Don Víctor Hugo, el abogado de las respuestas sorpresivas
Conversamos con don Víctor Hugo Escobar durante casi dos horas y media sobre política, filosofía y economía; también sobre su vida, su singular vida. Él habla con las pausas y precisiones de fechas, nombres y datos que luce quien ha cultivado la reflexión serena y la dicción precisa.
“Nací en Totora -cuenta al remontarse a sus orígenes-. Mi madre (Asunta Herbas Antezana) me llevó a La Paz cuando yo tenía cuatro años. Vivimos allá hasta mis 12, luego volvimos a Cochabamba. Terminé primaria en la escuela Wilge Rodríguez, y después entré al colegio Nacional Sucre, de donde salí bachiller. Luego, trabajé, durante cinco años, como empleado en el Banco Mercantil. Me dediqué a trabajar y estudiar paralelamente”.
Si no lo es, don Víctor Hugo habría sido un buen jugador de ajedrez o de shogi. Ello porque, ajustándose a las reglas, frecuentemente halla la vía para superar problemas. Y esa parece haber sido la tónica de su vida, incluso con la, a veces, generosa mano del destino. Sucedió, por ejemplo, cuando se presentó a cumplir con el servicio militar obligatorio.
“Nos hicieron formar a los bachilleres en un patio que tienen en la Muyurina -recuerda-. El oficial preguntó: ‘¿Quiénes son buenos para jugar al fútbol? Den un paso al frente’. Varios lo dieron, pero yo no porque no jugaba mucho al fútbol. Luego preguntó: ‘¿Quiénes son buenos para otros deportes? Den un paso al frente’. No me animé a expresar que era bueno para alguno, y me quedé junto a un grupo que no había dado el paso. Finalmente, ordenó: ‘Los demás, vayan a tramitar sus libretas’. Fui eximido’”.
Tiempos de idealismo
Vino así un tiempo de jornadas exigentes. Horario continuo en el banco. Paralelamente, de 06.50 a 08.45 y de 17.00 a 20.30, asistía a la Carrera de Derecho, en la Universidad Mayor de San Simón. Y se dio modos para avanzar, por las noches y tres veces por semana, en lo que prometía ser una expectante formación filosófica y política. El idealismo cundía en la juventud de entonces. Los debates entre socialistas, comunistas, nacionalistas… eran afiebrados. Él optó por abrigar las ideas de la democracia cristiana.
En ese entonces, su docente de la materia de Derecho Político fue Ricardo Anaya. Era el jefe del Partido de la Izquierda Revolucionaria (PIR), predecesor del Partido Comunista (PC). En sus cátedras hacía gala de retórica y conocimientos de filosofía. Por ello, frecuentemente abría espacio para el juego de ideas. Sin embargo, en cierta oportunidad aquel escenario se le puso intelectualmente incómodo. Cuentan que el causante de aquel sofocón fue don Víctor Hugo. Sucedió en una clase en la que Anaya vertía críticas contra la doctrina de Tomas de Aquino, el gran filósofo del catolicismo.
- Doctor, ¿ha leído la obra de Tomás de Aquino? -preguntó el joven estudiante de derecho-.
-Sí, cuando estuve exiliado en Chile, leí su Suma Teológica-, afirmó Anaya.
-Doctor, seguro usted leyó un resumen de la Suma Teológica -puntualizó el alumno-.
- No, leí la obra completa, es un libro de buen tamaño -insistió el catedrático-.
Entonces, el estudiante le explicó que la Suma Teológica era una obra constituida por más de 15 volúmenes gruesos. Es más, en la clase posterior el alumno Escobar trajo el tercer volumen de la Suma Teológica y complementó su explicación. Cuentan que Anaya asumió una actitud ríspida, golpeó la mesa e inmediatamente dio por finalizada la clase expresando molesto: “¡Hemos terminado!”. Se recuerda que entre ambos surgieron frecuentes discusiones ideológicas. Don Víctor Hugo, sin embargo, reconoce que tiempo después, en uno de los exámenes de tribunal frente a alumno, Anaya obró con ecuanimidad.
Una batalla de 10 años
A principios de los 60, ya como novel abogado, en su primer bufete, el doctor Escobar atendió un caso que cambiaría su vida. Un reconocido empresario de la importadora Sidec Overseas, precisaba ayuda para dos sobrinas que habían quedado huérfanas y sobre cuyo progenitor pesaban fuertes problemas financieros. Resultaba angustiante el hecho de que las dos jovencitas asuman semejante carga económica. “Hay una figura aplicable: que renuncien a la sucesión hereditaria de su papá”, fue la sugerencia del joven abogado”, ante la sorpresa del empresario.
La salida resultó salomónica y don Víctor Hugo dejó una grata impresión en aquel cliente. Fue el inicio de una carrera que lo enfrentó a cada vez más complejos desafíos. También le abrió espacio a sus propios emprendimientos en la empresa privada. Y en ese campo tuvo que librar rudas batallas aptas para espíritus pacientes y atentos. Hubo una en especial.
“La empresa de la que era socio importaba vehículos de Brasil, y una de las barbaridades que hizo el dictador Luis García Meza fue prohibir la venta libre de dólares -rememora el jurista-. El banco exigió que se le pague en dólares las letras de cambio. Como eso no correspondía, me opuse y nos abrieron un juicio. El riesgo era grande, estaba como garantía el principal inmueble de la empresa. El juicio duró 10 años, fue un gran dolor de cabeza, pero derrotamos al banco”.
Causas nobles
También se lo recuerda como protagonista de la denominada “época de oro de la justicia en Cochabamba”. Fue en los años 90 cuando junto a su colega y “amigo del alma”, Francisco Anaya, tomaron como causa reducir la tortuosa retardación de justicia que afectaba a cientos de procesos. En la sala que le cupo encabezar, la Segunda en lo Civil, lo lograron sobradamente.
Asimismo, se esforzó por reducir el hacinamiento penitenciario. En 1994 cuestionó, por ejemplo, las sanciones que sufrían quienes resultaban perdidosos en los juicios. Entonces, aquellas personas que no podían pagar los costos en que habían incurrido sus antagonistas terminaban en la cárcel. El doctor Escobar, frente a una masiva oposición de sus colegas, impulsó la causa para que aquello se transforme. Desde ese tiempo, la sanción constituye la anotación de los bienes de los afectados.
Igualmente batalló contra los usucapiones abusivos. En otra oportunidad, por si faltasen ejemplos, impugnó la injusticia que implicaba la aplicación de una norma que afectaba a un particular grupo de herederos. Lo hizo abogando por un sobrino.