Extremos en el tema del acoso sexual
Tenía que ser la hermosa Catherine Deneuve, gélida por fuera, culposa y quizá volcánica por dentro como la recuerdo en “Belle de Jour” (“Bella de día”), esa película del genial director español Luis Buñuel. Junto a una pléyade de mujeres francesas, salió en contra del movimiento hollywoodense “#MeToo”. Mejor conocido por “Time’s Up” (“Es tiempo”), es reacción de 300 actrices estadounidenses al acoso sexual, generado por denuncias de bellas mujeres a un productor de cine aprovechador de su poder para doblegar resistencia femenina a sus avances sexuales. Tiñó de vestidos negros la alfombra roja en reciente gala de entrega de premios fílmicos, siempre galería para que estrellas, o “starlets” que pretenden serlo, luzcan vestidos de tal o cual modisto o diseñadora: feria de vanidades y billeteras por cierto.
Casi de inmediato las feministas francesas censuraron el Manifiesto de las Catherines (como lo llamo porque dos de ellas, una actriz y otra escritora, se llaman así), contra el “puritanismo” sexual de nuevo cuño, desatado por el escándalo Weinstein. A su afirmación de que “la violación es un crimen. Pero la seducción insistente o torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista”, las feministas aducen que el acoso sexual convierte a la mujeres en “pobres indefensas bajo el control de demonios falócratas”. Y yo rumiando desde mi juventud que la vaginocracia era mi problema...
Definitivamente el tema del acoso sexual ha llegado a extremos ridículos. No es un problema mundial; tiene mucho de etnocentrismo cultural de un sector estadounidense que hace tiempo impone sus costumbres en grupos de enajenadas sociedades, merced a inventos comunicacionales.
Distrae de aberraciones sexuales, como la extirpación del clítoris para que las mujeres de sociedades arcaicas no disfruten de algo que Dios nos dio. Resta atención a que las tres religiones monoteístas de occidente todavía limitan los derechos de la mujer: es rara la mujer que lee el Talmud o canta salmos en la sinagoga; las féminas ni pueden arrodillarse con los hombres para adorar a Alá en la mezquita; ¿alguien sabe de una mujer sacerdote oficiando misa? Barre debajo de la alfombra contrasentidos como que países árabes y sus petrodólares son buenos para comprar armas caras de EE.UU, pero sus mujeres siguen con prejuicios machistas que limitan sus derechos, algo que no quita el sueño a las actrices estadounidenses.
Con un eventual puritanismo sexual habrá mucho que cambiar. Quiero decir que si en la ópera de Bizet ya no clavarán un puñal en el vientre de la casquivana gitana Carmen, Salomé ya no danzará siete velos ante Herodes. Chau danza árabe del vientre. Reescribirán el “cherchez la femme” de Alexandre Dumas, padre, y se buscará nomás al mayordomo de Ágata Christie. ¿Será que cala la moda afgana que embute a sus féminas atuendos que parecen de mascaritas del Carnaval de antaño en Santa Cruz de la Sierra?
¿Existe el acoso sexual? Claro que sí. Acosa el depravado de la lengua lasciva o que se frota en alguna fémina en un atestado medio de transporte; acosa el violador que se oculta entre sombras esperando a cansada mujer camino a su casa; acosa el borracho al que se le va la mano y mata a su consorte en alguna golpiza con críos de testigo. Son grados de crímenes en contra de las mujeres que deben ser censurados y castigados de acuerdo a su gravedad.
En tanto que aún admirar la belleza femenina se ha tornado un delito, vejetes ya ni podemos recrear los ojos en las flores del jardín sin recibir miradas fulminantes, o peor, algún “viejo ‘e mierda” insultante. Pero así sea para mis adentros, prefiero una cimbreante fémina que sonríe consciente de sus atributos, a una marcial mujer que censura su efecto en la calle.
Insisto que los extremos del tema del acoso sexual tienen mucho de especificidad cultural. El acoso sexual no es lo mismo en Francia que en Suecia, en urbes californianas que en zonas rurales del sureño baptista Texas. En Bolivia, ¿qué tal el consabido “porque me quiere me aporrea”?, ¿existen diferencias de enfoque entre mujeres que aún resienten violación de ñustas del sol incaico, y doncellas que seducían al recién llegado en la selva?
Más valioso que los rasgos a veces jocosos de lo que se tilda de acoso sexual en una cultura y no tanto en otras, es la diversa reacción mundial a la globalización. Quizá eso es lo que resisten los fundamentalistas extremos de algunas culturas. Son reacios a la uniformidad propiciada por formas de “imperialismo cultural”. Algunos grupos sociales son receptivos a título de ser “modernos”; se deforma en otros: ¿no es penoso el “llocalla” mestizo de gorra al revés y pantalones anchos, que recita un rap gringo sin entender lo que dice la jerigonza de la jerga neoyorquina?
El autor es antropólogo
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