HISTORIA SE DESMIENTE VERACIDAD DE UNA FAMOSA CARTA DE SIMÓN BOLÍVAR

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Publicado el 28/04/2025 a las 19h57
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El sábado 6 de diciembre de 1933, en la página 4 de El Diario, de La Paz, aparecía un artículo titulado “Más cartas de Bolívar. La gloriosa Fanny du Villars La Libertadora” que estaba firmado por “Ismael Sotomayor de la Orden de Bolívar”. En esta publicación, el autor se refería a tres de las muchas amantes que tuvo el Libertador y también copiaba párrafos de otra carta que le habría mandado el venezolano Vicente Lecuna comentándole que una famosa misiva dirigida por Bolívar a su prima y amante Fanny du Villars “es perfectamente apócrifa” y, a continuación, el famoso bibliógrafo decía que “es imposible falsificar una carta hoy y que no se descubra la falsificación, conociendo a fondo la vida del héroe y su correspondencia”.

Tras ese prolegómeno, Sotomayor afirma que “la suerte nos deparó el hallazgo de dar con un documento auténtico”, “una preciosa carta firmada por DON SIMÓN” y añade que, “por primera vez, transcribo íntegramente el texto de esta invalorable pieza paleográfica, extrayéndola de la sección americana de mi archivo particular”. 

Lo que señalaba es que dicha carta ya estaba en su poder desde hacía algún tiempo y él estaba haciendo el favor de transcribirla. El texto publicado entonces, sin correcciones, es este:

“Sa. Joaquina C. en Potosí. — De toda mi admiración y respeto: — Ha llegado el momento en qe. como hombre de mundo y como militar de talento confiese a V. y me ratifique en mi pecado…

“La lucha intensa fué más qe. enorme pr. qe. el Destino lo quiso Cupido derrotó a Marte en buena ley y con las mejores miras.  “Lo que ahora combiene es que V. (saltado en el original) el botin de ese combate se reserve en lo mas profundo e intimo del arsenal de nuestros corazones ya qe. delo contrario ¡qe se diría de ambos!

“Si hay idiotas en el mundo, no se imagina V. cuanto daño suelen hacer aun pr. encima de los más nobles sentimientos y pr. sobre todos los mas sagrados compromisos e intereses.  “Yo ruego a V. Sa. interponerse ante ante (sic) cualquier tentativa de amedrentamiento qe. en V. se qe. han de ejercer. Diga V. que mis visitas frecuentes a su casa fueron las mas nocturnas por cualquier pretesto que su ingenio peculiar habrá de dictarla. 

“Por lo rrestante seguire de mui cerca el descenlace y a fuer de Bolívar y Ponte pondré a buen recaudo la honra de V. cuanto mi conducta personal. “Mis respetos pa. Su familia y a Panchita un cariño de veras sincero. — A los pies de V. — BOLIVAR” (1933, 4)

Nueve meses después de la presentación de su libro, Valentín Abecia López reportó, ya de manera expresa y clara, que “el martes 20 de abril de 1937 aparecieron tres cartas transcritas, en el periódico La Calle de La Paz, cuyo director era el periodista Nazario Pardo Valle, bajo el título de: ‘Sensacional descubrimiento histórico constituido por cartas inéditas de Bolívar y Sucre sobre un héroe boliviano’, se trataba de dos misivas firmadas por Bolívar y una por Sucre, en las que se referían a Tumusla y a Medinaceli” (2024b, 2).

En esta segunda publicación, el artículo con el título ya referido está en la página 2 del periódico, en la sección “Perspectivas de la vida cotidiana”, y no tiene autor, pero eso se explica por el hecho de que apenas tiene un párrafo introductorio, que es este:

“Nos ha sido facilitada copia de unas cartas que el Libertador Bolívar y el presidente Sucre cruzaron con motivo de la gran victoria boliviana en Tumusla, y cuya publicación nos parece de extraordinaria importancia histórica. Destácase de ellas la figura de un militar cuyo mayor mérito consistió en su acendrado civismo. Estos documentos cursan en el archivo paleográfico del historiador nacional don Ismael Sotomayor. Pero, oigamos al Libertador: (1937, 2)

A continuación se transcribe cuatro cartas. Tres tienen que ver con la Batalla de Tumusla, y serán transcritas enseguida, pero, por razones desconocidas, se incluye, también, una cuarta con el título “IV — CARTA DEL LIBERTADOR A UNA DAMA”, que es el texto dirigido a “Joaquina C. en Potosí” , que fue publicado en 1933, pero ya con correcciones ortográficas y cambios como que “la lucha intensa” fue reemplazada por “la lucha interna”; se eliminó el apunte entre paréntesis que decía “saltado en el original” y solo se dejó un “ante”. Además de la inclusión de una fotografía de Laura y Guadalupe Medinaceli, presentadas como las nietas del vencedor de Tumusla, en este periódico hay una diferencia clave respecto de la anterior publicación: en este, la carta sí tiene fecha y es la del 20 de diciembre de 1825.

El hecho de que esta supuesta carta se haya publicado junto a las otras tres sobre la Batalla de Tumusla no es la única razón por la que me ocupo de ella, sino por las pistas que proporciona sobre la conducta de Ismael Sotomayor.

Para empezar, hay que apuntar que esta carta fue señalada como una de las pruebas de que Simón Bolívar tuvo un hijo en Potosí con una mujer llamada Joaquina Costas (2016, 80). La primera versión en ese sentido fue publicada por Lucas Jaimes, más conocido como “Brocha Gorda”, en 1899, y se ratificó en 1905 con la impresión de “La Villa Imperial de Potosí”, en Buenos Aires, en la tradición titulada “Un mirlo blanco – aventura que tiene como protagonista al gran Bolívar”. En esta pieza literaria, el cronista narra que, cuando el Libertador llegó a Potosí, fue advertido por una mujer “en sus hechiceros 20 años” de que existía una conspiración para matarlo. Desecha la conjura, Bolívar tuvo un romance con esa mujer, que es identificada como Joaquina Costas (1905, 473-480).

En 1925, Luis Subieta Sagárnaga amplió la versión señalando que Joaquina Costas era “la interesante y respetable esposa del General Don Hilarión de la Quintana” (1925, 18), pero su mayor agregado fue afirmar que aquella tuvo un hijo con el Libertador. El detalle es que, en uno de los dos documentos que publicó, el nombre de la mujer no era Joaquina, sino María. Este hecho motivó confusión entre los escritores de entonces que, de común acuerdo, resolvieron llamar “María Joaquina” a la mujer que habría dado a luz al vástago del Libertador (1975, 155) pese a que existía conciencia de que Lucas Jaimes había cometido una equivocación: “Brocha Gorda comete entonces un error al nombrarla Joaquina en su libro editado en 1905, ‘La Villa Imperial de Potosí’. Error disculpable si se tiene en cuenta que escribió la obra lejos de las fuentes documentales y con la memoria debilitada por su avanzada edad” (2017, 173).   

En 2016 establecimos que María Costas era hija de Pedro Costas y Manuela Morando y no tenía 20 ni 21 años en 1825, sino 31 (2016, 74). Lucas Jaimes nació el 17 de octubre de 1840, así que en 1899, cuando publicó su versión del romance de Bolívar y la Costas, tenía apenas 59 años. No era de “avanzada edad”. Según fuentes genealógicas, María habría fallecido el 27 de septiembre de 1877 y, para entonces, Brocha Gorda tenía 37 años. Si el nombre de la Costas no era María Joaquina, es probable que, en sus recuerdos, cuando estaba escribiendo la tradición, Jaimes la haya confundido con otra de las amantes de Bolívar, Joaquina Garaicoa y Llaguno.

El hecho es que, para 1933, cuando se publicó la supuesta carta por primera vez, no se había socializado el nombre de María y los escritores todavía manejaban la versión de Brocha Gorda, que la llamó Joaquina. Entonces, quien labró la nota, que no fue Bolívar, seguía manejando la versión de que la amante de Bolívar se llamó Joaquina y puso ese nombre como destinataria de esa carta que, por esa y otras razones, es una falsificación.

El otro gran detalle es la fecha. En la publicación de 1933, Sotomayor no la puso, pero en la de 1937 aparece fechada en La Paz el 20 de diciembre de 1825. Por las cartas del Libertador y correspondencia coetánea sabemos que en esa fecha se encontraba en La Plata, o Chuquisaca, así que eso despertó dudas sobre la veracidad de aquella.

El 4 de agosto de 1942, ocurrió algo trascendental: utilizando la entonces recientemente aparecida tecnología del facsímil, el periódico Última Hora publicó la carta, reproducida casi fotográficamente (1942, 8), y, de esa manera se pudo ver que la fecha no era 20 de diciembre, sino 20 de septiembre de 1825. 

Hago un paréntesis respecto a esta publicación, porque la busqué durante nueve años y tuve la suerte de encontrarla al terminar esta investigación, en el Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia (ABNB) que tendría el único ejemplar existente en archivos públicos. El facsímil aparece en la página 8 de la primera sección, ya que en la portada se puede leer que este ejemplar venía en 24 páginas distribuidas en tres secciones. Entre algunos apuntes menciono que hay un artículo de Alcides Arguedas sobre Antonio José de Sucre en la página 7 mientras que en la que nos interesa, la siguiente, está una nota general, con titular a ocho columnas que dice “Una Vez Más el Pueblo Boliviano Exalta el Día Glorioso de su Nacimiento” y se trata del detalle de los actos de festejo por la efeméride patria. El facsimilar de la carta está en recuadro con el título de “AVENTURA GALANTE DE BOLÍVAR EN POTOSÍ”, pero no hay texto que la detalle, sino solo el pie de foto: “POCOS documentos para la Historia de Bolívar como esta carta que nos cede Ismael Sotomayor de un Archivo Histórico. Es dirigida a una dama de opulenta prosapia, doña Josefina Costas, potosina que saludó al Libertador en la Villa Imperial, y a quien cedió la ternura de su afecto. Pleito y leyenda se relatan en la nota: ‘Dama potosina requirió deberes paternales al Libertador de América’, que publicamos en la segunda sección de esta edición” (Ídem). Aunque cita como fuente a la chilena Graciela Sotomayor de Concha —que, a su vez, se basa en Luis Subieta Sagárnaga—, la nota, que está en la página 4 de la segunda sección, no aporta nada más, salvo una inexactitud: dice que “Bolívar fue padre de una niña en Potosí”, cuando lo averiguado después revela que habría sido un varón. 

A la vista de este ejemplar confirmamos cuál era la fecha original de la supuesta carta, 20 de septiembre de 1825, lo que hace todavía más evidente la falsificación ya que, si bien Bolívar todavía estaba en La Paz ese día, puesto que partía hacia Calamarca, todavía no había visto Potosí, ciudad a la que llegó el 5 de octubre.

Entonces, con ese nuevo dato, la carta sería un prodigioso modelo de predicción del futuro ya que un vidente —Simón Bolívar— le habría escrito a una mujer que ni siquiera había visto, y mucho menos tocado, ¡pero había embarazado!

Un año después, también en Última Hora, se publicó el artículo “El gran amor boliviano de Simón Bolívar: la potosina Joaquina Costas”, de Luis Donato Landaeta, en el que volvió a aparecer el facsímil de la carta, todavía con fecha en La Paz del 20 de septiembre de 1825.

Según reporte de Abecia, al año siguiente, el 4 de agosto de 1945, es el periódico La Razón el que publica el facsímil, pero con la fecha cambiada, 26 de agosto de 1826 (2024b, 3). Se había modificado la fecha, sobreponiendo la escritura, pero no el lugar, que seguía siendo La Paz. Para entonces, Bolívar tenía meses de haber dejado Bolivia.

Por úlltimo, es necesario reparar en el uso del nombre “Bolívar y Ponte”, que solo aparece en este supuesto documento. 

Entre fines del siglo XIX y principios del XX, apenas estaba cuajando en América el contenido de algunas de las entradas del The New American Cyclopaedia, un diccionario enciclopédico en 16 tomos que contaba entre sus redactores con hombres como Friedrich Engels y Karl Marx. Este último fue quien desarrolló la entrada, o biografía resumida, de Simón Bolívar en el tomo III que tituló “Bolívar y Ponte, Simón” (1859, 440-446). Se trató de un grueso error ya que Bolívar y Ponte eran el apellido paterno y materno del padre del Libertador, Juan Vicente. 

Los abuelos de Simón Bolívar fueron Juan Vicente de Bolívar y Martínez de Villegas y María Petronila Ponte y Marín de Narváez. El hijo de ambos se llamó Juan Vicente Bolívar y Ponte y se casó con María de la Concepción de Jesús Leocadia Palacios y Blanco Herrera. La partida bautismal del Libertador (1783, 128) dice que fue bautizado con el nombre de Simón Joseph Antonio de la Santísima Trinidad y que sus padres fueron Juan Vicente Volibar (sic) y María de la Concepción Palacios y Sojo, así que su nombre simple era Simón Bolívar Palacios y la entrada en la The New American Cyclopaedia debió ser “Bolívar Palacios, Simón”. 

Pero esto no es nuevo.

Ana Irene Méndez es una de las autoras que apuntó que, en la entrada enciclopédica, “Marx da al Libertador el segundo apellido de su padre” (2019c, 36); afirma que “el retrato negativo que hace Marx de Bolívar implica que adopta la posición de los enemigos del Libertador. Esos enemigos incluyen no sólo a quienes, habiendo estado en las filas patriotas como Ducoudray y Hippisley se mostraron posteriormente como sus enemigos personales, sino también los realistas” y “la actitud ya señalada de Marx hacia lo latinoamericano (actitud que incluye a Bolívar) es prejuiciada y, por tanto, ideológica” (Ídem, 47).    

Pero entre fines del XIX y principios del XX, atacar al Libertador era toda una novedad, así que la denominación equivocada de “Bolívar y Ponte” estaba de moda. Eso debió pesar en el ánimo del falsificador, cuando estaba labrando la supuesta carta a la inexistente Joaquina, que en realidad era María. ¿Y quién habría sido el falsificador?

En 1976, cuando María Luisa Costas —que era nieta de José Costas, el hijo de Simón Bolívar y María Costas— solicitó que el gobierno boliviano reconozca a su familia como descendiente del Libertador, el Instituto Boliviano de Cultura, que entonces cumplía las funciones que ahora tiene el Ministerio de Culturas, encomendó la realización de un informe a Fernando Cajías y, entre otras cosas, él concluyó en que “la carta original no existe y hay que confiar en la palabra de (Emilio) Medinaceli. Debo hacer notar por otro lado que hay personas (por ejemplo el Sr. Federico Nielsen Reyes) que ha declarado que la carta había sido falsificada por (Emilio) Sotomayor” (1977, 11).

La falsificación de documentos e, incluso, objetos históricos, no es un fenómeno aislado, o focalizado en algunas regiones del planeta, sino que forma parte de la historia misma. Las falsificaciones ocurrieron en diferentes épocas y por los más diversos motivos, pero generalmente aparecieron para llenar vacíos o justificar situaciones en las que se exigía la presentación de pruebas. En el caso de Potosí, que me correspondió estudiar de manera indirecta, a la par de desarrollar mis líneas de investigación, la mayoría de las falsificaciones se realizaron entre fines del siglo XIX y principios del XX con el fin de llenar los huecos documentales de su historia.

No obstante, las falsificaciones no fueron ejecutadas con fines económicos o bastardos y hasta se podría decir que las motivaciones de sus autores fueron patrióticas. Los escritores de ese periodo, devenidos en historiadores empíricos, no encontraron otra forma de llenar los vacíos documentales que mediante la elaboración de documentos que los completaran y les den sentido. Eso pasó, por ejemplo, con el acta de posesión del Cerro Rico de Potosí.

En el caso del hijo que Simón Bolívar habría tenido en Potosí, Lucas Jaimes se equivocó al nombrar como Joaquina a una mujer que en realidad se llamaba María.

Cuando Sotomayor labró la “carta”, se basó en ese conocimiento, vigente para su tiempo, al igual que con el nombre errado de “Bolívar y Ponte”. En este caso, llegó al extremo de afirmar que le envió una carta a Vicente Lecuna diciéndole que se había aclarado el misterio de la identidad de la misteriosa dama a quien Bolívar le dirigió una carta sin destinataria ni fecha (1929c, 437). 

Se desconoce si realmente llegó a ese extremo de confianza con el compilador, pero sí se puede afirmar que la misiva supuestamente escrita en La Paz a “Joaquina C.” no aparece en la colección Lecuna ni en las que publicó O’Leary. En los últimos años, el gobierno de Venezuela habilitó el “Archivo del Libertador”, que permite búsquedas en línea, pero en este tampoco figura una carta parecida a aquella.

Peor aún, un escritor contemporáneo suyo, Luis Subieta Sagárnaga, encontró las partidas parroquiales de José Costas, en Caiza, y allí apareció el verdadero nombre de la amante de Bolívar: María Costas.

Sotomayor no previó que, con el paso del tiempo, aparecerían documentos que arrojarían luces sobre este confuso episodio de la historia potosina, poniendo en evidencia su falsedad.

E, irónicamente, fue él quien, en su momento, denunció y condenó las falsificaciones mientras, como se ve ahora, estaba ejecutando algunas por debajo de la mesa.  

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