El señor del gran poder
Agonizaba Goethe, y con él parecía oscurecerse su sabiduría. La luz, que siempre lo guió, languidecía.
Goethe pedía que se abriese una ventana para tener más luz. ¡Más claridad intelectual, más verdad! Esas que se habían convertido en una constante búsqueda en su pensamiento universal.
La luz es libertad, simboliza un fin cierto. Es el motor que impulsa al escrutinio de las miserias; es, pues, un catalizador que hostiga a la conciencia para que esta alcance la claridad.
¿Este es el tiempo de opacidades y de mentiras?
¿Poderes diestros que tejen planes siniestros?
Esta es la coyuntura de los que pretenden clausurar ventanas para velar la transparencia, para oscurecer la verdad y así, con ese talante monolítico, inducir a que la razón siempre la tiene el que adiestra a sus leales.
Se trabaja laboriosamente para que el desorden imponga un nuevo orden. Para que el “irrespeto” hacia las órdenes del mandamás sea pagado con un alto precio. La tarea es perpetuar la neolengua del gran hermano que se ve en riesgo de convertirse en el gran hermanastro.
Los caudillos populistas no son elegidos a través de procesos tradicionales de partido, sino que surgen de la ruptura de las reglas comunes, de la crisis.
El poder no debe ser inerte, dice el pensador Michael Foucault, sino circular a través de esos sujetos y conducir a una dinámica progresiva que permita que el poder no se concentre estrictamente en un individuo o una élite. Si es así, se convertirá en un dominio absoluto sobre los otros. “El individuo es un efecto del poder, y al mismo tiempo, o justamente en la medida en que es un efecto, es el elemento de conexión”.
Siguiendo esta ruta, concluyo en otro principio fundamental: cuando el poder nace del pueblo se transforma en una herramienta de convivencia, de lenguaje, de circularidad, gobernabilidad y soberanía.
Cuando surge de un individuo, élite o gobierno, se convierte en un sistema acaparador, en el que se concentran decisiones, beneficios, riquezas y círculos cerrados de corrupción y podredumbre política.
No creo que exista nada más peligroso que el poder condensado en manos de un sujeto o de pocos. Desde esa posición se desplaza la unilateralidad que paraliza la pluralidad y los mecanismos incluyentes que sirven para hacer copartícipes a la sociedad; la democratización de la información, la distribución, cuando menos equilibrada, de la toma de decisiones y la delimitación exacta de los poderes del Estado.
En Bolivia, Evo Morales Ayma se convenció de que el poder tiene que ser absoluto para mantenerse inquebrantable o, cuando menos, hacer que la palabra y las decisiones de la figura del caudillo sean incuestionables. Morales hizo justamente todo lo contrario de lo que advierte Foucault, el poder como un fenómeno de dominación masiva y casi homogénea de un individuo sobre los otros, de un grupo sobre otros, de una clase sobre otras.
Concentró tanto su radio de dominio en 14 años de gobierno que logró blindar por completo a personas, instituciones, acciones y administraciones que sin duda, hasta hoy, siguen siendo impermeables al escrutinio y a la investigación.
Evo Morales aspira a ser un gobierno paralelo al de Arce Catacora. Un presidente segundo. Un jefazo que permitió, según su lógica, que Arce Catacora asuma el liderazgo coyunturalmente y que, en cualquier momento, puede reclamarle su devolución.
El poder embutido en las decisiones de una sola persona casi siempre resulta en explosiones sociales.
El patrimonio de nuestra sociedad, como referente ético, justo y obediente de las leyes y libertades se ve cada vez más afectado, directa o indirectamente, por un comportamiento inaceptable de ese poder que creó Morales.
Ya casi nada sorprende, todo parece una anécdota. Los escándalos de corrupción y sus opacos desenlaces son disipados entre la bruma en escasos dos o tres días, por otro nuevo que, más allá de convertirse en descaro, se presenta como el capítulo de estreno de la historia sin fin.
Evo se cebó a la idea de ser un jefe vitalicio en un país distópico en el que todo y todos debían estar bajo su mando. Le sedujo la idea de ser un tótem y un tabú: glorificado e intocable. Un personaje endiosado al que se debía venerar y rendirle pleitesía.
—¿Cuántos dedos ves aquí, Winston? —preguntó O’Brien.
—Cuatro —respondió Winston Smith.
—¿Y si el partido te dijese que son cinco? —cuestionó O’Brien. (1984, George Orwell).
Sí, vivimos tiempos de opacidades y de mentiras.
Poderes diestros que tejen planes siniestros. Hoy, más que nunca, es indispensable exigir luz, claridad, verdad.
Durante 14 años, Evo Morales asumió su poder como un reinado, como un absoluto y, desde esa posición, logró cooptar conciencias e instituciones. El poder que construyó Evo no estuvo ligado directamente a su administración constitucional, sino a las órdenes e imposiciones de facto que tuvo que ejecutar.
Ahora, el señor del gran poder manda a decir que no está satisfecho con la administración de Arce Catacora porque considera que hay corrupción y como corolario afirma tener pruebas de ello. Cuando Evo Morales Ayma dice que “Juan Ramón Quintana jamás estaría con este Gobierno”, está corroborando un quiebre inminente entre Morales y la administración de Arce Catacora. Pero también deja entrever que si no es posible su retorno al poder por la vía amigable, lo será por los caminos más accidentados que, desde luego, él los conoce mejor que nadie.
Chapare espera que Arce Catacora fije hora y fecha para que rinda informe a los cocaleros de las seis federaciones, dicen los titulares de los periódicos. Las conclusiones, frente a tan distinguida invitación, las dejo a ustedes, amables lectores.
Columnas de RUDDY ORELLANA V.