Comiendo lento: crónica de un activismo alimentario
A comienzos de 2010 era muy popular entre los cocineros ver los programas de Tv por cable donde diferentes cocineros viajaban por el mundo. Entre los numerosos canales que llegaban de diferentes países, había algunos que tenían una programación interesante para los jóvenes cocineros de la época. Estos canales enseñaban sobre las nuevas tendencias gastronómicas, viajes por diferentes países que mostraban la etnogastronomía, como lo hacía el famoso chef Anthony Bourdain, quien fue un referente del “comer sin reservas”, y el chef Andrew Zimmern, quienes visitaban países, conociendo su cultura, su comida y los lugares turísticos de cada uno.
Por aquellos años, mientras veía un programa de cocina, escuché sobre el movimiento Slow Food (en español Comida lenta). Este episodio cambió mi perspectiva y reflexión sobre la cocina que estaba practicando. Poco tiempo después, empecé a participar en actividades junto a otros cocineros, activistas y personas comprometidas en temática alimentaria. Nos reuníamos para cocinar todos juntos, replicando una de las actividades más populares del movimiento Slow Food: la llamada Disco sopa, parte de su rama juvenil, la Slow Food Youth Network, que utiliza productos desechados en mercados y supermercados, para preparar una comida mientras se escucha música y se reflexiona.
A raíz de estas actividades tomé conciencia de los productos que consumía y transformaba en alimentos para la venta en los restaurantes donde trabajaba o participaba. La comida comenzó a adquirir un discurso político relacionado con los derechos que tenemos de disfrutar de alimentación buena, justa y limpia, lo que es la filosofía de este movimiento.
En ese tiempo, en Bolivia se empezó a hablar de la comida con otras palabras, otorgándole un significado más allá del aspecto meramente alimentario. Se empezó a mencionar con más frecuencia que el consumo de alimentos convencionales relacionados con la agroproducción intensiva eran dañinos para la salud y para los espacios productivos tradicionales.
Al mismo tiempo, se vivía en el país un auge de la comida rápida, erróneamente llamada Fast Food en inglés. Salíamos del fantasma del cierre de la multinacional McDonald’s, y tanto activistas alimentarios como ecologistas celebraron esta salida, sin saber que, unos años después, la comida chatarra se convertiría en la comida popular para las nuevas generaciones.
Hasta ahora, la comida rápida inunda muchos espacios en Cochabamba. El pollo frito se volvió la comida favorita de los jóvenes, especialmente si son universitarios o cuentan con un presupuesto limitado para alimentarse. También, la comida frita atrae a diferentes generaciones, relegando a la tradicional a ocasiones especiales, familiares o no, y fines de semana.
Hoy en Cochabamba, el movimiento Slow Food tiene algunas comunidades establecidas y otras que se están formando, lideradas por cocineros, investigadores y activistas. La comunidad Slow Food Cochabamba fue la primera de su tipo que se creó en Bolivia, en el año 2018. Tras una reorganización de la red internacional y de sus miembros, se realizan diversas actividades, que incluyen degustaciones de alimentos y reflexiones grupales sobre el origen de lo que consumimos.
Aún existen varios desafíos que este movimiento debe enfrentar, como mantener a sus comunidades articuladas y activas. La generación de nuevos líderes es también un desafío importante para que más activistas alimentarios reflexionen sobre lo que debemos comer desde la perspectiva de lo bueno, justo y limpio.
El autor es cocinero, sociólogo e investigador del CESU – UMSS
Columnas de ROGER MALDONADO ROCHA