¡Las lluvias llegaron, ya!
Las preciadas lluvias han llegado a los valles cochabambinos, así como al territorio Andaluz, específicamente a la provincia Jaén, donde me encuentro desde comienzos de 2024, cursando el Máster Interuniversitario en agroecología: “Un enfoque de transformación sustentable de los sistemas agroalimentarios”.
El territorio Andaluz históricamente se ha caracterizado por la producción de aceite de oliva desde la época de los califatos ya extintos del Al Andaluz, cuando los árabes enseñaron a los ibéricos el manejo del agua por canales que aún se ven en los campos de esta bella tierra del Guadalquivir, donde los “mares” de olivas dominan los espacios visuales, culturales y económicos, como lo hacen los maizales, las plantaciones de habas, de papas, de duraznos, de higueras y de molles en Cochabamba, donde son parte de nuestra identidad cultural.
En los últimos años, tanto en Bolivia como en España, la preocupación de los productores agrícolas es la falta de agua y, por supuesto, el olvido del Estado y la falta de políticas públicas concretas que los apoyen de forma eficaz y rápida en caso de variabilidad climática —que cada año es más frecuente— como son la sequía y la helada.
La pérdida productiva y los bajos precios del mercado son parte de los reclamos de las movilizaciones agrarias que se viven este tiempo en España, los productores buscan que se paguen sus productos a un precio justo, equivalente al precio de otros países de la Unión Europea y que los precios no sean inferiores al precio del mercado como lo hacen los países del norte de África, que envían sus producciones a precios no competitivos y estos inundan los mercados.
Esto provoca molestia a los productores españoles, quienes sienten que no se les paga lo justo por sus productos. Además, estas manifestaciones tienen connotaciones políticas lideradas por la derecha española y que aquí llaman fascismo agrario.
Y en Bolivia se vive un olvido del Estado hacia el campo, este Gobierno, al igual que los anteriores, se ocupa sólo de hacer grandes promesas que en algunos casos se quedan en el papel, ya que es el productor quien, con recursos propios, logra conseguir soluciones a todos los avatares que se le presentan en la producción, la cosecha y los mercados. En el caso de Bolivia, los productores venden a intermediarios quienes pagan una miseria por sus productos de alta calidad nutritiva.
En comparación con los países de Europa, Bolivia tiene como base de su alimentación familiar la producción campesina, que generalmente es ecológica, ya que el uso de químicos no siempre es una opción debido a los precios y las distancias que deben recorrerse para conseguirlos. Claro, en los últimos años esta producción llena de conocimiento ancestral y trabajo comunitario está cambiando pues el éxito productivo significa un ingreso necesario para la supervivencia y existencia de las familias.
Existen formas sostenibles de producción de alimentos, sin necesidad de degradar los suelos ni los territorios ancestrales cultivables. Son técnicas milenarias que fueron utilizadas por los habitantes de los valles cochabambinos, son amigables con el medio ambiente local y el sostenimiento de los sistemas de vida. Sin embargo, nosotros no las queremos ver, entender, ni practicar, y preferimos una forma de producción convencional, aquella que utiliza el desarrollo tecnológico para lograr sus objetivos y que según los grandes científicos y agroindustriales, garantizaría la soberanía alimentaria de las familias bolivianas. Pero, ¿qué costo estamos dispuestos a pagar por estas formas de producción?
Una posible solución es una ciencia llamada agroecología. Quizás deberíamos repensar hacia dónde vamos como país en temas productivos. Como decimos algunos chavales agroecólogos: ¡agroecología o muerte!
El autor es cocinero, sociólogo e investigador del CESU – UMSS
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