Santa Vera Cruz Tatala la cruz andina que canta fertilidad, fuego y esperanza
E
sta fiesta no sólo celebra la fe y la fertilidad, sino que también se convierte en un espacio de gratitud por los milagros cumplidos. Atrae a cientos de creyentes durante todo el año y con mayor fuerza la primera semana de mayo, en la zona sur de la ciudad de Cochabamba. Se trata de Santa Vera Cruz Tatala.
“Esta no es una fiesta cualquiera, es una fiesta que está en la abundancia porque no nos olvidemos que es época de cosecha”, afirma la doctora Esther Balboa, antropóloga, en un episodio del Pódcast de Los Tiempos.
Un fuego personal e íntimo
Tatala no es cualquier cruz, subraya. No es sólo la Vera Cruz traída por los misioneros como símbolo de la “verdadera cruz de Cristo”. Tatala, en quechua, es el abuelito, es esa figura ancestral que se ha fundido en la memoria del pueblo, esa cruz que no sólo representa a Cristo crucificado, sino al Inca torturado, descuartizado, desmembrado y dispersado por los Andes, explica.
Por tanto, señala que Tatala es el abuelo que ve el pueblo y que un día volverá y, para recordarlo, para convocarlo, para encender su memoria, se hace fuego. “Cuando dicen Tatala están diciendo abuelo ancestral, queremos que retornes”, dice la antropóloga.
El fuego de Tatala se alimenta de bosta seca de llama y cabellos humanos guardados todo el año y esta llama es vida, es calor, es fertilidad, reflexiona.
El cielo habla
La celebración ocurre en sincronía con la aparición de la Chacana –la Cruz del Sur– en su punto más visible en el cielo nocturno. Entre las dos y las tres de la madrugada, los sabios, los yacha, observan las estrellas para descifrar el tiempo que vendrá, por ejemplo, la fertilidad de los campos, la reproducción de los animales y hasta el destino de las parejas.
“En este caso, la Cruz del Sur es una huaca, algo inaudito, algo que es maravilloso, algo sagrado. La Chakana es la que une la tierra con el cielo, ese paso obligado de la tierra a la inmensidad del firmamento”, explica.
Este momento astronómico marca el fin del ciclo agrícola y el inicio de uno nuevo y no es un tiempo de pedir, sino de agradecer, ya que la tierra ya ha dado.
Sin embargo, el sincretismo religioso llegó con la conquista. Los misioneros al ver los rituales nocturnos en torno a una cruz de piedra en lo alto de Cochabamba intentaron integrar a Cristo en esa narrativa. Así se impuso la “Vera Cruz” –la “verdadera cruz”– en contraposición a la cruz de estrellas, pero el pueblo andino nunca abandonó del todo su interpretación, remarca Balboa.
Las coplas de la fertilidad
La antropóloga recuerda que las únicas que cantan en esta fiesta son las mujeres. Los hombres, en tanto, acompañan con acordeones o charangos, pero no cantan, no tienen derecho de réplica. Las coplas en quechua tienen estructura narrativa: una insinuación, un desarrollo y un remate contundente. No se trata de poesía amorosa, sino de una conversación directa con Tatala, con ese abuelo que observa desde la cruz.
LA CELEBRACIÓN y la iglesia
Para Balboa, “la iglesia (católica) ha intentado que todo confluya en la fe a Jesucristo, el Cristo sacrificado y su relación con el fuego y la resurrección, pero aquí hay dos cosmovisiones que son como aceite y agua”.
Además, al hacer una mirada a las diferentes festividades religiosas, normalmente están ligadas a pedir algo, pero en Santa Vera Cruz “no se va a pedir, es un agradecimiento, es una fiesta que cierra los ciclos, es el nodo energético que hace posible que comience otra cosa de acuerdo a cómo hablen las estrellas, hay gente que sabe mirar y por eso todo esto se hace de noche, en secreto”, detalla.
SER MADRES
Balboa añade que un punto central de la festividad, para las mujeres andinas, es ser madre. “Aquí se mezclan la feminidad y la maternidad que dan continuidad de lo que somos. Las mujeres tienen relaciones sexuales no para divertirse, si no para ser madres y ese es el éxito de la mujer andina”, subraya.
Aunque algunas madres crían solas a sus hijos, para la cosmovisión andina no es algo dificil, como ocurre en la perspectiva occidental, “porque nosotras tenemos introyectado el matriarcado y este matriarcado que se ve en Santa Vera Cruz es poderoso porque hace que el hombre se sienta hombre, que sienta su responsabilidad, es donde se unen el divino masculino y el divino femenino para dar continuidad a la esperanza, a la cultura”, indica.
Por tanto, la festividad llega a fortalecer a la yunta, la pareja. “Normalmente son las parejas las que van a la fiesta, es una fiesta de dos. Esta no es fiesta de jóvenes, es de gente madura, de mujeres que saben lo que quieren y de hombres que quieren responsabilizarse, una yunta en la que cada hace su trabajo”, comenta.
Memoria viva
La cruz de piedra original fue volada con dinamita, explica Balboa. Sus restos fueron arrojados al río y sobre ella se construyó una cancha con cemento para impedir los rituales en el lugar. Pero la gente volvió y cada año vuelve. “Geográficamente ese es el punto más alto para ir al valle alto, es un nodo que conecta. Lo mismo ocurre en otros lugares como en Venezuela, donde la iglesia aplanó un espacio sagrado de la zona e hizo un estadio”, recuerda.
Santa Vera Cruz Tatala ha sido estudiada por filósofos, religiosos, sociólogos y poetas, sobreviviendo gracias a las mujeres que cantan, a los hombres que acompañan, a las parejas que bajan juntas, y al fuego que nunca deja de encenderse, rescata la investigadora.
ARTESANÍAS Y MINIATURA
Las miniaturas y artesanías juegan un papel importante. Representando animales y sus crías, estas figuras son compradas por los fieles como ofrendas que simbolizan su deseo de reproducción del ganado. Asimismo, quienes van con el anhelo de pedir una wawita (bebé) llegan a los pies del “Tatita” con figuras de bebés.
La devoción de los feligreses se evidencia en sus testimonios. “Nos cumplió casita y auto”, “tardó, pero me dio a mi bebé”, “me cumplió”, relatan. Estos creyentes, que van con mucha fe al lugar, no solo llegan en mayo, si no que visitan al “Tatita” como lo llaman con cariño, durante todo el año.
Esto es solo una parte de lo que se vive en esta fiesta, considerada la más importante en el departamento de Cochabamba después de Urkupiña.