas, antibióticos, estimulantes y otro tipo de fármacos o compuestos. Las segundas suelen llegar a crecer en espacios reducidos y convertirse en virtuales bombas bioquímicas, tal cual han surgido múltiples denuncias. Denuncias que advierten sobre los problemas de salud que diversas marcas de lácteos empezaron a causar en sus consumidores humanos.
La Angostura se especializó en criar “vacas felices”, lo que técnicamente se llama crianza extensiva. Aún pastan y toman agua a libre demanda en los alfares y otros espacios de forraje y del río, respectivamente. En los cultivos de forraje no se utilizan herbicidas. Para los diversos cuidados sanitarios se apela a productos naturales como la linaza, granos, zapallo molido o los mates de hierbas medicinales.
Esta filosofía de producción suma un complemento ideal: la producción de alfalfa, avena, heno y otros forrajes fertiliza la tierra y humidifica el ambiente. Ello permite preservar los ciclos de lluvias. Sin embargo, a medida que los espacios agrícolas se fueron reduciendo en el departamento, los ciclos de las lluvias empezaron a cambiar. Ello ha causado que zonas como el valle alto empiecen a sufrir sequías y a tornarse desérticas. Un daño agravado por los daños causados a las acequias a raíz del descontrolado negocio inmobiliario que castiga a Cochabamba.
Manuales
En suma, La Angostura bien podría, si no lo ha hecho, escribir un manual sobre cómo cristalizar un exitoso proyecto agrobiológico o agroecológico productivo. Sin embargo, en el último año, precisamente el negocio inmobiliario, hoy tan boyante como ilegal, aplicó un virtual manual de destrucción contra la hacienda. La amenaza se empezó a hacer más cercana desde tiempos de la cuarentena. Y, como ha sucedido ya en 4.500 hectáreas que suman 100 casos, en Cochabamba, según ha denunciado la Cámara Agropecuaria de Cochabamba (CAC), paulatinamente, a plena luz del día, se inició el modus operandi.
Las mafias de loteadores, que incluyen especialmente a abogados, arquitectos, topógrafos y funcionarios públicos, se especializan en vender tierras ajenas a grupos sociales deprimidos. Operan articuladamente con personal de municipios y otras instituciones que, acicateados por el negocio, empezaron a convertir cada vez más zonas rurales en urbanas. Para ello, ubican diversos tipos de áreas a las que les hallan o crean, incluso con falsificaciones de documentos, cualquier rendija legal. Proceden finalmente a vender esas tierras ajenas, a poner como enemigos a los propietarios y a inducir a sus clientes a las tomas, ofreciéndoles diversos y vigorosos apoyos, incluidos grupos de choque o avales políticos. El negocio queda así consumado.
El negocio
Vaya una relación ejemplificadora: en la zona de Arbieto, correspondiente a La Angostura, los terrenos que se hallan cerca de la carretera interdepartamental cotizan a 60 dólares el metro cuadrado. Aproximadamente a 200 metros de la vía, el precio baja a 40 dólares. Los loteadores llegaron a vender el metro a un dólar o un poco más en ese tipo de áreas. Suelen ofrecer lotes de 200 a 300 metros, incluidos mil ladrillos con la condición de que construyan habitaciones en los primeros dos días de la ocupación. De lo contrario, cobran a los beneficiarios por dicho material de construcción.
En el entorno de La Angostura, tal cual ya es conocido en cientos de experiencias, un día aparecieron decenas de personas munidas de carpas de plástico. Luego sumaron más hasta copar una vasta área de producción forrajera. Paulatinamente, construcciones clandestinas, precarias y sin autorización comenzaron a surgir en los cerros y llegaron hasta la planicie, donde antes había alfares para el ganado. Luego se erigieron casi pegadas a la carretera. Era un grupo de procedente de Totora y se declararon dueños de diversas parcelas de las zonas este y oeste de la hacienda.
Se desató una guerra legal y frecuentemente física, en la que varias veces se temió que la hacienda fuese arrasada por los avasalladores. Aquella pugna ha sido descrita en sucesivos reportes de diversos medios de comunicación del país. La conducta de varias autoridades rayó en la negligencia, si no en la complicidad con aquel hecho de fuerza. A lo largo del último año la presión de los invasores se intensificó al extremo de impedir la alimentación del ganado y cortar las acequias. Amenazados por el uso de venenos y clavos en el escaso espacio que quedaba los animales debieron ser acorralados y alimentados con una peligrosa dieta seca. En ese tiempo, la hacienda recibió además el apoyo de pequeños productores lecheros y agricultores que organizaron colectas de forraje.
Como consecuencia del cerco, murieron 31 vacas. Varias otras enfermaron, se lesionaron o se pusieron extremadamente débiles, al punto que no podían mantenerse en pie. Otra treintena de ejemplares fue trasladada a haciendas amigas. Es más, los robos de bienes de la hacienda empezaron a hacerse frecuentes, al igual que las amenazas a los dueños. Las agresiones, destrozos y depredación también se volvieron cada vez más abiertas y contaban con el uso de tractores y motorizados. Los avasalladores agredieron a funcionarios de Instituto Nacional de Reforma Agraria y de la Policía cuando fueron a notificarles. Apelaron al uso de dinamitas y petardos para intimidar a quienes velaron por La Angostura.
La guerra legal
La guerra legal frente a la inacción de las autoridades llegó al extremo de que los propios comunarios que avasallaron la zona reconocían haber sido estafados y que esas tierras no les correspondían. Sin embargo, la burocracia y otras confusas instancias frenaban el proceso.
Recién a fines de diciembre, tras superar diversos niveles de pleito por demostrar la legitimidad de sus documentos y todos sus antecedentes, las autoridades de niveles superiores autorizaron el desalojo de los invasores. El 22 de diciembre, cerca de 500 policías procedieron al operativo que permitía recuperar la funcionalidad de la hacienda lechera.
“Fue el peor año de nuestra vida”, declaró varias veces Luz Marina Canelas, devenida principal defensora de La Angostura tras el decaimiento de la salud de su padre, Enrique. Tras la resistencia, ahora reencamina este singular proyecto con la esperanza de que además pueda servir como espacio pedagógico. Alienta que en un futuro cientos de visitantes puedan valorar lo que significa una obra más que centenaria que armoniza con el poder y la magia de la naturaleza.
Mientras tanto, con documentos en mano, la Federación Departamental de Juntas Vecinales ha identificado ante las autoridades a 104 loteadores. Se ha señalado que operan en al menos 14 zonas avasalladas de Cochabamba en el Valle Alto, Sacaba, Cercado y Quillacollo. Los avasalladores están identificados con nombres, procesos y los sectores en los que trafican extensiones de tierras que van desde 200 hasta 500 hectáreas. Sin embargo, gozan de total libertad y continúan avanzando con la toma de tierras. ¿Parte del manual?