Rodrigo Lema: “Era como ver toda Cochabamba destruida y con la gente muerta”
Rodrigo Lema ha inscrito, en Ucrania y Turquía, su nombre en la breve lista de periodistas bolivianos que realizaron coberturas internacionales en zonas de alto riesgo. No resulta un logro menor, más si se considera que tiene 27 años con una ya destacada carrera que empezó precozmente cuando tenía 15. Ha trabajado para prestigiosas cadenas y medios nacionales e internacionales. Una carrera que respalda con una sólida formación académica que suma una licenciatura en ciencias políticas y postgrados en comunicación política así como periodismo y televisión.
Desde Madrid, Rodrigo Lema, en realidad nombre de guerra de Rodrigo Torrico Lema, conversó con OH! sobre las singulares experiencias en aquellas atormentadas zonas. Experiencias que, pese a las privaciones y duros golpes emocionales, le han confirmado lo que siempre quiso ser.
-¿Cómo surgió la idea de ir a Ucrania?
- Apenas se inició la guerra, empecé a tramitar las acreditaciones, quería estar allá. Mi caso fue particular. Tardaron siete meses en acreditarme porque el Gobierno ucraniano tiene mucho cuidado con cualquier periodista de países que estén apoyando a Rusia. Hablando con colegas de otras cadenas, ellos igual tenían dificultades para enviar personal de nacionalidades como la cubana, nicaragüense, venezolana, etc.
Tras ser acreditado, acá en Madrid, teniendo las conexiones con la Alianza Informativa Latinoamericana (AIL) y con diversos medios internacionales me animé a viajar. Y así fui a las zonas de combate y a las ciudades devastadas. Desde allí informé a Bolivia, a través de Los Tiempos y la AIL que tiene allí otros medios aliados. Estuve un mes en Ucrania y dos semanas en Turquía.
-¿Cómo asumió la familia aquel aviso de que se iba a zonas peligrosas?
- Mis padres estuvieron muy preocupados desde un inicio, pero es el trabajo que me encanta. Estuvieron muy preocupados por lo de Ucrania y más aún cuando supieron lo que pasaba en Turquía.
- ¿Cómo fue el ambiente entre el viaje y la llegada a Ucrania?
- Viajé en tren desde Cracovia (Polonia) hasta la frontera ucraniana porque el espacio aéreo civil está cerrado, no hay vuelos. Se ingresa a Ucrania de noche porque los viajes son así más seguros. Al ingresar al país, me retuvieron durante seis y media horas, ya que sólo ingresan al país diplomáticos y ucranianos. Es extraño que entren periodistas y entonces se complica la verificación de autorizaciones y documentos.
La travesía duró más de 20 horas hasta llegar a Lviv, la primera ciudad grande de Ucrania. De ahí tomé otro tren hasta llegar a la capital, Kiev. Allí la vida era completamente normal, a pesar de las decenas de amenazas de bombardeos y alarmas aéreas. La gente ya no se esconde en los refugios subterráneos. Todas las personas a las que entrevisté me dijeron: “Si me llega el momento de morir, es mi momento y punto, ya no podemos vivir todos los días con miedo y ocultándonos”.
Allí me alojé en un hotel que tenía su refugio subterráneo. Luego empecé a viajar hacia las zonas críticas.
-¿Qué zonas visitó y qué tan cerca de Rusia llegó?
- Viajé a ciudades como Chernígov, Irpin, Bucha… ciudades que estaban destruidas. Llegué muy cerca de Rusia. Por ejemplo, Chernígov se halla a 100 kilómetros de Rusia y 50 de Bielorrusia. El día que arribamos a esa ciudad, dos horas después de nuestra llegada, uno de los autos, no se informó si era de voluntarios o de militares, pisó una mina. Murieron seis personas.
Fui testigo de la destrucción y de la invasión rusa, por ejemplo, de las más de 200 denuncias sobre crímenes de guerra en Chernígov. Fueron crímenes del Ejército ruso porque bombardeó hospitales, escuelas, condominios y edificios residenciales e iglesias. Recogí información y declaraciones de las personas que se manifestaban muy conmocionadas e indignadas contra lo que estaba pasando con Rusia.
También advertí muchísimo patriotismo. No tiene idea de la cantidad de publicidad proejército de Ucrania, de la cantidad de banderas. Igual, las formas de ensalzar el patriotismo, las corrientes de moda, la “ropa patriótica”, los cambios de las calles e instituciones que tenían nombres rusos a nombres ucranianos. Incluso la prohibición de que se hable ruso, que antes era muy utilizado. Muchas personas decían: “Yo antes de la guerra hablaba ruso, pero ahora tengo que hablar ucraniano”.
-¿Qué fue lo que más le conmovió en Ucrania?
- Encontré a varios bolivianos. Hay tres bolivianos viviendo en Kiev. Me llamó mucho la atención que los tres no quieren irse por el amor que le tienen a ese país. Están en diversas organizaciones y fundaciones ayudando a familias afectadas por la guerra. Asimilaron ese fervor patriótico de los ucranianos.
Alberto Flores, por ejemplo, es un paceño que tiene una de las fundaciones más grandes de ayuda humanitaria para familias ucranianas. Le acompañé un domingo a entregar ayuda a cientos de familias y era impresionante la cantidad de donaciones que llegan. Medicamentos, sillas de ruedas, víveres van de parte de los ucranianos que emigraron a otros países desde el principio de la guerra. Me conmovió ver cómo dentro de cada caja de ayuda que llegaba había cartas y dibujos o los peluches favoritos de niños ucranianos para el Ejército.
Esas cartas, dibujos y peluches eran luego enviados a los soldados que combatían. Ellos los ponían en el interior de los tanques ucranianos.
- Se dice que en la guerra la primera baja es la verdad. Tras lo que conoció allá, ¿qué tanto cambió su perspectiva en relación a las noticias que nos llegan desde ambos frentes?
-Fui con una visión un poco diferente de lo que estaba pasando. Escuchaba mucho, especialmente en Latinoamérica, que todo estaba montado, que era un show, que el propio Ejército ucraniano estaba atacando a los civiles, etc. Pero después de ver los lugares de destrucción, de ver la gran cantidad de videos que tiene la población ucraniana, cambié. Se ve cómo el Ejército ruso ingresó y disparó a quemarropa a la población, cómo los tanques disparaban en Bucha e Irpin y hechos de ese estilo.
Entonces son evidencias de que hubo invasión y crímenes de guerra. Estoy consciente de que la visión de Rusia es completamente diferente, así como la de los medios que están vinculados a ese país. Pero, según lo que vi en el lugar, advierto acciones muy cuestionables por parte de Rusia contra la población civil.
-¿Ucrania ha sido lo más fuerte y doloroso que le ha tocado cubrir hasta hoy?
- No. Lo más fuerte ha sido el terremoto de Turquía. Vi más devastación y más sufrimiento. Además, fue un reto para mí. En Ucrania, si te llega el momento de morir es tu momento porque puede llegar un misil en cualquier instante. Se activan las alarmas, que sonaban como diez veces al día, uno está con el móvil con pocos minutos para refugiarse y sabe que si te llega te llega. Los ucranianos, en ese contexto, están tratando de hacer normal su vida.
Pero en Turquía llegué a ciudades donde ningún edificio estaba en pie. Allí, el conflicto empezaba en los derrumbes y las más de 6 mil réplicas que sentimos. Luego, el dormir en la calle, a la intemperie, a cinco grados bajo cero, entre cadáveres, el olor a putrefacción de los cuerpos a partir del tercer día. Igualmente, me impactaban el llanto, la desesperación, la energía por las noches, el no poder dormir. Como trabajaba para la AIL, que suma 22 países de América, por el cambio de horario, debía trabajar toda la noche. Durante el día, prácticamente sobrevivía.
Antakya, donde estuvo el epicentro, tenía el tamaño de Cochabamba. Era como ver toda Cochabamba destruida y con la gente muerta. La desesperación de los sobrevivientes. No había un edificio en pie. Fue lo más complicado, profesionalmente, que me ha tocado realizar.
-¿Cómo se produjo ese viaje?
- Yo estaba preparándome para ir a Ucrania. Realicé todas las capacitaciones necesarias, en base a mi pertenencia a organizaciones como Reporteros Sin Fronteras o la Asociación de corresponsales de la prensa extranjera. En medio de eso, sucedió el terremoto. Con esa preparación relacionada a supervivencia, alimentación, estado físico, estado emocional, etc. volé a Estambul y luego a Adana. Era la ciudad más cercana a la zona del sismo. Desde allí viaje durante cinco horas a Antakya.
Llegué a esa ciudad completamente devastada, donde seguían las réplicas y cuando aún no habían arribado periodistas. No había aún refugios y tenía que buscar dónde dormir. La ayuda humanitaria de la ONU aún no había llegado. Así que lo primero que hice fue acercarme a un grupo de personas que estaban con fogatas. Ellas esperaban al Ejército y la ayuda para unos edificios que se habían derrumbado al frente y donde estaban los cuerpos de sus familiares. Los primeros tres días estuve con ellos. Dormía en la calle, en unos sofás rotos, cerca de las fogatas porque las noches la temperatura bajaba hasta menos cinco grados centígrados.
-¿Qué recuerda en especial de la cobertura?
- El quinto día, la fogata se apagó y me dio un cuadro de hipotermia inicial. Los paramédicos me llevaron a un refugio que estaba en puertas de un hospital. Trabajé durante dos semanas, conocí a varios grupos de rescate como los de Argentina, México y otros. Algo muy lindo que me pasó es que, cuando concluí el viaje, el equipo de rescate de México me regaló el casco de su capitán. Fue un reconocimiento porque fui el único latino que hizo la cobertura del sismo, sé que en un libro que publicarán hay un capítulo que me cita. También recuerdo a la familia boliviana que perdió todo en el terremoto. Fue una experiencia dura, con varios días sin comer y largas caminatas. Hubo noches oscuras con ambiente muy pesado, uno dormía al lado de cadáveres, tenía pesadillas, días con grandes nubes de polvo por el trabajo de los equipos.
-¿Qué experiencia muy humana le ha quedado más grabada, ya sea de Turquía o de Ucrania?
- El cariño de la gente de Turquía con la que viví esos nueve días. A pesar del dolor que ellos experimentaban mientras aguardaban que rescaten los cadáveres de sus seres queridos, mientras las máquinas excavaban, ellos me ayudaban. Me protegieron, me dieron cariño, compartieron su comida. Fueron verdaderos amigos.
Nos trataron a la prensa y los equipos de rescate como héroes. Cuando el último día fuimos a Estambul, ningún hotel o restaurante nos quería cobrar. También tengo recuerdos amables de Ucrania. Una señora, por ejemplo, me regaló la cola de un misil ruso como recuerdo. Se la enviaré a mi madre.
Son experiencias profundas. Es un área que me gusta, donde me veo haciendo periodismo y donde quiero seguir. Planeo volver a Ucrania si las cosas siguen complicadas y también estoy atento al próximo acontecimiento de este tipo para ser el primer latino informando a los medios.