Halo de misterio engrandece los Juegos Olímpicos
La historia de los Juegos Olímpicos se pierde en la noche de los tiempos. La leyenda y la mitología los cubren con un halo de misterio que los engrandece todavía más. Los estudiosos sitúan su nacimiento en Grecia unos 13 ó 14 siglos antes de Cristo (AC).
Dentro de la confusión que hay todavía en torno a sus orígenes existe, por lo menos, unanimidad de otorgarles principios religiosos a los Juegos Olímpicos de la Antigüedad y situar a Olimpia como lugar sagrado de peregrinación.
Las guerras, la peste y las epidemias estaban asolando el país y se buscaba una solución a tanta miseria. Mitos, rey de Elide, consultó el oráculo y tuvo esta respuesta: "Sólo los Juegos, con un signo pacificador, salvarán a Grecia de la destrucción".
Aceptado el oráculo de Delfos se instituyó una "tregua sagrada" cada cuatro años, plazo que dio en llamarse Olimpiada. Esto sucedió en el año 884 AC, pero ocho años más adelante o sea 776 AC comenzaron a contabilizarse las ediciones y los resultados.
EL PRIMER GANADOR
Fue Koroibos, un cocinero de Elide, el primero que inscribió su nombre en el legendario palmarés olímpico al ganar la única prueba, consistente en una carrera de velocidad en la longitud del Estadio: 192,28 metros, por lo quedó como denominación prueba del Estadio.
52 años después (XIV Olimpiada), se introdujo la carrera del Diaulo, sobre dos vueltas al estadio (385 metros) y, en la siguiente edición se incorporó el Dólico o prueba de fondo con ocho vueltas al estadio, unos 1.500 metros, distancia que se amplió paulatinamente hasta las 24 vueltas, equivalentes a 4.600 metros.
Los Juegos crecían, las treguas se cumplían, los guerreros competían sin armas y al programa se sumaron el pentatlón, la lucha y las carreras de cuadrigas. El pentatlón combinaba la carrera del Estadio con los lanzamientos de disco y jabalina, salto en largo y lucha, que a la vez tenía su competencia aparte.
A la inicial carrera de coches, con cuatro caballos, se unió otra con dos caballos y la de un jinete sobre el animal, más la de carros tirados por mulas, constituyendo el núcleo llamado deportes de la aristocracia de la época.